Aquel 17 de octubre de 1945, la Plaza de Mayo comenzaba a ser testigo del mayor movimiento generado en la política de Argentina. Poco antes el General Perón había dado inicio a una serie de cambios que tenían como destino un sector social olvidado: los trabajadores. No fueron muchos, más que nada proyectos como vacaciones pagas o aguinaldo, pero aquellos hombres, olvidados durante décadas, por primera vez fueron receptores de una política que los dignificaba y tenía en cuenta.
Es así que cuando detienen a Perón, aquellos trabajadores se movilizaron en maza y sorpresivamente llenaron la plaza y forzaron el cambio. Eran trabajadores de la carne en Berisso, obreros de La Plata, peones de tambos en Cañuelas, de las hilanderías de Avellaneda, Vicente López o San Martín; torneros, fundidores, mecánicos y miles de trabajadores anónimos que decidieron apoyar a aquel que había defendido sus derechos ante sus patrones. De este modo, en la acalorada tarde del 17 de octubre, se iniciaba un romance entre un hombre y su pueblo: Comenzaba el Movimiento Nacional Justicialista.
Todo lo demás ya ha sido escrito de manera imborrable en las arenas de la historia.
Ahora es momento de unidad y todo aquel que por planes tenga fragmentar los destinos del partido, debe ser juzgado por los verdaderos dueños del peronismo: sus afiliados, aquellos que han sido alejados de la decisión al cerrarse el único canal de opinión: las internas.
A los dirigentes actuales solo resta desearles la inspiración necesaria para unificar el partido en una lucha que retrotraiga a aquella singular herencia. Si hay diferencias, son los militantes y adherentes quienes deben coincidir en cual es el proyecto más justo para llevar adelante el viejo sueño que para todos nosotros, sin distinción de líderes circunstanciales, lleva el nombre de Peronismo.