el vuelo como una virtud del comandante, no obstante las incontables violaciones.
Ya pasó la primer instancia de las impugnaciones ante el Juez Federal con competencia electoral en la Provincia e igual de fácil pasará la apelación ante la Cámara.
Los encargados de controlar eventuales desvíos y exagerados consumos de combustible que en forma de subsidios, anuncios y promesas se desparraman al voleo producirán desequilibrios en los registros que, en todo caso, alguien arreglará alguna vez o nadie arreglará nunca.
Lo cierto es que estamos siendo involuntarios testigos de un desborde incontrolable de recursos que harían poner colorado a un Jeque árabe pero que acá no mueven un pelo a sus alegres ejecutantes.
Para peor, el panorama anuncia malos pronósticos de turbulencias, porque las encuestas se empeñan en no dar su brazo a torcer y los números reales, (que no son precisamente los que más se muestran), hablan de una tendencia que al Partido de Gobierno le resulta difícil de torcer.
El clima general, que involucra a todos los actores políticos, muestra una fragilidad argumental que ha hecho que los elementos que deberían ser sólo accesorios pasen a ser asuntos centrales.
Por eso no es fácil descubrir demasiadas ideas y mucho menos planes concretos de ejecución posible que apunten a revertir este estado de cosas que cada día le duele más a cada vez más gente.
A la hora de elegir, cada uno sabrá hacerlo según sus gustos y preferencias.
Lo que hay que tratar de hacer es asegurarse que un halo de Verdad va en cada sobre junto con la boleta elegida.
No importa, en este caso, cuál ha sido la elegida.
Importa sí que cada cual sienta que para tomar la decisión ha contado con elementos de juicio coherentes, sólidos y adornados de Verdad.
En este aspecto, las actuaciones del “no ex” presidente Néstor Kichner dejan mucho que desear.
Es que cuesta imaginar que pueda ser sincera esta nueva actitud que ha asumido, que lejos está de lo que fue, (y según sus íntimos) es su impronta personal.
El verdadero es el que veíamos hasta hace unos días gritando como un desaforado desde los palcos partidarios, amenazando y ofendiendo a quien se atreviera a tener una idea distinta de la suya, revoleando los brazos como aspas de molino y perdiendo la voz ante enfervorizados, pero no tanto, auditorios de aplauso fácil.
Este vaciamiento de la Política ha dado espacio al marketing, los asesores de imagen, los analistas sociales y toda una pléyade de profesionales que operan de directores de escena indicando modales, tonos, gestos, miradas, suspiros y susurros.
La otra vía, en todo caso, es el Adopidol en dosis variables, y a otra cosa.
Como en aquellos memorables radioteatros de las décadas del 50 y el 60, la figura cambia según la necesidad del objetivo y todo es una ficción imaginaria que procura engañar en pos de la meta comicial.
Eran los tiempos en que pegados a las radios de válvulas, esas que había que prender un rato antes para que se calentaran las lámparas, los más chicos sufríamos y gozábamos con las aventuras de Tarzán, las familias se juntaban a las 8 de la noche a convivir con los problemas de los Pérez García y las damas se derretían cuando Oscar Casco decía, con su voz ronca y melosa su célebre “mamarrachito mío”.
Ese Oscar Casco, cuyo nombre completo era Oscar Goizueta Casco, salteño de nacimiento y porteño por profesión, marcó una época de oro en la radio.
Actuó con celebridades como Tita Merello, Iris Láinez y María Rosa Gallo.
Fueron autores de sus radioteatros Nené Cascallar y Alberto Migré.
Lejos quedaron las técnicas domésticas de hacer que el brujido de un papel celofán simulara un leño encendido y granos de arroz cayendo sobre un metal parecieran un chaparrón.
La televisión primero e Internet luego dejaron atrás estos hechos que sólo son nostalgias.
La inmediatez de la noticia desplazó a la imaginación.
Lo que no puede quedar atrás es el sentido de la Verdad, para la que no hay fechas.
Por eso hay que alertar a algún desatento, para que no vaya a creer que esta mutación de león a gatito faldero es cierta.
Si queremos ser indulgentes, podríamos admitir, a modo de risueña concesión, que somos “mamarrachitos”.
Pero “mamarrachitos” de quién, lo decidiremos libre y responsablemente cada uno en el cuarto oscuro…