Lecciones
El equilibrio social, si es que algo así puede existir, podemos traducirla aplicando el concepto de gobernabilidad y entendiéndose esto último como a una forma de gestión en el orden de lo comunal no negativa, puesto que toda sociedad es vulnerable a las acciones de un gobierno ejerciendo poder y autoridad e influyendo con sus decisiones políticas a la vida de la nación en su generalidad.
La gobernabilidad es el resultado de una gestión que no provocó o provoca mayores sobresaltos en la comunidad, por el cual bien puede afirmarse que colabora notablemente con el equilibrio social, aunque, tal aspecto no excluya a las desigualdades ni a las problemáticas que ellas generan, pero gran acierto de la gestión en curso será el no provocarlas ni potenciarlas.
He aquí, entonces, en su generalidad la relación gobernabilidad y equilibrio social.
Ahora, situémonos en la particularidad de la ciudad de Villa Gesell y tratemos de aplicar tal concepto de gobernabilidad a ese contexto, por el cual lo primero a preguntar será por el equilibrio de tal sociedad, así, ¿la sociedad geselina tiene cierto equilibrio?, y respondemos que lo mejor que mide el equilibrio en una comunidad es la ausencia de grandes reclamos genuinos de la gente.
Decimos reclamos genuinos de la gente por la sospecha que genera toda movilidad provocada desde una oposición ejerciendo su rol e incluimos también en tal sospecha a los sectores institucionales y la defensa orgánica de sus intereses particulares, por eso señalamos a la gente como representación autorizada de todo reclamo porque lo hace desde la necesidad que acarrea su precariedad, una situación a la que deben desterrar y combatir para poder vivir y en algunos casos, dependiendo de los sectores del partido, subsistir.
Así, la necesidad de la gente es reclamo genuino y socializado cuando encuentra canales para denunciar engaños electorales, promesas ni plazos cumplidas, abusos de autoridad, mentiras varias, aquí los medios abiertos a esa voz son de una enorme importancia social y allende a ello, la importancia que adquieren las movilizaciones y su cabal dimensión, pues movilizarse es emitir un mensaje expresando que algo no está bien en el pueblo en cuestión.
Si en una movilización los intereses partidarios e institucionales no están al frente de esa movilización, bien se puede hipotetizar que ese interés no es sectorial, ni de clase, ni partidario sino que tales particularidades han sido desbordadas. Emerge algo más amplio, más genuino y social en relación con necesidades no cubiertas e aquí, entonces, los resortes provocadores de la inestabilidad social del pueblo: las necesidades no cubiertas de una mayoría social.
De una hipotética gobernabilidad general pasamos a una no gobernabilidad en Villa Gesell, cuyos indicadores son las continuas protestas, los muchos reclamos, las movilizaciones diversas (hubo varias en este último año) señalando y reclamando a la presente gestión su incapacidad para mitigar o soliviar las necesidades de una comunidad, pero lo peor es que tal ineficacia potencia y atenta contra el bien común.
Llegados a este punto emerge un concepto utilizado y acuñado en la antigüedad: el ostracismo, este era un castigo de destierro, así, ostracismo era la fórmula o método aplicado donde se podía desterrar durante un cierto tiempo a un ciudadano no grato o peligroso para el bien común, lo deleznable en una persona en un gobierno ya era realidad en aquel tiempo.
¿Qué hacemos hoy día con incompetentes en el gobierno?, también los expulsamos, los castigamos, en cierto modo se ejerce ese ostracismo, pero aggiornado, pues los cambios de gestión tras una elección implica eso, expulsión del gobierno por un tiempo a la autoridad elegida porque con su incompetencia hubo de atentar contra el bien común.
No obstante, con tal aggiornamiento se deja de lado el sentido de fondo de todo ostracismo, no debemos olvidar que se aplica a alguien no grato y eso indefectiblemente alude a la condición personal del expulsado, quedarse en la faz pública del castigo no alcanza a representar a la verdadera dimensión de todo ostracismo, la instancia privada del sujeto porque éste, ha sido expulsado por su forma de ser, he aquí la cabal dimensión del castigo, en el fondo, jamás se castiga a tu gestión sino a ti, a lo que eres.
Entonces, aquel castigado lo fue por su forma de ser manifestado en lo que hace, actúa, conduce y dice desde su condición de gobernante y que al no tener medida, límite, mesura hubo de poner en riesgo a la comunidad entera, donde esa ausencia de límites y de orden implica una presencia perturbadora a toda armonía o tacto de todo gobernante: la soberbia, ese deseo por ser más importante que los demás.
Los griegos de antaño hubieron de imponer al ostracismo a aquellos que se destacaban y empezaban a imponerse a los demás, siendo eso provocador de una desigualdad entre los ciudadanos de aquel tiempo y creían, que imponiendo el castigo del ostracismo, más allá que efectivamente el castigado fuera mejor, tenia que irse porque no se puede convivir con un tipo de superioridad que a la larga, romperá el equilibrio social.
Pero hoy, nosotros no lidiamos con la excelencia humana por el contrario, con el vicio social de la soberbia traducido en vanidad, hallamos a los sujetos elegidos como gobierno, perteneciendo a un estrato superior del cual no deben rendir cuentas a nadie, y aquí la paradoja no tarda en instalarse: ¡cómo un sistema igualitario queda en mano del diferente, del distinto, del superior y que en nombre de la igualdad habrá de ejercer su gestionar!
Las dimensiones de lo público y lo privado muestran sus respectivas consecuencias redundantes en castigo, porque el efecto de la soberbia en la dimensión pública se constituye en antivalor a toda democracia porque ese ser distinto, diferente, al mando de un gobierno opera desde su particular creencia de que todo lo que hace o dice será óptimo, con capacidad de superar todo lo dicho y hecho por los demás, cuyo mejor ejemplo lo hallamos en todo refundar, y ni que hablar de sus seguidores con el signo de la prepotencia, altivez y arrogancia, negación de toda armonía política y toda posible convivencia pacífica, al considerarse que son y están por encima de gente a la que deben gobernar y legislar, despreciando a todos aquellos que no piensan igual que ellos.
El ostracismo que hoy aplicamos al remover a gobernantes en los comicios debe dar lugar al ostracismo de lo que cada uno es como condición moral, pues ese es el castigo que debe desnudar como nadie el cambio de toda gestión, la condición no grata de esa forma de ser y como tal, fundamento expulsivo de la comunidad.
Y es lo que se debe aprender.
Juan Oviedo