Ya no hemos de estar nosotros para exigirles una pizca de objetividad y, a decir verdad, seguramente no lo haríamos si estuviéramos porque sería poco serio pedirle a ellos lo que casi no pueden hacer ni los periodistas en su seguimiento informativo diario.
Probablemente la inteligencia del siglo próximo apelará a algunos principios inalterables que siempre ayudan a clarificar en algo las dificultades producto de los cambios de valores o su ausencia total.
Será posiblemente la hora de decir que la carencia de autoridad y sus limitaciones hacen imposible un seguimiento racional del curso de la Historia de la primer década del siglo XXI.
Es que las “borocoteadas” que han vuelto a escena de la mano de la exdiputada María del Carmen Alarcón, que fue echada sin miramientos de la Comisión de Agricultura de Diputados, que ingresó al Gobierno Socialista de Binner y ahora se reconstruyó kirchnerista de la mano del inefable Aníbal Fernández, son cuadros de una obra de teatro del absurdo.
El divorcio político de Reutemann y su infiel compañera Latorre suman un eslabón más a la confusión general. Cómo habrá sido la cosa, que el excorredor, exmenemista y exduhaldista ganó esta vez la carrera del desborde temperamental que lo llevó a utilizar un lenguaje más propio del mecánico que prepara el auto que del exquisito corredor que lo conduce a la hora del abandono.
Todos, hoy por hoy, se llenan la boca hablando del consenso. Y todos usan el término no en su correcta acepción etimológica sino en procura de lograr algún rédito personal o de facción.
“consenso”, del latín “consensus”, significa consentimiento de una comunidad o grupo.
Por deformación profesional, la clase política quiere inducirnos a imaginar que el oponerse al consenso es una variante antisocial o antidemocrática.
En verdad, si nos atenemos a la teoría de los pares de opuestos, el opuesto de “consenso” es “disenso”.
El opuesto de Democracia, es dictadura.
Va de suyo que por la natural tendencia al adueñamiento y la eternización en el poder, el que manda procura el consenso.
Igualmente el otro, por su naturaleza, habrá de procurar el consenso al revés para acceder a la alternancia.
Volcados estos comentarios a nuestra realidad actual, nos encontraremos con un berenjenal de contradicciones y entreveros de difícil accesibilidad.
El Gobierno derrotado en las urnas sigue como si no hubiera habido elecciones.
Esta semana en Tres de Febrero, la fórmula de la derrota, (Kirchner-Scioli), reunió a la tropa de la 1ª Sección Electoral para “profundizar el cambio”, porque “ese fue el mandato de las urnas”.
Ambas Cámaras del Congreso Nacional votaron por unanimidad una Ley que dispone la anulación de las retenciones en un 100 % en 20 Partidos del sur y suroeste de la Provincia de Buenos Aires y en un 50 % en otros 15 y la Presidenta la veta alegremente.
Es claro que no todo corre por cuenta del oficialismo. La oposición hace más para crear incertidumbre que para promover esperanza.
Todos parecen haber perdido los almanaques de lo que falta para las presidenciales del 2011 y por ello asistimos a un minué enfermizo de personalismos que los muestra eligiendo qué ropa se van a poner cuando asuman de presidentes y no qué van a hacer hoy mismo para empezar a ayudar a la gente a superar sus actuales dificultades.
Las estrofas del “todos unidos” y los anuncios de “todos separados” son, ambas, herramientas del fracaso.
El o la, los o las que anuncien cuál es el objetivo, cuál la forma concreta de alcanzarlo, cuáles los métodos de control del proceso, serán los que se harán merecedores del favor y del fervor por hoy ausente.
El tiempo es corto, pero nos merecemos la invitación a ser parte de las ideas y las acciones.