Identidad escolar
(por Juan Oviedo)
Basémonos en la siguiente definición aristotélica de violencia según el cual es aquello que atenta contra lo natural, lo que va contra de eso natural, aunque, acompañando a esta definición primero se debería categorizar o dar a entender a qué se llama natural, pero para favorecer nuestro desarrollo aceptemos provisionalmente la definición aristotélica de violencia como atentando a lo natural.
Si aplicamos esta definición al ser humano, violencia sería todo aquello que atentara contra tal condición, y nuevamente aquí queda la deuda por la necesidad de aclarar tal condición, ahora, si hemos pergeñado este pequeño introito respecto de la violencia es para contextualizarla en los distintos partidos de la costa bonaerense, y centrarla sólo en una franja etaria: la de los jóvenes, pero desde la óptica de un rol, ser alumnos de la escuela secundaria.
Sintéticamente tematizamos: violencia de los alumnos en las escuelas secundarias costeras.
Hipoteticemos a la conducta juvenil como portadora de una forma de pensar y su consiguiente relación con pares, de sus mutuos respetos y sus pertinentes códigos, por ejemplo, se tratan y se aluden de forma muy diferente a la del adulto, así, el clásico b… es normal como forma de aludirse entre ellos, ahora, que dos adultos expresen el mismo b…, puede ser considerado como insulto o agresión verbal.
Así, los jóvenes tienen sus propias formas de aludirse y ciertos hábitos como el fumar, el beber, divertirse, como algunos de drogarse, formando tribus o grupos como una forma de pertenecer, dirimiendo sus entuertos con peleas, agredirse mutuamente, no eludir las rencillas, en suma, se trata de una forma que representa la condición de ser jóvenes, aspectos normales de esa condición y decimos normales, sin el tinte valorativo moral de bueno o malo sino como hecho de norma, de canon estipulado entre ellos.
Ahora bien, estos jóvenes también asisten a las escuelas públicas y privadas, pertenecen a tales instituciones, y aquí la primera diferencia, la escuela es una institución sujeta al cumplimiento de un rol, primero la de enseñar y segundo la de limitar, ¿a que?, a las conductas juveniles sujetas a su canon pues en ese adolescente confluyen dos ámbitos diferentes, el ámbito de la calle y el ámbito de la escuela, donde lo público y lo privado están representados en su persona.
Si hablamos del joven, entonces, es pertinente también hablar de la escuela, esta como institución debe representar un espacio distinto, porque la escuela no es la calle y definimos calle como ese espacio en el cual aquellos que la viven ponen sus normas y reglas de conducirse, bien, esa escuela debe poner orden, límites a esa calle internalizada en los jóvenes y patentizada en la escuela desde el rol de alumnos, porque en la escuela se mixtura tanto el joven como el alumno. En este marco escolar, una suerte de oposición se entabla entre joven y alumno en el mismo sujeto, donde uno de ellos deberá subordinar al otro, porque la escuela, como estructura institucional implica grados de subordinaciones.
Estos grados de subordinaciones están asociado a sus correspondientes roles y representada en sus directivos, sus profesores, los preceptores y personal no docente, no hay, no existe una relación simétrica respecto a los roles escolares, pues el rol implica lisa y llanamente grados de subordinación, lo que puede cambiar son los estilos de cómo llevar el rol, pero nunca el propio rol.
En otras palabras, la escuela determina que mucho de lo que es normal para esos jóvenes en la calle, dentro del espacio escolar, sea anormal.
La pregunta no tarda en aparecer ¿no estamos frente a cierta violencia entonces?, pues el joven ve que se atenta por como trata, por como piensa y considera que lo que es válido y normal en su cotidianeidad y en el escenario de la escuela, todo eso irrumpir contra él porque es anormal.
Para dar una cabal representación de lo que decimos, podemos teorizar acerca de lo que sucede en las aulas, de cómo la relación entre el joven y el alumno o la calle y la escuela se pueden complicar mucho más.
Así, descriptivamente afirmamos que los jóvenes tienen sus celulares al que usan, tienen sus aparatos donde escuchan música, se levantan para decir algo, se tiran algún mensaje con papel, hablan entre ellos, algunos noviecitos suelen besarse dentro del aula, entre compañeros a veces se gritan, piden salir al baño, en otras palabras, tal contexto, es así porque impera el joven por sobre el alumno.
Por lo cual la pregunta por quienes deben poner orden se hace presente, pues el joven sabe que no está en su casa ni en la calle, donde relativamente puede hacer lo que quiere hacer, mientras que al estar institucionalizado no lo puede hacer y sin embargo, según lo teorizado, el joven ha terminado por imponer la calle en el aula.
