El amor: entre la ilusión y lo real (novena entrega)


No entraré a la polémica de esta Solaris con la del gran Tarkovsky, no es esa la intención de esta nota, aunque, si habré de centrarme en la remake de Steven Soderbergh y de su Solaris del 2002 para desarrollar el texto.

Dejaré de lado los problemas de la estación espacial Prometheus e iré al final de la película, al desenlace entre Rheya Kelvin y Chris Kelvin porque involucra el sentido de lo real y el de la ilusión aspectos fundamentales de la eterna trilogía: el amor, su ontología y los hombres.

Recordemos la acción de Rheya, presa de un momento angustiante se suicida y su esposo Chris queda anclado en tal desencadenar trágico, después de cierto lapso de tiempo por su condición de psiquiatra, él, deberá viajar hasta la estación Prometheus por extrañas anomalías allí ocurridas, y una vez en la nave algo perturbador sucede, Chris es despertado por Rheya pero no en sueños sino en vigilia.

A partir de ese fenómeno el escenario de Chris es la de una agonística fatal, entre una racionalidad profesional exigiéndole un sentido de realidad y el estar frente a Rheya, tal es el estado de cosas, en la interioridad de él. Aunque, algo más perturbador todavía, pues se genera en Chris, la pregunta de considerar a esta Rheya, como diferente a la Rheya amada por él allá en la tierra.

Todo este drama sucede en la estación espacial Prometheus, cuyos límites acerca de lo que es o no real, se hubieron de trastocar por la presencia de una entidad denominada Solaris.

La batalla, en el fondo es entre lo real y la ilusión pivotando sobre un trasfondo de creencias en Chris, cuyo marco es la vida y la muerte, que Rheya esté viva después de su suicidio.

He aquí el antagonismo que traza las coordenadas terrestre, la vida y la muerte, aunque, tal absoluto queda relativizado cuando la presencia de Rheya deja de ser cuestionada, el profesional sucumbe pues Chris, termina por aceptarla a ella como real, y vivir en su presencia, habrá de perderse en su encanto, en su suavidad y tibieza, él, se abandona a este cúmulo de sensaciones placenteras, se deja llevar por tal sensualismo delicioso y mitigar el dolor, la culpa y la angustia que la muerte de Rheya le provocó.

Meditemos este aspecto, Rheya jamás puede ser real, pues murió y sabemos que es por esa identificación con lo real donde algo puede afirmarse como ilusorio, no obstante, los indicadores de lo real físico, materia y símbolo muestran como real, algo que si o si, debe ser ilusión, porque pretender la presencia de Rheya como algo real, es parte si o si de una extraordinaria enajenación.

Entonces, ¿es la presencia física de Rheya cuestionable desde el punto de vista real porque hubo de haber muerto o lo que se entiende por real en la tierra, no es vigente en Prometheus? Considerada desde un a priori, Rheya es una ilusión, sin embargo su ontología comienza a ganar consistencia en la mente de Chris porque éste vive su amor y eso, termina por ontologizar a Rheya sin atisbo de duda alguna.

Esto nos pone frente a un extraordinario hecho ontológico, pues la existencia de Rheya como real fue determinada por el significado que acarrea ese amor, fundamento circunscrito al perímetro de la nave espacial Prometheus, siendo con la otra entidad, Solaris, el principio otorgante de significaciones y realidades.

La ilusión, entonces, ya no trata de si existe o no existe, sino adquiere un nuevo horizonte, y consistente en aquel que vive fuera del amor, lo hace ilusoriamente o sea, lo real, sólo es posible en y desde el amor.

Enfatizar el binomio real-ilusión no es gratuito porque tal binomio hubo de jugar su preeminencia en la existencia de los hombres desde siempre, entonces, la pregunta ¿que hace que algo se muestre como real y viceversa?, he aquí las alternativas individuales de cada persona, pues hallamos a la ilusión una disposición del hombre al juego, por el cual ella siempre está presta a atraparlo y a seducirlo, mientras la realidad, a sujetarlo porque se le impone, una entra sigilosamente por un pensamiento o un acto de imaginación, mientras la otra desde lo concreto, algo que se inicia fuera de cada sujeto para terminar por poseerlo como objeto.

