Epitafio


Nunca fue mujer y nunca fue madre

Intentó afanosamente ser persona

Y también allí fracasó.....


No es que no tuviera hijos

Ni tampoco ejerciera el placer

Como tampoco dejara de insultar

Enojarse o enjuiciar

Sino que siempre lo hizo desde

La siguiente confusión.


La de ser madre por tener hijos

La de ser mujer por ser madre

Y llegar a ser persona

A través de la madre y de la mujer.


Como espejo de la nada

No amó ni fue amada...


Epitafio de su existir.


Las letras nos van situando, nos van componiendo un escenario escatológico y tremendo para el viejo Occidente porque nos habla de una experiencia no querida ni deseada y siempre evitada, nos habla de la experiencia de la nada.

El horror, la angustia, la soledad, no alcanzan ni siquiera a rozan el significado existencial que subyace en la cruda experiencia de la nada, no obstante, quizás tal experiencia se cruce en nuestra vidas de una forma más cotidiana de lo que la mayoría de las personas estén dispuestas a aceptar, porque allí, donde se patentice en alguna forma lo leve, emergerá en el mundo ciertos modos de estar de esa levedad, dando cabida a los estiletes existenciales de la angustia, el aburrimiento, la apatía, el desinterés, negaciones a todo porqué, quitando los motivos en la vida e instalando la profecía del mero estar, por ello, cuando entran a tallar tales estiletes existenciales es porque la nada: es.

Sin eufemismo alguno, la nada se expresa desde diversos ángulos en nuestras vidas, aunque, primero hubo de participar en el albor intelectual de Occidente desde el dilema metafísico del ser y el no ser, y tras la elucidación del venerable Parménides, la nada habrá de adquirir el estatus de paradoja existencial y circunscribir su vuelo al amplio escenario de la conciencia europea post segunda guerra mundial.

Por la presencia incomprendida de la nada, es que no hay gratuidad cuando se busca atrapar en lo cotidiano a momentos e instantes que permitan elaborar alguna referencia con la vida, ante nuestra condición de estar sujetos a las fugacidades de la vida porque en ellas, la nada irrumpe en el ser. No es gratuita, entonces, la quimera de lo eterno elaborado como respuesta a la finitud que nos limita, en otras palabras, virtualizamos el escenario de la muerte al dejar de ser lo que fuimos ante el arrebato que significa lo fugaz, la fugacidad nos arrebata el ser cuando no permite que continúe la experiencia que nos faculta como ser.

Y en el punto de aquello que nos hace, que nos define y que también nos constituye nos enfrenta a la mayor de las fugacidades posibles: el amor.

Si inventamos lo eterno por lo fugaz también hemos inventado el recuerdo del amor como simple artilugio para perpetuarlo y que no es más que asesinar a lo ya muerto, de forma inversa, la nada, no puede ser asesinada ni destruida con tretas psicológicas, sociales o culturales porque no se puede escapar de ella, tal como se patentiza la sed en el sediento, que al beber el agua de mar tratando de mitigarla, no hace más que incurrir en un lento y doloroso suicidio.

Aunque, más allá de todo ardid, la nada estará presente con sus indicadores mundanos tales como son el aburrimiento, el tedio, el sin sentido, el hastío, aspectos que nos dicen, nos señalan que ese sujeto se encuentra circunscrito a ella, por ello señalaremos sentidos y significados de algunos de ellos que esterilizan sin más que lo posible del amor, sea en el mundo.

Hoy día es natural escuchar en la mayoría de los jóvenes o adolescentes la expresión del estoy aburrido o eso es aburrido, mostrando una situación de apatía, un dejarse estar en la plena condescendencia de su dejadez y la ausencia de emoción alguna, aspectos también extensibles al mundo de los adultos y en especial a sus relaciones interpersonales repetitivas, monótonas y estúpidas pero, ¿cuál es el significado existencial del aburrirse?, de estar bajo una total ausencia de interrogación, de vivir en una realidad en el que impera el mero porque sí.

Todo aburrido es partícipe de una situación extraña e incómoda en su sí mismo pues se halla sin experiencia que lo motive o lo interese en algo, así, los lugares de trabajo como el hogar en muchas amas de casa suelen ser lugares sin perspectiva, asignificativos, como contextos proclives a provocar el aburrimiento.

