“Perdimos por poquito” es un pronunciamiento de escaso valor testimonial y mulo contenido intelectual si quien lo dice es la máxima figura del Gobierno real, aunque en lo formal le haya prestado el bastón y la banda a su señora.
Podría admitirse, en un exceso de generosidad, que el golpe imaginado por muchos menos por él lo tenían por ese tiempo aún no recuperado por lo que hasta podría justificarse el estado catatónico y el chiste de mal gusto de ironizar con un cronista al que le rechazó una pregunta referida a una nota del editorialista de La Nación Joaquín Morales Solá.
La comedia continuó con la aparición dos días después de la Presidenta en esa simulación de conferencia de prensa en la que quiso explicar lo imposible diciendo que lo que para todos era una derrota absoluta para ella era un triunfo avasallante.
Como si fuera una de esas maestras de las que habló en su discurso de Asunción, esas que “sabían más que sus alumnos”, se atrevió a darle una lección de periodismo a un cronista que para su gusto preguntó mal porque dijo que los números del INDEC eran falsos.
Evidentemente, las dos apariciones anunciaron que el tronar del escarmiento electoral no había llegado a los tímpanos del poder, ni a sus corazones y mucho menos a sus neuronas.
“Nada indica que deba haber cambios de Gabinete”, sentenció la Presidenta con la misma firmeza con que San Martín dio la orden de ataque por ambos flancos en San Lorenzo.
La realidad, esa insobornable e inevitable compañera de la vida de mujeres y hombres no tardó en despertar de su sueño a la pareja.
Y se vino entonces el cambio de nombres que nunca iba a ocurrir.
Es cierto que a la luz de los personajes, la tozudez es la misma porque al más puro estilo gatopardista nada de lo que ha sido reemplazado indica que algo habrá de cambiar en serio.
El pobre Massa, que se sintió por unos días una joven presencia rutilante volverá a su Tigre natal, donde Kirchner perdió por paliza y su señora, la hija del “Pato” Galmarini ganó fácil encabezando la lista de concejales, para el seguro regocijo menemista de su padre.
El enojo fue tan grande que el sonriente ex Jefe de Gabinete se enteró de su desplazamiento por televisión. Para que no queden dudas de que el Jefe Supremo sigue siendo el dueño del timón, en su lugar estará Aníbal Fernández, con lo que groserías, prepotencias y bigotazos están garantizados.
En Economía la vacancia, que no la presencia de alguien, fue cubierta por el ascendente Amado Boudou, un claro ejemplo de velocidad para mutar del liberalismo de la U.C.D. al progresismo kirchnerista en sólo algo más de una década.
La vacante en Justicia, Seguridad y Derechos Humanos dejada por Fernández le correspondió al versátil Julio Alak, que luego de perder con Bruera en la Intendencia de La Plata fue instalado a modo de premio consuelo en Aerolíneas y de allí se tomó un vuelo de cabotaje para aterrizar ahora en el Gabinete Nacional.
Estos cambios y los otros confirman que el kirchnerismo sigue su marcha triunfal como si nada hubiera pasado. Apenas Moyano ha alterado el ritmo, porque sólo anunciando que Duhalde no es tan malo fue inmediatamente recuperado para la causa con la modesta resolución de colocar a uno de sus hombres en el manejo de los más de 900 millones de pesos que el Ministerio de Salud distribuye indiscriminadamente entre las obras sociales sindicales.
Poco importó que para ello el nuevo Ministro de Salud tuviera que sacrificar a un colaborador designado por él que duró en su puesto menos de 36 horas, con lo que posiblemente se ha ganado un lugar en el libro Guiness de los récords.
Todo parece indicar que no serán buenos los vientos por soplar.
Sólo falta esperar que actitudes de Gobernadores que han sido legítimamente ratificados en las urnas y ya se han hecho oír y que la oposición, que rápidamente debe dar testimonio de que es capaz de posponer intereses de facción al servicio de razones de Estado, nos muestren una luz al final del túnel.