Celos (cuarta entrega)



Te hice en mi ayer como vos en antaño

Y siendo deidades

Devenimos animalidad.


Si me apropie de ti

Y te apropiaste de mí

Fue porque fuimos y deseamos

Ser propiedad del otro.


Por la privada condición de todo poseer

En la reciprocidad de poseernos

En la boca, en los ojos, en el cuerpo

Fuimos entidades dichosas en esa posesión.


Hasta el día que descubrí

Que lo especial ya no era

Lo exclusivo de mí en ti

Se fue, no se donde

Si a otro éter, otro espacio,

O cual lugar, no importa.


Entonces, celos y furia sentí

Pero no por ningún otro

Sino que no ser exclusivo

Me hizo impertinente

En quien supo ser mía.


Y de los celos y la furia

Pasar a la rabia

Aunque no podría ser de otra forma

Porque el germen de ellos

Nació en aquel posesivo enlazar

De bocas, ojos y cuerpos.


La mayoría de las personas aceptan a los celos como un componente natural de la condición amorosa, desde el paradigma que sostiene el si amas, entonces celas, que nos lleva a interrogar por el significado de los celos, entonces, ¿qué son los celos?

La respuesta a tal pregunta será el considerar a los celos centrados como una respuesta emocional, de cierto miedo por perder aquello que se ama, porque los componentes del celar involucran tanto el querer como el perder eso querido, aunque en tal definición aclaramos que sólo abordaremos a los celos desde el punto de vista del amor y todo lo que ello implica.

Así, si bien la pérdida involucra al fenómeno del celar, a la hora de la pérdida, lo que se pierde es un aspecto distinto ya que no se trata de la pérdida del otro amado sino de la condición exclusiva de uno en ese otro, así, la condición intrínseca en todo celar consiste el haber perdido la exclusividad de uno en ese otro, celos que emergen cuando ese ella o ese el, siente, trata o se dirige de un modo preferencial a un tercero, quedando uno relegado en el orden de tal preferencia.

Esto se patentiza sin equívoco alguno cuando entran en escena dos conceptos detonadores de los celos tales como son la infidelidad y el enamorar, en el primer caso se pueden generar múltiples reacciones pero la posibilidad de la relación con la o el infiel, potencialmente puede continuar, por el contrario, en el segundo caso sólo queda un único y definitivo destino, el final de esa relación. Porque enamorarse implica que otro es lo diferente o especial y ello es lo que involucra todo enamorar, rescatar de la masividad que circunda o rodea a una persona e individualizarla y asociarla con un nombre que distingue del común masificado compuesto por ellas y ellos.

Por lo que toda exclusividad es germinal a la instancia del amor y colaborando notablemente con ella está el hecho de la posesión. Poseemos porque amar es apropiarse de lo amado, que hace suyo algo ajeno y como tal se le imprimen notas, sellos, signos, es marcar a lo que se ama con la garra, con los labios, con los dientes como algo privado, de uno y de allí el significado apropiativo que despierta lo exclusivo.

Y en este espacio íntimo del poseer se hace presente también lo recíproco de toda posesión, que exige también ser poseído, puesto que de todos los intercambios posibles, el amor, es el más exigible de todos al buscar reflejar a su sí mismo en la condición espejada del otro, por ello pretenderá al besar, ser también besado, al mirar, ser a la vez mirado, de tratar, así ser tratado.

De una forma notable, tanto ella como él se convierten en espejos donde se reflejan las diferencias y lo mismo de lo uno en lo otro, y provocar el tácito acuerdo del ser correspondido, mandato que genera la elipsis de la mutua atracción en la aventura sideral del viaje amoroso centrado en el desear de ambos viajantes.

Así, cuando tal eje se rompe, es porque uno dejó de ser tal centro y es lo que todo celo representa, que la exclusividad no existe más.

Por lo que los celos no representan una liviandad existencial del ámbito afectivo, por el contrario, cuando los celos emergen, despiertan o surgen, lo hacen desde ese fondo y aludido principio primordial del cual abrevan las pasiones humanas, porque los celos no son más que la otra cara u otro aspecto de la ejercida pasión, ya que la pasión hace posible a los celos.