La etimología de la palabra aburrir tiene como origen “abhorrere”, en latín “tener horror”. Se trataría de una posición que evitaría el horror, pero ¿que causaría horror a una persona?, algo que nace en uno mismo, se genera dentro de uno como consecuencia de algo horrible, el sopor existencial del sin por que y del sin nada para hacer, por lo tanto ¿qué queda para tal persona?, la única vía de escape a la condición aletargada que provoca el aburrimiento será el de la diversión como la del entretenimiento.

Así, la nueva presencia, la nueva boca, el nuevo orgasmo, la flamante desnudez, la extraña genitalidad, he aquí los nuevos fetiches de los indicadores mundanos de la patencia de la nada y que ha sabido notablemente explotar la industria sexual. La noche y los lugares de encuentros, la virtualidad de los mismos a través del Chat, el exhibirse a través de la cámara en la Web, el llame ahora, las citas, todo un universo tecnológico que tras la justificación del encuentro o la comunicación, vive la instancia del entretenimiento como expresión del abhorrere.

Otro anulador del mundo es el denominado tedio del latín Taedĭum, que significa soportar algo o a alguien, el sujeto tedioso responde a su propia liviandad donde el tedio le muestra su condición de insoportable, dando origen a la paradoja del demasiado pesado de todo individuo liviano.

Y como escape a ese tedio sucumbir a la confusión de:

La de ser madre por tener hijos

La de ser mujer por ser madre

Y llegar a ser persona

A través de la madre y de la mujer.

Esta instancia paradojal de buscar el ser apelando a un no ser adquiere el hondo significado de lo plástico que implica lo humano, mezcolanza de Kaos y Kosmos, lo paradojal nos revela al tedio como soporte de la propia ligereza cotidiana, de soportar lo insoportable impulsando al liviano existencial a los límites del hastío.

El hastío, su etimología implica algo doble pues del latín fastidium, ‘disgusto’, ‘desdén’, ‘altanería’, ‘exigencia’, y la Academia lo define, en primera acepción: “repugnancia a la comida”, y, en segunda, lo hace sinónimo de ‘disgusto’, en el sentido de ‘tedio’, pero el hastío pide un alivio a ese disgusto de no querer estar en tal o cual situación.

El paso del disgusto al hastío es de orden cualitativo pues el individuo hastiado buscará escaparse de sí a través de cualquier propuesta del mundo que le rodea, así, la salida a lo inesperado o a lo insospechado es alternativa a probar, hacer o consumir, aquello que le pueda provocar un torrente de adrenalina, que incluyen peligros y nuevas sensaciones están al servicio del hastiado para que no vuelva a enfrentar la misma situación, fuente por el cual muchos hombres maduros se pongan de novios con jovencitas como combate al hastío de su matrimonial o al deber familiar.

Pero no existe ni existirá mayor anulación del mundo que el sin sentido, estamos frente al más mortal y al más terrible de todos los anuladores, ni siquiera es recomendable ser conciente de ello, lleva fácilmente al extremo de acudir al suicidio para combatir su presencia, el sin sentido emerge como presencia de una ausencia: la condena que significa existir sólo por el sentido, la emergencia del sin sentido, entonces, es la revelación a la conciencia de nuestra íntima tragedia: encontrar sentido en el existir.

Esta presencia de la ausencia y a la que estamos obligados, provocará que tanto la ilusión y la realidad licuen sus límites ante el sopor existencial de la nada, así, el mundo pierde peso y adviene lo ligero, marco conceptual de interrogaciones y respuestas leves, levedad por sobre todas las cosas donde ya nada sustenta, nada queda fijo, lo volátil se instala y los meros sin por se desgranan en la gratuidad cotidiana del subsistir.

¡Ah!, el letargo del sin sentido carcomerá al individuo hasta el punto de despojarlo de toda resistencia y victimizarlo a los acostumbrados y cotidianos opiácidos de los medios, los programas televisivos e intenet, deambulando e instalado en la costumbre que habrán de saturarlo todos los días.

Por ello, el final del poema que reza:

Como espejo de la nada

No amó ni fue amada...

Epitafio de su existir

Nos señala que la nada, está presente en nuestras vidas mucho más patente y real de lo que podremos imaginar, donde el amor, se revela imposible a ser en el mundo.


Juan Oviedo