contundente al Jefe como para dejar abierta una hendija en la puerta que lleva al rumbo de la reparación.
La jornada vivida en la Cámara de Diputados en ocasión de la toma de posesión de los nuevos Diputados Nacionales marcó un hito inolvidable que, entendido en su real significación, puede ser una bisagra que nos permita volver a la mínima racionalidad exigible si realmente queremos ser un País mejor.
Como en sus viejos tiempos de estrella de la televisión , Pinky se hizo cargo de la Presidencia y tomó el juramento de práctica a los flamantes elegidos.
En una postrera y fallida maniobra el otrora superpoderoso mantuvo a su tropa replegada imaginando que no habría quórum suficiente como para iniciar la ceremonia.
La oposición, que necesitaba 129 presentes, contabilizó 147, lo que provocó la atropellada entrada de los expectantes.
En una demostración más, como si hiciera falta más aún, las gradas cargadas de seguidores del oficialismo cantaban la marcha partidaria como si festejaran la derrota.
En la Plaza del Congreso, la esperada multitud de 50.000 adictos no juntó ni 10.000, y fue notable que algunos barones del conurbano mandaron en los micros naranjas más banderas que gente.
El dolor de ya no ser enturbió la capacidad de análisis de los voceros del oficialismo.
El eje argumental a cargo del Presidente del disminuido bloque del FPV y del dicharachero Jefe de Gabinete es digno del Museo del sinsentido.
“Nos ganó una mayoría circunstancial”, coincidieron ambos seguramente luego de una sesuda asamblea de intelectuales que definió la estrategia contestataria.
Por supuesto que la mayoría opositora en el Congreso es circunstancial.
Siempre son circunstanciales las mayorías y las minorías en la dinámica de la Democracia.
El asunto no está en el sistema, sino que el problema ocurre en la mente de los que creen que todo es para siempre.
A un demócrata la suerte electoral le duele o le place según los resultados.
A un autoritario, este simple razonamiento no le entra en la cabeza.
Queda para esa “mayoría circunstancial” la pesada carga de estar a la altura de las circunstancias.
Ni ellos ni nosotros, los ciudadanos de a pie, podemos cometer el error de suponer que hay que actuar para gozar de la derrota del otro.
Eso ya fue.
La inteligencia, la capacidad negociadora, el potencial intelectual deben estar listos para empezar a reconstruir una sociedad que esta gestión, la de él y lo que va de la de ella, han deshilachado.
Hay un País donde creció la economía pero también lo hizo la marginalidad y la pobreza, con lo que los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos.
La misma pareja presidencial es un botón de muestra.
Somos un País donde los servicios que debe atender el Estado son desastrosos.
Los enfermos no encuentran respuesta, los alumnos no aprenden porque muchos no van a la escuela, porque muchos otros van y las encuentran cerradas por huelga de maestros hoy y de porteros mañana.
La violencia se ha adueñado de las calles.
Somos un País que juega a la revolución bolivariana mientras el Mundo se nos escapa cada día más.
Despacito se cayó el mito de la invencibilidad kirchnerista.
Despacito deberá la nueva dirigencia poner toda su capacidad para recuperar la marcha.
Sin prisa, pero sin pausa, como la estrella.
Hector Rciardo Olivera