Las travesuras adolescentes a que apeló el Gobierno para lograr la aprobación por parte de la Cámara de Diputados de la Nación de la Ley de Medios Audiovisuales son un compendio de la desnaturalización a que se ha sometido la dignidad institucional de la República.
Queda para los especialistas, muchos de los que detalladamente ya lo han hecho, el análisis técnico de los contenidos del articulado del proyecto enviado por el Ejecutivo.
Más allá de todo lo dicho y antes que eso, lo que alerta es el modo y el método elegido, que da por tierra cualquier intento de estudiar con seriedad, definir con precisión y evaluar con sensatez.
Como el único objetivo de la ley es desbaratar al grupo Clarín, el mismo que fuera beneficiado por el propio Kirchner hace un par de años cuando prorrogó las concesiones y firmó la unificación de Cablevisión y Multicanal, los requisitos reglamentarios y el proceso normal de sanción de las leyes pasaron a ser instrumentos descartables.
Así fue que luego de las parodias de asambleas populares y reformas de apuro para voltear algún voto más, los Legisladores se encontraron con que en algo más de una hora debían analizar las 216 reformas que se habían realizado sobre los más de 150 artículos del proyecto.
Va de suyo que no había demasiado celo ni en la forma ni en el contenido, si en un rato volaron las telefónicas y se hicieron más de 200 correcciones.
El tema es reemplazar un grupo dominante ajeno por un monopolio propio que asegure rentabilidad económica y política, en ese orden, porque el poder pasa, pero el billete queda.
Citar el incumplimiento horario para la iniciación de la sesión extraordinaria de la Cámara del miércoles a la mañana ya casi suena pediátrico.
La escena del recinto donde se hacen las leyes fue, durante la larga jornada, un muestrario de lo que somos, porque ellos son los que, quiérase o no, nos representan.
Así fue posible ver a varios miembros del Cuerpo desparramados en sus bancas leyendo despreocupadamente los diarios, quizás porque suponían que era lo que correspondía porque precisamente se estaba tratando un tema vinculado a la libertad de prensa.
Otros muchos gastaban sus celulares y las noticias deberían ser buenas por la amplitud de sus risotadas.
Cada cual decía lo suyo para sí y para algún pariente que estaría grabando para la posteridad familiar.
La columna vertebral del discurso oficial fue la “democratización del sistema comunicacional”.
Queda bien al oído fácil del compañero complaciente, pero resulta difícil imaginar que , por historia y por presente, Kirchner quiera en serio democratizar algo.
La euforia final acunada por la marcha partidaria anunció que todo había salido bien.
Ahora le toca al Senado, y como parece que las cuentas no son tan fáciles, hasta se ha llegado a especular con la absurda posibilidad de que la Presidenta extienda su viaje al exterior para que el Vicepresidente Cobos la reemplace y así quede limpia la cancha en la Cámara Alta.
Suena poco serio, y por eso nomás igualmente suena posible.
Por eso el título de esta nota.
“vete”, imperativo de “ir” y “vete”, imperativo de “vetar”, son homónimos.
Tienen la misma forma pero distinto significado.
Unos lo usan para pedir que el mendocino abandone el Gobierno, cosa que seguramente ha de ocurrir en su momento.
Acá se lo usa para pedirle, mitad broma pero por qué no mitad en serio, que si los Senadores transforman en Ley el tema mientras él esté reemplazando a la Presidenta, ejerza el derecho a veto de que lo inviste la Constitución, (Art. 83), para que aunque sea por un rato parezca que somos una República.