La revolución de Magdalena (quinta entrega)
La prohibida película de Scorsese La última tentación de Cristo, en los años setenta, nos plantea a grandes rasgos lo que posteriormente habría de circular masivamente en el mundo literario e inscripto bajo la mirada revisionista, la correspondencia entre Cristo y María Magdalena, la sospecha por su condición de pareja.
Tal sospecha en el citado film es lo que se entiende como la última tentación, sucediendo en el tormento de la cruz, puesto que la realidad del crucificado, de ceder a la tentación, le correspondería un cambio radical, vivir el resto de su existencia junto a María Magdalena.
El momento sustancial de la película nos muestra en la crucifixión la llegada de un ángel y liberarlo de su martirio al decirle que su condición de Mesías no era tal, sino que se trato de una terrible ilusión, así, su misión y su predicar aun la misma crucifixión como su agonía, ya no tienen sentido de ser, él es un simple mortal y puede acceder a otro tipo de realidad, por supuesto, el final de la película lo dejamos de lado.
Entre los estigmas que hubo de cargar Occidente el nombre de María es uno de ellos, acuñado desde los cimientos de la cultura occidental representa a dos momentos extraordinarios del género femenino, el ser madre y el ser mujer, cuya perspectiva religiosa hubo de plasmar el valor de lo virginal y la condena de lo pecaminoso. Heredado de los valores patriarcales de la sociedad judía que imponían a sus mujeres normas de sumisión y un trato desigual, el cristianismo dividió el significado del nombre María en una María madre y otra María en su condición de mujer, pero ésta última portará la mácula que la enjuició como meretriz.
Tal mácula hubo de emerger desde ese trasfondo religioso y eclesiástico de símbolos y valores, de normas, ritos y límites a las pasiones humanas, ello fue el freno a las fuerzas del mundo profano circundante, no obstante, las dos dimensiones de lo sagrado y lo profano compartirán algo en común, la realidad que condenaban o ensalzaban: el ejercicio de la sexualidad pero no su sentido como tal.
La sexualidad propuesta desde el mundo cristiano tubo un sólo propósito: el de la reproducción, por ello sólo será entendible dentro del pacto matrimonial y su sentido ulterior, constituir la familia a través de la descendencia.
Tal significado nos muestra a lo sexual como expresión utilitaria y funcional en pos de los intereses cohesivos epocales y milenarios, pero fundamentalmente, de desterrar a la sexualidad de toda esfera privada porque lo privado, puede atentar, alentar a buscar al sexo como placer y desearlo como tal, y tal inquietud, viola el sentido de entender al sexo como procreación.
Desde el patriarcado cristiano se niega de raíz toda dualidad de entender a la sexualidad como procreación por un lado o placer por el otro, sino que genera la unidad del placer detrás del procrear y sólo en el canon familiar donde el género femenino es objeto de procreación, y la mujer al cumplir con los mandatos impuestos será mujer respetada, mientras que la mujer como objeto de placer será meretriz.
El placer desde la concepción patriarcal pone la condena en la meretriz y no en su clientela, tal como en un momento de la película se muestra a María Magdalena ejerciendo su función y los clientes esperando por su turno, porque el cliente en el patriarcado, será siempre justificado por su condición de varón.
Esta relación entre prostituta y cliente pero especialmente la desigual valoración que implica uno y otro condena algo más profundo, en primer lugar el ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio, pero existe todavía otra interpretación mucho más radical y escandalosa, que el acto sexual en la mujer fuera del matrimonio, representa el ejercicio de su libertad, y eso es lo que la concepción patriarcal no está dispuesta a aceptar, la libertad de la mujer, porque en el acto mismo del decidir de la mujer acerca de su sexualidad, la muestra en una actitud rebelde, buscando independizarse del yugo del patriarca.
Y si el nombre de María Magdalena es portador de cierta mácula y carga determinada sospecha, es por la acción patriarcal ante la actitud rebelde y desafiante por romper con los mandatos de su tiempo, de no aceptar las cadenas de la sumisión que el mandato patriarcal le hubo reservado como tal. Que había de determinar el cómo, el dónde, el cuando deberá ejercer la mujer su sexualidad, estamos ante la revolución de Magdalena que combate al poder que subyuga a la mujer desde el ámbito de su sexualidad, porque Magdalena hace de su sexo, el libre ejercicio de la dimensión privada que significa el placer, y eso será lo más revolucionario para el patriarcado de su época.
Los fundamentos de este patriarcado judeo-cristiano dará como resultado en el posterior Occidente la cultura machista de la preeminencia del hombre por sobre la mujer, y sus connotadas características donde lo racional, la objetividad y la utilización de la mente, serán aspectos perteneciente al hombre, mientras que por el lado de la mujer se le habrá de endilgar el ámbito de los sentimientos, de ser naturaleza y también subjetividad.
Tales aspectos ideológicos habrán de mantenerse casi sin oposición hasta el florecimiento de los movimientos de liberación femenina a principios del siglo XX, momento de denuncia como de resistencia a la desigualdad provocada por el mundo patriarcal y que habrá de desembocar en la revolución sexual de la mujer en la provocadora época sesentista.
Nótese que esa revolución como toda revolución no será una instancia menor, puesto que su eje será la decisión del ejercicio de su sexualidad, elección respecto a cómo, dónde y cuando ejercerla. Esta actitud es demoledora de los cimientos utilitarios del sexo como familia y reproducción, lo saca de su condición cohesiva y lo lleva al ámbito al que pertenece: lo privado, máxime cuando en tales años habrá de emerger en el mercado farmacéutico un anticonceptivo denominado la píldora quitando el temor a las mujeres de los embarazos no deseados.
