El deseo (tercera
entrega)
En la película de Win Wenders Las Alas del Deseo (1987), se plantea una interesante mirada acerca de lo que puede significar el deseo, éste no sólo envuelve la búsqueda del placer tal como comúnmente es asociado sino que involucra una potencia transformadora al generar una voluntad de cambio.
La película transcurre en la ciudad de Berlín y se centra en el protagonismo de dos ángeles: Damiel y Cassiel, ángeles con la facultad de percibir la interioridad de las personas porque escuchan sus pensamientos, sus ruegos, sus angustias, donde todas esas interioridades compartirán un elemento en común: el deseo, pero no deseo de placer erótico sino deseo por cambiar sus vidas, por ser otro hombre u otra persona. Por transformar el estado de cosas que los condena a la instancia infeliz del existir.
Aunque , en el caso particular de Damiel, el deseo que habrá de gestarse poco a poco en él, será tras el descubrir de Marion -trapecista de un circo-, gestando una rebelión por su condición de ángel y bajo el significado de lo eterno.
Porque la eternidad en Damiel hizo de él a un ser inmaterial, intangible y
por lo tanto, una inmaterialidad que lo habrá de imposibilitar como
experiencia, porque los ángeles no tienen experiencia sino ilusión de ella, por
ello será que su rebelión consistirá en interrogarse por lo humano y harto de tanta eternidad
desear ser uno de ellos y así, poder incursionar en ese anhelado mundo de la
experiencia.
Experiencias simples y
cotidianas tales como el frío, el calor, el hambre, el sabor, como también el
sentir y aquí dejamos de lado si
logrará o no realizar tales fines
para no revelar el final de la película.
Por lo tanto, el tema que se trasluce en esta introducción nos pone en frente al deseo, acerca de lo que deseamos y también, de lo que hacemos para lograr eso deseado.
Entonces, ante la interrogación que pregunta ¿qué significa desear?, su respuesta a primera instancia nos dice que es una disposición a la obtención de algo, una disposición disparada a un amplio espectro de momentos y situaciones como de objetos, aunque, en el deseo, quizás el objeto del desear no sea lo importante en sí, sino el deseo mismo.
Porque, ¿qué se desea?, aquello que no se tiene y sin embargo, no todo lo que no se tiene provoque un deseo de obtención, por lo que la explicación ante el fenómeno del desear que sostiene: que se desea aquello que no se tiene o no se posee, lo explica en parte y sólo desde el efecto, ya que no penetra o no va a la raíz misma del deseo.
La matriz componente de esa raíz es lo erótico e involucra a un sujeto que posee y a otro poseído bajo el componente ilusorio que da vida al fenómeno del desear, puesto que la ilusión instala en el mundo humano el horizonte de lo posible cuando de deseo se trata.
Si prestamos atención, notaremos que el deseo busca en el escenario del afuera lo que privadamente urdió en el interior de la conciencia, una conciencia atravesada por contenidos y conceptos como iconos e internalizados por el sistema simbólico de la cultura, tales íconos encarnan significantes que alientan o proscriben al mundo de lo placentero como de lo prohibido y de los placeres más profundos que subyacen en cada interioridad humana aspirando el simple sondeo a lo infiel, como a la pasión de los labios rojizos en busca del cómplice adulterio.
Y si hablamos de horizontes, éstos se prestan a los diversos escenarios sociales del deseo anclados en los símbolos rentables de los hoteles alojamientos, en las zonas rojas, las casas de citas, el pulular de cabaret y en el espacio intangible de Internet con las Webcam hot y en la clásica industria pornográfica en su mundana generalidad.
Pero de una forma insospechada desde el mismo momento de desear, se inicia una íntima odisea al postular lo ausente como imperativo a poseer, la previa existencia del carecer expresa su condición en la actividad simbólica de la conciencia al constituirse deseo, así, la carencia busca realidad a través del deseo y éste, virtualiza eso deseado como real desde el momento en que lo desea.
Por lo cual, la íntima matriz de todo deseo es este fondo carenciado del cual emerge y opera, que nos sugiere la fascinante actividad del excitar, un excitar revelador de la actividad interior y personal de todo sujeto deseante donde la pornografía o la sugerencia pueden llegar a estimular esa actividad alegórica al servicio del mayor supuesto de todo deseo: el placer.
Por ello es que la instancia de Eros, como expresión de eroticidad busca realizarse en esa íntima condición hedónica de lo placentero y sus diversas materializaciones como sugieren las creaciones icónicas de la cultura Occidental del encuentro privado u orgiástico, en la mesurada sensación o ser pasión en la suprema embriaguez de los entrelazados cuerpos al influjo de la ejercida fogosidad.
Y desde el contexto del deseo, el universo habrá de adquirir la instancia licenciosa del posible placer al mirar, observar y ver, porque cuando los ojos miran desde lo previo que digita todo mirar en la esfera de lo sensual, ya no es posible el mirar inocente, máxime cuando el escenario en el que nos encontramos implica la figura de una atractiva mujer o de una masculina presencia, en el cual surge la mutua interpretación del erógeno existencial porque así lo exige ese mirar, descubrir el trasfondo existente de lo femenino y lo masculino en cada individuo contextualizado.