Y si las puertas de la pasión hubieron de estar abiertas ante el ejercicio amoroso de los enamorados, los celos, no la habrán de cerrar sino que emergerán de esa faz irracional y principio primordial del cual abrevan, por lo cual nos encontramos frente a una nueva condición filosa, terrible y destructiva de lo irracional, y lo que el fulgor del amor hubo positivizado, ahora, habrá de negativizarlo.

Aquí, la condición destructiva de lo irracional que hubo nutrido a la pasión se abre e irrumpe en la presencia de los celos, así, ellos habrán de detonar a la irracionalidad en reposo y junto a él, a todas las condiciones tormentosas de la furia, de la ira, la saña, la violencia, todas esas condiciones toxicas se habrán de desatar pues todo ello implica y envuelve a los celos.

He aquí la otra cara de la pasión, los celos muestran una realidad a la que el hombre moderno no está familiarizado, una realidad donde la razón no guarda mayor significado porque como se sabe, la pasión no obedece a ninguna razón, no tiene motivos, ni causas y ni porqués alguno. Pasión, derivado del latín patior, passus, que significa experimentar, soportar, es decir, de padecer un sentimiento de gran intensidad y de breve duración, que altera y transforma los ánimos de aquel que la vive, y anula su condición inteligible que lo torna hombre, ese que fundamenta da motivos y porqués a su actuar como de su pensar, su sentir, bueno, tanto ese ella como ese él quedarán anulados como personas, inteligencias y voluntad ante la pasión, porque ésta se habrá de imponer exigiendo ser la única realidad.

He aquí, entonces, el verdadero meollo que significan los celos y su fuente de origen: la imposibilidad de proyectar un final claro entre el que cela y quien es celado, y momento de señalar el verdadero componente que siempre subyace en los celos: su trágica condición.

Entre la razón y la pasión, el hombre hubo de deambular como existente mortal y en tal deambular por momentos fue dios y por momentos fue animal, fuimos dioses cuando creamos lo distinto en un otro y animalidad, en el ejercicio pasional del poseer, si, dioses y fieras, presentes al crear del anonimato a un ser y a modus ferandum a la hora del amor, e allí nuestra cabal impertinencia y núcleo de nuestra tragedia, el no ser dioses ni ser animales, puesto que ellos representan las formas auténticas del existir.

Estas formas auténticas son la gran aspiración de todo humano, la tragedia es el eterno aspirar a un no ser pero que aprehende por un destello y por tal destello, comprobar la condición amarga de nuestra impertinencia: de no pertenecer a la condición uránida ni a la de gaia, donde la fugaz experiencia de ser dioses y animales por lo exclusivo del crear y el ejercicio pasional, muestran la originalidad de la vida sólo en lo divino y en lo natural.

Los celos, son el amargo develar de la condición trágica del hombre: su impertinencia, donde el emerger de la ira, la furia es contra aquel que nos extirpó y quitó de su vida, anulando nuestra divinidad y nuestra animalidad en ese ella o ese él.

Donde tras la construcción y la posesión del otro, como en la exclusiva atención y mutuos goces con el entonces ser nuestro, retornamos a la marea del anonimato, del todos, a la terrible pasividad de lo cotidiano y regreso al todos los días carentes de sentido y vivacidad.

Lo que éramos ya no lo somos más, lo divino y lo animal ha sucumbido dando lugar a lo humano demasiado humano, por ello es que la ira despertada por los celos, bien se puede traducir en matar al asesino, que nos enrostra nuestro no pertenecer.

Los celos, están en contacto directo con esa profunda y cercana condición de lo primordial, sea eso lo que sea, por lo cual jamás podrán ser portadores de ninguna gracia, nos reflejan la terrible condición de lo que somos y por lo tanto, no pueden ellos quedar constreñidos a la estúpida liviandad que los banaliza como un estado, una respuesta, ya sea normal o anormal alguna, en suma, banales definiciones de livianos definidores.

En la destrucción y en el revelar nuestra impertinencia, encontramos la génesis de los celos y en el privado experimentar de todo celoso-celado siempre hallamos la misma traducción: la íntima intención de ¡asesinar al asesino!


Juan Oviedo