lo que debería llamarse la Avenida de los Principios.
La obra se titula “Illia, ¿quién va a pagar todo esto ?. No hay aquí intenciones ni capacidad profesional para analizar técnicamente la puesta en escena.
Arturo Bonín interpreta al Dr. Illia, Patricia Viggiano a Silvia Martorell, la ”Chunga”, su esposa , Mercedes Funes hace a Emma, la hija, Miguel Dao a Luis Caeiro, el secretario, ellos y el resto bajo la dirección de Alberto Lecchi y la autoría de Eduardo Rovner.
No es, podría decirse, una obra para ver.
Es en verdad un espectáculo para sentir.
Porque los aspectos de la vida pública y privada que pasean por el escenario confluyen en lo que fue Arturo Umberto Illia, un hombre que dedicó su vida a la Política con mayúsculas, porque supo adornarla de las virtudes que por ausencia hoy se notan más que nunca.
Fue un tipo honesto, austero, fiel a sus principios y eficaz como muy pocos en el ejercicio de su función.
Sus respuestas son tan actuales que dan ganas de recorrer la sala para ver si hay alguno, siquiera uno solo, de los que desde sus altos sillones tienen un mínimo de parecido con la conducta de Don Arturo.
Ni los hay, ni mucho menos la tienen.
Es que están en las antípodas los fundamentos y la firmeza para congelar los precios de los medicamentos e inspeccionar su calidad como reza la inolvidable “Ley Oñativia” con los negociados actuales de los tratamientos oncológicos.
Las revistas golpistas “Confirmado” y “Primera Plana” transforman a los que hoy denominan multimedios en Pulgarcito.
El diálogo con el Coronel Perlinger, que lo sacó por la fuerza del despacho presidencial es una lección que el mismo atrevido aprendió, ya tarde, como lo hizo saber en una carta pública en “La Nación” y como lo muestra en la escena final.
Este clima de emoción y nostalgia que invade la platea comienza ya en el hall del teatro, donde además de afiches de propaganda comercial de la época, hay un tablero donde figura el Gabinete de Ministros del Gobierno.
Ninguno de ellos fue procesado, ni sospechado de negociados, ni dueño de yates o aviones, ni empleadores de sus familias ni ninguna de las aberraciones que por acostumbramiento casi ni nos sorprenden.
El homenaje a un Presidente honesto, eficaz y austero excede la formalidad de una escena teatral.
Autor, director y elenco logran sí llenar el espíritu de la platea con valores que, por espontánea comparación, se potencian.
Por eso el final estalla en un larguísimo aplauso que eriza la piel y baña los ojos de todos, incluido el elenco, porque se respira el aire puro que irradia un hombre que habiendo ocupado la más alta Magistratura de la Republica, murió en la cama de un hospital público cordobés con una pequeña valija que contenía todos sus bienes y un único par de zapatos acomodados en el piso.
Esa valija, para poner un ejemplo sencillo y de fácil comprensión, sería insuficiente para contener las escrituras de los bienes de la pareja que hoy nos preside.
A más de 4 décadas de su derrocamiento, el Dr. Arturo Umberto Illia recibe desde un escenario el homenaje de la gente que por contraste siente más que nunca la sed de honradez y austeridad de la que él fue genio y figura.
Dentro de 40 años, la representación tendrá forma de tragedia…