Desde esa esfera sensual es que miramos lo gestos, curioseamos las presencias, percibimos los perfumes, degustamos la piel, escuchamos las voces, sus tonos, tallamos en el frontispicio de nuestros gustos cada detalles curvilíneo, del rostro, del color de los ojos, de la mirada que sugiere, en suma, del glamour que es ese otro ¡y de pronto! quedamos apartados o sea, seducidos, y allí, ¡el deseo de esculpir bajo el cincel de la nueva ilusión va y urge tras el nuevo poseer!, así, tu boca y mi beso, tu abrazada desnudez y dragón genitalizado, te virtualizo realidad, ¡sólo por el deseo!.
Por lo que desear es siempre experimentar el mundo desde una virtualidad que se revela posesión y de un sensualismo materializado, como lo es todo cuerpo erogeneizado, sensibilizado y esfera del placer por excelencia, donde eso erógeno ha sido posicionado en el clímax del que desea.
Lo dicho no niega en absoluto la existencia del mundo objetivo pero cuando emerge el deseo, el mundo deviene eroticidad, así, el rostro a centímetros y la vehemencia del fervor son posibles a la conciencia que desea, como también ser recíprocos en la erótica del deseo, puesto que no existen los deseos generalizados sino particularizados en un ella o un él, y en el que se anclan por igual el deseo de desearse en la misma forma e intensidad.
Las fronteras que delimitan lo real y lo ilusorio que coexisten en el mundo deseado no son objetivas en el sentido de lo general o colectivo ni material, ni estético cuan composición musical u obra de arte sino que hablamos de un escenario en el que se conjugan y mezclan los contenidos deseados en el que se interrelacionan tanto lo virtual y lo real por lo pregnante del deseo, y ni el propio placer es línea demarcatoria de realidad objetiva porque la misma virtualidad hace que ese placer, brote como deseo en sí, el deseo es placer en sí y su realización, otra instancia de ese desear.
Puesto que debe quedar claro que desear se transforma en un deleite privado de la conciencia, todo deseo pertenece a ese fantástico, lúdico y dinamizador mundo interior, y cuan cazador ancestral emerge a la palestra del afuera para cazar a su presa. La presa es la amiga/o, la compañera/o, la vecina/o, la esposa/o ajena, adolescente, joven, madura/o, aunque no nos debemos engañar, porque esa presa se mimetiza como tal, ya que nadie ejerce su deseo por el deseo ajeno, porque en este mundo privado no tiene ingerencia lo causal puesto que el ajeno deseo no es provocador del deseo propio sino que involucra e implica un simultaneo corresponder porque no es la sugerencia de la mujer asexuada a la mirada del varón que provoque su deseo, ni la insistencia masculina respecto a la mujer que provoque el deseo de ella, porque la vibración de la piel intuida en el umbral de la sensación, no es problema a develar por aquellos que no se encuentran atraídos por ella.
Se trata de la magia que provoca todo sensualismo y presente en la paradoja de seducir por lo sugerido y no por lo mostrado, tal como ocurre en toda transparencia, ya que si lo oculto termina por mostrar a través de la sugerencia, es que lo imaginado muestra más que lo mostrado, lo imaginado es lo deseado ante el influjo del transparentar.
Estos aspectos de lo oculto y del mostrar sin mostrar como del tras luz que insinúa, son huellas provenientes del escenario de lo erótico, donde lo tenue de esa luz y su velada intensidad son accesorios de la impronta del deseo, en otras palabras, la creación de matices que harán posible el significado de todo deseo: ilusión y posibilidad a lo deseado.
Pero aquí ilusión, no significa opuesto a realidad sino como un segmento de lo porvenir, la ilusión siempre implica postular una realidad en el ámbito de lo futurizo, facilitada por lo erótico como antesala al placer.
La ilusión nos fuerza a hacer posible algo cuando de hecho no es pero viable de realizar, por ello es que esa virtual presencia motoriza al hombre a ir tras lo que ilusiona, tal como Damiel en Las Alas del Deseo en el inicio de su vislumbre, querer ser humano, ser hombre, tener experiencia de lo humano.
Toda ilusión prefigura lo ausente en el devenir del presente que lo postula como realidad, aunque no hay gratuidad en la ilusión porque emerge de ese trasfondo del cual nace todo deseo: el carecer humano.
Eros se nos patentiza sólo en el horizonte de nuestro carecer, como seres necesitados estamos bajo la eterna
ansiedad por lo ajeno, arrojándonos al mundo de los otros y a la angustia que
significa el fracaso de no poseer lo que deseamos.
Y en el espacio de toda erótica, el género, se nos muestra opuesto complementario, cuyo deseo prepara la fascinación y por ello, la seducción a todo opuesto como ejercicio de una erótica del complemento, donde los privados mundos dan cabida a lo prohibido, al fetichismo, al voyeurismo, a lo convencional, a la lujuria, a lo lascivo, en suma, a todas las manifestaciones posibles de la condición sexuada humana provocado por el deseo.
Así, por el deseo, conquista lo erótico el privado mundo humano instalando el placer en el existir del hombre, y siendo carencia coexistirá con otras carencias, feneciendo a la embriaguez del divino Eros.
Y en el escenario de los besos como en el advenir orgásmico, lo carente por un instante, vive su mayor ilusión de ser deseo.
Juan Oviedo