Recapitulemos, lo normal de la calle y que en la escuela es algo anormal, aquello normal si se hubo de imponer, entonces, ¿cual habría de ser el rol de un establecimiento educativo al que se le ha impuesto un canon, una norma ajena a su sentido, significado y función?, por ello la urgencia de los límites, si o si debe la escuela disponer de acciones, disposiciones, actitudes etc., limitativas a las acciones y conductas que atentan a su condición de escuela, pero aquí surge un meollo, que tales disposiciones pueden ser entendidas por violentas por aquellos adolescentes en los que impera el joven por sobre el alumno, porque termina por atenta con sus formas de conducta, en definitiva, contra lo que él es.
Un contexto que debe diferenciarse de otro, debe poner en práctica pautas claras, pero si no ejerce tales pautas una extraña y curiosa situación puede dar lugar, pues de la conducta de esos jóvenes más ciertas mezclas de indiferencia, condescendencia de profesores hará que se diluya el sentido del rol escolar y su significado de la subordinación. Así, tal relación no quedar clara por el cual emerja cierto dispositivo colectivo: el dejar que todo surja más cierta actitud defensiva, esto último es nefasto de por si, porque en un contexto donde prevalece lo defensivo, configura un ambiente susceptible a los malos entendidos, donde cualquier cosa malinterpretada, redunde en un estallido entre los integrantes de ese lugar.
La escenas de peleas físicas, maltratos verbales, amenazas de todo tipo entre alumnos y en algunas oportunidades entre algunos profesores también, son la emergencia de un determinado marco contextual: la actitud defensiva provocada por el diluir de la relación jerárquica-rol a ejercer.
Nos hallamos, nos encontramos en un contexto en el cual, alguien/algunos no han sabido cumplir competentemente su rol, ante el imperativo que se le exige a toda institución escolar su función institucional, es decir, asumir su responsabilidad de convertir al joven en alumno, porque si la escuela sucumbe en aceptar como norma a conductas, entendimientos o puntos de vista que no son de su propio ámbito, entonces, tal escuela a sido tomada por la violencia porque actúa bajo normas o cánones que atentan contra su propia condición, así, ha sido ella misma víctima de la violencia y marco propicio del germen reproductor de la misma violencia.
¿Pero es posible tal cuestión?
Para responder partamos de la siguiente conjetura, hay jóvenes que saben de la diferencia entre escuela y calle, entre su condición de alumno y su condición de joven, pues la escuela no es su casa, y los compañeros no son sus amigos y que los profesores no son sus iguales, no obstante, también hay jóvenes donde la división entre el afuera y la escuela por así decirlo, es un tanto difusa, tratan a sus compañeros como si fueran de amigos en el sentido de tomarse confianzas y provocar resquemores, susceptibilidades, ojerizas pues no olvidemos el sentido de la defensiva como algo de permanente presencia.
Y como es de notar, en tal estado de cosas tarde o temprano surgen los conflictos entre los compañeros de la propia aula, por el cual hablamos de un conflicto siempre latente, donde la sensibilidad del profesor debe estar al servicio del trato entre los jóvenes y captar esos aspectos del trato, porque si no lo capta será arrastrado por el conflicto cuando estalle, es decir, la violencia latente en lo áulico al existir, tarde o temprano se expresará.
Según nuestra conjetura, la percepción por parte de los jóvenes respecto a la escuela de ser algo distinto a la calle si o si es algo presente, pero no en todos, porque existen muchísimos jóvenes que sus actitudes revelan que no tienen una diferencia clara y total, y aquí se halla el germen del futuro desmadre algo potenciado por algunos profesores en el contexto áulico con preferencia por algunos alumnos o en su indiferencia, pues os propios alumnos se consideran ignorados por algunos de sus docentes, como es de notar, lo susceptible involucrando a la contención está a la orden del día.
Pero hay algo más nefasto todavía, que del total de la población escolar sólo el 20 % fuera conciente de esta diferencia entre la calle y lo institucional, abriéndose un hiato y al que la escuela no puede zanjar, se trata del espacio del hogar del propio joven y toda la calamidad que pueda sufrir en su contexto social.
Ante tal estado de cosas, esa institución escolar estará en un permanente esfuerzo por la imposición de los límites, de poner coto a todo aquello que no sea de su propio ámbito, y es el que suele reproducir el joven en su condición de alumno, y la escuela termine por agotarse, ante el continuo refuerzo de esos límites y entonces, sea posible que ella sucumba a la violencia, deje de ser ella y se aliene.
Por eso, siempre se juega el sentido mismo de toda institución escolar en todo debate ejercido desde la comunidad educativa de cada establecimiento bonaerense, respecto de lo que envuelve, implica y representa todo ámbito escolar, porque poder determinar lo propio ayuda a identificar a lo ajeno y así, poder intervenir sobre el.
Juan Oviedo