Soledad (octava entrega)


Mi soledad jamás fue un estado del alma

Ni un atributo de mi conciencia.


Mi soledad nació solo contigo

Cuando el mundo se perdió tras de ti.


Sea quizás la palabra soledad, como la contraparte más nombrada y más negada del alusivo del tránsito amoroso en el universo humano, curiosa paradoja porque si hay un atributo universal alguno en la condición humana antes del amor, es la propia soledad.

Como soledades que somos, reímos, jugamos, disfrutamos con otros pero siempre desde nuestra condición de ser solos, aunque lo más extraordinario es que siendo soledades, no la experimentemos como sentimiento sino sólo recién como eco del amor pasado, ido, perdido, en esa dramática presencia de vivir la vida con el amor perdido y perpetuado en los recuerdos, allí sólo irrumpir el sentimiento de la soledad.

Porque se trata de la pérdida lo que habrá de despertar a tal sentimiento, puesto que no existe el sentir en sí, sino que todo sentir es provocado por algo y en el caso de la soledad, se hará presente por la ausencia significativa del amor.

Olvidamos con facilidad que nuestra conciencia nació en la delimitación de lo que éramos refractando al otro y fue tal delimitar de nuestro espacio interior, que creo al mundo de lo ajeno, la emergida identidad nos floreció como seres únicos y fue posibilidad de lo extraño, porque ser lo que somos nos hace ser sólo para cada uno de nosotros, en otras palabras, nos hace ser solos y apartados del resto que es lo intruso.

Así, la identidad de lo que somos hace posible nuestro ser y en ello, el sentimiento de soledad no existe, puesto que nada más propio a nuestra ontología que el ser siendo solos, de allí que la máxima que reza que el sabio nunca está menos solo que cuando está solo, tiene en sí el infinito poder de lo profundo.

Por lo tanto, la estela que deja el amor cuando pasa por la vida del hombre es terriblemente paradojal porque expulsa de cada si mismo a la soledad que lo constituía para emerger otra nueva, pero como condena, pues la nueva soledad se yergue mortal presencia para ese sí mismo, y si la soledad fue anulada en las mieles de la relación amorosa, estos seres al quedar huérfanos de las mieles, quedan expuestos a sus sí mismos y experimentar la condición terrible del sentirse solos.

El vínculo que consustanció con ese otro y marco de la nueva identidad denominada nosotros, que había subsumiendo al tu y del yo, se fractura, así, ese par numérico y otrora unidad existencial, enrostra sin piedad al propio ser sin el otro.

Otra nueva realidad adviene al mundo, la soledad y su sentimiento, ella habrá de calar y ahondar más, pero infinitamente mucho más tiempo del que es posible soportar.

Es tiempo de padecer la ausencia, de esa compañía que supo nutrir, vivificar y hoy no presente, expresado en cada momento, rincón, espacio, sentir que se está sin ella o él, no que se siente solo sino que se está sin esa ella o sin ese él, que es el meollo de la soledad

Pues, por lo general se confunde que la soledad es porque se está sólo, corregimos tal apreciación, se trata de no estar con quien se quiere estar, compartir, vivir, hacer las cosas que se hacía.

El sentimiento de soledad que experimenta todo separado lo sume en la angustia de enfrentar a un nuevo mundo al que no está preparado para enfrentar, es más, ese mundo hay que volver a hacerlo, el mundo son las cotidianeidades y cuando éstas faltan, la realidad se torna liviana.

La fuerza amorosa origen de toda fuerza positiva y evidencia del pleno existir, será la fuente del sentimiento de soledad, se negativizará dando origen a la paradoja de arrojar a ese hombre al abandono de su sí mismo pero sin su sí mismo, entonces, tal ser se configura en un simple ente abandonado a actividades repetitivas y sin sustento existencial.

Como expresa el final del poema, el mundo se perdió tras de ti, se yergue mero estar despojado del nosotros como soporte del mundo, donde en algún lugar estás tu o estoy yo, pero nunca más como nosotros.

El sentirse solo, implica añoranza de lo que no se tiene, de lo que se extraña, que no es lo mismo que se recuerda, la diferencia esta en el sentido de remembranza y el recordar, el primero, implica un anhelo a vivir lo que ya no se vive, es decir, continua presente en la conciencia del sujeto el mundo o estado de cosas que hubo provocado la experiencia y a la que necesita volver, el segundo, se trata de un mero evocar y sin anhelo alguno de repetición.

Pero hay algo más nefasto todavía que la experiencia del sentir la soledad y es esforzarse por ocultarla, negarla, ya que al ser uno con esa calamidad, perderla será la alternativa a optar y para ello autopostular la opción del olvido, comenzando con el otro y después, de sí, por el cual buscar nuevas relaciones, aventuras amorosas, con los pasajeros del momento, de comulgar en el altar del pseudo amor por la ausencia del amor otiotus, que habrá de perpetuar el desencanto por la vida.

Como un viajero sideral en el cosmos humano, el amor hubo de exiliar a la propia soledad constitutiva del sujeto y devenir angustia e ir tras los nuevos rostros, los dulces momentos y los seguros fracasos, volver a repetir lo mismo y su consecuente hastío de lo mismo, la instancia de ese entretenimiento como olvido de sí y sus esporádicos logros, tarde o temprano terminan saturando a ese individuo y momento de la inquietud de estar solo de nuevo, en la paz que significa el propio reencuentro.

Entonces, ¿qué es lo que queda?, sólo vivir el sentimiento de soledad como antes se hubo de vivir el sentimiento del amor aunque porque el pasado ancló en esa conciencia la presencia de lo amado, donde, las notas existenciales de ese amor experimentado son las notas que se recuerdan, donde el amor paso y lo amado queda, eje encarnado del dolor que añora.

La soledad con el sentimiento de soledad muestra lo dual de la condición humana, pues despertar lo positivo implica estar abierto también a otras fuerzas tóxicas del existir como son la tristeza, el dolor, la melancolía y la acedia, ellas asumen en la interioridad del hombre el timón de su vida, he aquí entonces la llaga que representa el sentimiento de soledad que anula a todo por qué, a todo motivo, a toda urgencia por la vida, donde el individuo busca anestesiarse, busca el letargo y el sopor para no soportar más tales sentimientos.

Así, la condición dolorosa del sentimiento de no ser ya pareja, hace que seas soledad, he aquí el nuevo presente instalado y atentando, suprimiendo a la genuina soledad constitutiva del ser, lo que por origen implicaba condición ontológica, después, surgir como negación, así, la máxima que nos alerta acerca que nunca permitas que nadie tenga demasiado poder sobre ti, nos señala del significado de dar cabida a otros, la miel suele lacerar cuando deviene soledad y experiencia abierta en cada ser humano que transita por el alado mundo de Eros.

¿Comprometerías a tu ser por la alada presencia de Eros?

¿Permitirías ser manejado por aquellas fuerzas a las que no conoces, ni controlas, ni entiendes?

¿Darías lugar a tu vida a cualquier ontología justificada por Eros?

¿Morderías tales frutos?

Pero por sobre todas las cosas, ¿sabes qué es lo que significa?


Te lo diré:


Mi soledad jamás fue un estado del alma

Ni un atributo de mi conciencia.


Mi soledad nació solo contigo

Cuando el mundo se perdió tras de ti.


Juan Oviedo