Así, desde los distintos ángulos fenoménicos como la seducción y la posesión, lo real y la ilusión van tejiendo su malla para dar lugar a su atávica tarea de atrapar a los hombres, entonces, si recordamos, soñamos, imaginamos, añoramos he ahí lo real en nosotros y cuando sentimos, proyectamos o simplemente estamos bajo los efectos del momento lúdico, del beso profundo he ahí la ilusión.

Amamos desde la profunda ilusión que nos inspira una persona, nada se asemeja a esos momentos donde diagramamos una forma de ser de alguien al cual desconocemos y pensar en su forma de ser, así, especulamos, suspiramos, proyectamos, buscamos con ahínco y anhelo estar frente a esa persona al que le hemos dotado de todas las cualidades potenciales, tal es la ilusión que nos empuja estar frente a ese otro.

La ilusión que vivimos pone en juego y jaquea a todo lo real, lo real es lo experimentado desde esa ilusión, la experiencia no esta en relación con el allí afuera, en el mundo de lo concreto sino desde toda la gama de posibilidades que el juego ilusorio despierta en nosotros con emociones, posibilidades, momentos, sensaciones que proyectamos ante el despertar de ese otro por el simple hecho de pensarlo.

Y sin lugar a dudas, uno desde allí ama.

Entonces, lo real del mundo circundante queda centrado en la persona que se dice amar, aunque, se ama al más allá de esa persona, porque esa persona es un desconocido total, pero íntimamente ontologizado desde la sugerencia de su presencia y sin embargo, se siente algo por alguien pero al cual, se desconoce.

La trilogía que implica lo real, la ilusión y el amor, forma parte de un universo tan curioso y efímero como incomprensible en sí, pues, sin buscarlo se le impone a uno y cuando se lo busca, jamás deviene.

Pero claro, este amor no es el que la sociedad ha semantizado, no es aquel que termina matrimonio, ni familia, no es el final feliz de hollywood, pues estas formas son estructuras sociales e imaginarias que buscan condicionar aquello que escapa a todo imaginario y condición, pues él mismo, no está sujeto al condimento ontológico de las personas, porque tal forma de amor, es el más ilusorio de todos, aunque, ser el más real en todas las sociedades.

Aquí, en el mundo social, lo real y la ilusión se revelan antagónicas, si amas te casas y si te casas, entonces, debes tener familia y formar vínculos con abuelos, padres e hijos, he aquí lo real, todo lo otro es ilusión, así, la honda significación de lo expresado es la condición utilitaria del amor como expresión típica de mentalidad capitalista donde todo deber tener y dar sus beneficios, la paradoja es que lo iniciado en lo más privado de las conciencias por mandatos e imaginarios sociales, deberá devenir en algo público y desde eso público, poco a poco disecar lo iniciado en esa esfera privada.

Si dijimos que el amor es ontología pura es porque trastoca los límites de lo real y de lo ilusorio, no decimos que los anula, porque entonces no tendría posibilidad a ser, esto tan difícil de entender por aquellos que no están bajo su influjo, es realidad esencial a todo enamorado, porque la ilusión iniciada desde lo real, fue el primer impulso que me llevo hasta tu boca y sellar con ellas nuestro primer beso, y ese beso, antes de ser la unión de dos bocas, ya estaba rondando en la ilusión del encuentro, sin saber cuando él podría ser en los dos, esto vuelto uno.

Y ya para terminar, la tragedia portadora de Chris en vida, será el haber colaborado en el suicidio de su esposa y prontamente sufrir la pena, pero por sobre todas las cosas su mayor condena, será la de ser un hombre enamorado.

Chris va a la liberación de su hastío va hacia Rheya, pues ella como mezquina realidad humana hubo de imponerle a Chris su muerte y la de un aborto incluido, Solaris se lo devuelve a la vida, aún, desde la inicial sospecha de ser ilusión desde lo terráqueo.

Pero la presencia de su Rheya y el misterioso niño al cual Chris asume como propio son instancias más allá de toda realidad y sin embargo, Chris, ya no resiste.

En algún momento, no importa cuando ni con quien, el amor advendrá y los límites de lo real como los de la ilusión tornarse difusos y paradójicos, allí, un primordial escenario se crea con dos actores en escena: mujer y hombre, únicos e irrepetibles, aunque, después, también en algún momento ellos mismos, habrán de disecarlo cuando sean matrimonio.

Juan Oviedo