27/11/2009

Nerón, Nerón, que grande sos

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sólo la vocación de poder sin límites y sin precio del jefe de la Jefa de Estado puede justificar sus acusaciones de golpistas y desestabilizadores para todo el que se atreva a pensar distinto que él y además tenga la temeridad de decirlo.
Lo triste es que mientras el personaje juega al juego que más le gusta, el País se desmorona en una creciente desintegración que no termina con una arbitrariedad y ya está en carrera con otra.
No es del caso preguntarse cuanto puede durar este estado de debilitamiento institucional provocado como parte de una estrategia, sino que lo que corresponde es ver de que manera la sociedad se saca de encima este modelo de confrontación y agravios que agota, distrae esfuerzos e, inevitablemente, invita a enfrentamientos siempre estériles y  siempre también de creciente intensidad.
Los comportamientos del electo diputado nacional y ex – presidente resultan ciertamente preocupantes.
Sus ataques contra todos los que no lo aplauden muestra un perfil de personalidad que asusta.
El tema es que el susto no paralice, sino que active neuronas, corazones y músculos para no caer en la trampa.
Si bien desde el punto de vista formal vivimos los argentinos de este tiempo en el marco democrático con la existencia de los tres poderes que son propios del sistema, debe decirse que la estructura tradicional de Ejecutivo, Legislativo y Judicial ha sido superada de hecho.
Con esa rara pretensión de originalidad que tenemos los argentinos, los poderes que efectivamente constituyen nuestra institucionalidad actual no son los que aprendimos en el colegio.
La versión kirchnerista no parece ceñirse a las pautas de “El espíritu de las leyes”, sino que plantea cuatro poderes a saber:
El primero, por orden y capacidad de daño, es el oficialismo, que en este juego absorbe a los tres poderes de la versión clásica.
Así es que el Legislativo es una escribanía, el Judicial un rehén del Consejo de la Magistratura y el Ejecutivo el dueño de la pelota.
Por ello es posible que antes de la renovación legislativa que producirá la pérdida de las mayorías oficialistas en ambas Cámaras, se sancionen de atropellada y con irresponsable ligereza leyes fundamentales que sólo serían valiosas si surgieran del debate maduro y el máximo grado de consenso posible.
Los ejemplos son varios y conocidos, pero el más evidente, por lo grosero y por las consecuencias que acarreará, es la prórroga del estado de emergencia económica que habilita funciones indiscriminadas al Ejecutivo y que , además, no es por un año sino por dos, de manera de evitar que pueda haber cambios mientras dure el mandato de la señora.
Tanto como para mostrar que el muchachismo todavía lo acompaña, el diputado electo anunció que su primer proyecto será cambiar las normas de protocolo para el “primer damo”, (así se auto definió), para que “no me critiquen porque uso los helicópteros y los aviones del Gobierno”.
El otro poder, indispensable para sostener el modelo, es el de la corporación sindical, que de la mano de Moyano le garantiza la vigilancia severa que limite cualquier desacato.
En este campo se están produciendo, no obstante la longeva invulnerabilidad del edificio, sucesivas y progresivas reacciones que no hacen sino demostrar que se trata de una forma de organización agotada que ya no sirve a los intereses que se supone debería representar.
La tercer pata de la mesa la constituyen las organizaciones sociales que han entrado en ebullición precisamente porque se mueven al son de los planes clientelares y los subsidios de favor, lo que hace que lo que a unos, por aplaudidores, les sobre, a otros, por opositores, les falte.
El cuarto y último componente de este esquema, es el que nos permite alentar una cuota de esperanza que, si no segura, alumbra al menos la posibilidad de frenar el desbarranco y comenzar a poner el tren sobre los rieles.
Es la oposición, esa que desde el 10 de diciembre tendrá número suficiente como para hacerse valer.
El hecho de que tenga el número no asegura que tenga la fuerza.
Y esa es, precisamente, la madre de todas las dudas.
Por lo que hasta ahora se ha visto y escuchado, no parece fácil que esa oposición sea capaz de jugar la carta ganadora de posponer intereses de facción y juntar coincidencias que nos saquen del descalabro.
No falta tanto para verla actuar.
Y cuando se sienten en sus bancas deberán demostrar que son capaces de comprender cómo estamos y para donde vamos.
Si lo hacen, deberíamos verlos a partir del 10 de diciembre y sin interrupciones de vacaciones de verano, (porque no estamos para esos lujos), anunciando con pelos y señales los elementos que son imprescindibles para iniciar el proceso de reparación.
Se trata de que nos digan concreta y claramente, cuales son los textos de las leyes que han de aprobar para, entre tantas cosas, cambiar  la estructura regresiva de nuestro sistema impositivo, cuál será el Régimen Penal Juvenil que ayude a sacarnos el miedo de encima, cuál el cambio de la Legislación Penal para que los delincuentes entren rápido y salgan lento, cómo será la nueva Ley de Coparticipación, que de acuerdo a la reforma constitucional del 94 debía estar lista en 1996 y nadie tocó, con lo que el Federalismo es una máscara de carnaval porque el que tiene la chequera maneja a voluntad y sin pruritos a todo y a todos, cómo volverán a ser las escuelas el lugar donde los chicos aprenden a leer, escribir y pensar porque los maestros les dan clase.
No es posible caer en la simplificación de anunciar que todo es fácil y rápido.
Pero a nadie escapa que el deterioro sí es rápido y hace falta un tratamiento de shock que ponga freno a tanta esquizofrenia.
Por eso el título de esta nota.
La cosa no es con Perón.
El tema es con Nerón, que no es lo mismo ni hizo lo mismo.