¿Cuál es el significado de lo sexual?, el en sí sexual que no significa el en sí genital, se nos muestra como poderoso constitutivo de lo femenino y lo masculino porque lo sexual, es siempre ejercido desde el género, un ejemplo de lo que decimos se encuentra en lo asexual.
Lo asexual no es lo mismo que lo asexuado, la diferencia consiste que el asexuado no posee órganos reproductivos mientras que el asexual, es aquel que no siente deseo alguno, no tiene interés o necesidad eróticas, donde a esa persona asexual no le atrae ningún otro que despierte su sexualidad. Esta pérdida de su sexualidad que opaca también al género ajeno redundará en una minusvalía a su estado de persona.
Desde los instantes en que el hombre comienza a recorrer los senderos de lo asexual su condición como género comienza a morir, ser asexual es morir como principio femenino o masculino, es agonizar a la dimensión erótica que hace de la sexualidad el exclusivo camino hacia lo vivo, el placer vivo de toda experiencia erótica.
Esta sexualidad que no es reproductiva sino ejercicio del goce siempre excede al condicionamiento genital, y el mejor ejemplo lo encontramos en la práctica homosexual y en los momentos de su relación, un aspecto activo y otro pasivo como principios que representan a lo masculino y a lo femenino, roles desplegados en la pareja de amantes.
No cabe duda alguna, entonces, acerca de la importancia, significado y alcances de lo sexual y de los esfuerzos generados para ser utilizado como herramienta opresiva y de dominación, aspectos que hemos ido planteando y que al rescatar la actitud de María Magdalena y su concepción de lo sexual como derecho privado, es lucha revolucionaria en contra al patriarcado ante su condición de mujer que decide.
Pero si señalamos la dominación uno de los más presentes y vigente en el día de hoy lo hallamos en el componte afectivo como justificación a lo sexual.
Tal aspecto, se encuentra instalado especialmente en la mujer porque ésta todavía requiere de la presencia de lo idílico como motivador de su sexualidad, y poder vivirla sin culpa, ante el virtual enjuiciamiento con cargar la mácula de ser meretriz por ejercer el sexo como placer, esto significa que el sexo debe ser justificado, es decir, debe adquirir pertinencia desde otro orden que lo posibilite como tal, e aquí el emerger de la instancia romántica y afectiva, por lo que el sí mismo de lo sexual es algo negado y sólo como complemento a otro orden será aceptado como tal.
Pero aún hay algo más degradante todavía para la mujer y componente espantoso y recalcitrante de esa ideología patriarcal y es la que alude a la condición moral de toda mujer a través de su castidad, que no ejerza su sexualidad. Esta característica de lo casto tendrá su representación en su máximo icono: la virginidad, efecto falaz del discurso patriarcal manteniendo su yugo sobre ella, consecuente con la anulación a la capacidad de vivir privadamente su destino como mujer en el libre ejercicio de su sexualidad.
La virginidad como sentido de pureza y sin mácula alguna ha sido una burla al espíritu femenino máxime cuando ha sido un preciado trofeo al engreído varón, víctima del patriarcado el símbolo de lo virgen es una negación a toda mujer y en la presente reflexión, lo virginal, también se torna prerrogativa ideológica para calificar como sujeto matrimonial.
Pero esta dominación del varón donde la virginidad aliena a la mujer su condición erótica, también continuará en la esfera privada del matrimonio, cuando en su seno se paute el copular del varón y la pasividad de ella cuando preste su órgano reproductor ante el deber que exige el cumplir su rol de esposa, ésta será violada en el superlativo significado de la palabra, porque se violará su posibilidad de ser desde el placer, que representa el ejercicio de lo sexual.
Tal degradación, también se encuentra sugerida en la película de Scorsese cuando María Magdalena le enrostra al Cristo su hipocresía por no atreverse a dejarse llevar por lo que siente, mientras que él, antes de partir al desierto se encuentre preso del dilema que lo desgarra, conciente de María Magdalena, desea poseerla, de hacerla suya pero no sólo en la faz carnal sino en su condición de mujer para construir un hogar, una familia junto a ella, pero no puede dejar de lado la condición meretriz de ella.
Sin embargo, Magdalena no muestra en ningún momento signos de resignación a ser nadie o de estar sin nadie sino que aspira a ser considerada mujer y todo lo que ello representa, esposa, madre, compañera y no de cualquiera sino justamente de él, aquel que se encuentra atormentado por su doble condición en pugna interior, lo divino y lo humano respectivamente porque en el fuero íntimo de María, ambos son merecedores del otro.
La revolución de Magdalena es justamente eso, el no quedarse bajo la valoración social de un patriarcado que condena la prostitución y por otro lado, la considera necesaria para que los jóvenes de su tiempo adquieran cierta experiencia en las lides amorosas, ella no se automargina ni se autoexcluye sino que por sobre todas las cosas es mujer que aspira a ser considerada desde su sí como alguien digno en si, ya que lo que haga con su cuerpo es decisión suya y que en todo caso, la acerca a la definición contemporánea de trabajadora sexual, alguien que no experimenta en su autoconciencia ningún juicio moral respecto a su trabajo como tal.
Par finalizar en esta en la oposición entre una María virgen y otra María meretriz, en ambos casos nos encontramos frente a construcciones de un patriarcado que le dice a la mujer ¡qué debe hacer con su sexualidad!, donde la rebelión de María se convierte en icono contestatario a tal dominación, al ponderar lo sexual, ejercicio de una privada decisión en la condición plena de ser mujer.
Juan Oviedo