hubo elecciones en la Argentina.
Alguien podría decir que hubo una reacción favorable porque la Presidenta, que igual que su antecesor en el cargo no hace ni reuniones de su propio Gabinete, convocó a conversar a dirigentes de la oposición primero, a Gobernadores luego y a alguna tropa propia descarriada al final.
Lo cierto es que el diálogo no fue tal, si se lo considera una herramienta civilizada al servicio del interés general. Se trató, en verdad, de un montaje escénico, (uno más), que le habrá ardido en el esófago como un trago de cicuta pero nada agregó camino de las rectificaciones que la voluntad popular reclamó en las urnas.
Alguien debe despertarlos del profundo sueño que los domina desde hace mucho, para decirles que el sol de un nuevo día marca la hora de comenzar a gobernar.
Si hiciera falta una prueba más de esta actitud sonámbula, podría citarse la falta de información respecto de los resultados electorales del 28 de junio en la Provincia de Buenos Aires, la más importante de todas y el escenario del mayor cachetazo.
La gripe porcina es un argumento que ya es inconsistente para que no sepamos realmente cuál fue la medida exacta de la derrota sufrida por Néstor Carlos Kirchner y todos los “testimoniales” que, solidarios unos y escurridizos otros, lo acompañaron en su aventura.
No solo no se sabe con exactitud por cuántos votos perdió el candidato oficialista a Diputado Nacional sino que, aunque cueste creerlo, hay aún impugnaciones sin respuesta en mesas del conurbano donde la boleta de de Narváez – Solá registraron 0 voto.
Es muy difícil hacer todo bien y rápido desde el ejercicio del Poder.
Pero no lo es tanto mostrar al menos predisposición a hacerlo.
Si cumplimos con la obligación de ir a votar, que es el momento sublime en que el habitante adquiere su plena condición de ciudadano, lo menos que podemos pedir es que el Gobierno cumpla con la suya de contar los votos y anunciar el resultado.
Sería una forma, mínima quizás pero forma al fin, de intentar recuperar la seriedad imprescindible para asegurar la convivencia.