Han desaparecido del escenario, pero no del teatro, entre cuyas bambalinas seguramente se las podría reencontrar. Es que el hecho de que nadie lo diga no significa que nadie lo piense.
Paulatinamente, la marcha de las cosas públicas no logran satisfacer las exigencias mínimas de orden institucional, económico y social, lo que nos sumerge en un estado de crispación y abatimiento alternativo que poco ayuda a recuperar sentimientos, valores y estados de ánimo indispensables para convivir con las dificultades de todos los días.
No hemos de caer en el facilismo de apuntar al mensajero. Eso queda para el Gobierno y es, precisamente, el campo de tierra fértil donde crece la maleza de la anarquía y la corrupción reinantes.
Sucede que la Política, esa que se escribe con mayúsculas, pierde terreno por impericia o por intencionalidad. Por una de ellas o por la conjunción de ambas, que es más o menos lo mismo.
En lugar de procurar mantenerla limpia, transparente y atractiva como la herramienta capaz de servir a la sana convivencia, la pobre Política se ve sometida al ultraje de sus mejores virtudes.
La judicialización de que es objeto no es sino una manera artera de debilitarla y tornarla destinataria de la indiferencia ciudadana cuando no de su total rechazo. Las diferencias políticas no se dirimen en los Juzgados, sino en los debates de ideas, en la presentación de proyectos de Ley y en la adopción de medidas concretas que permitan que la gente vea y controle su ejecución, su administración y sus resultados.
No es este, el de la judicialización el único vicio que ensucia a la Política.
La “moyanización” es otro, que quizás por el neologismo merezca un intento de explicación más completo. Los hechos demuestran que el estilo de conducción y de acumulación de poder político y económico del jefe de los camioneros encaja exactamente con las necesidades de este oficialismo.
La sociedad Kirchner - Moyano es, hoy por hoy, la columna vertebral de un esquema conservador y autoritario de conducción, donde uno y otro aportan al fondo común que hace posible el sostenimiento de ambos como una casita de naipes.
El dinero del Poder y el poder del dinero amalgaman una yunta de estructuras que desprejuiciadamente encarnan un sistema que hace del sometimiento mutuo una condición irrenunciable.
Por si todo no alcanzara, la ausencia de autoridad y orden incorpora otro ingrediente explosivo, la “piqueterización” de la Política, que la desnaturaliza porque debilita los escenarios institucionales de la Democracia y nos quiere hacer creer que la calle no es ya el lugar para transitar en paz, sino que es el lugar para ejecutar las acciones de gobierno.
Sólo resta esperar que la exhibición de madurez protagonizada por la gente en las elecciones de junio marquen el inicio del cambio imprescindible. Deberá llegar, porque todo llega, el turno de la sensatez y la responsabilidad.
Será entonces la hora de recordar lo vivido como quien recuerda una pesadilla.
Sólo hará falta que no nos flaquee la memoria, tema que no tenemos demasiado aceitado.
A modo de pequeña ayuda, me permito citar un ejemplo casi infantil pero aleccionador, precisamente porque tiene la claridad que siempre es atributo de los chicos.
Cuando la cadena oficial mostró a la Presidenta recibiendo su D.N.I. en medio de la adulación de sus grupos soporte, una dulce voz masculina anunció que su costo era de tan solo $ 15.00.
Si alguien va hoy al Registro Civil de su jurisdicción, sin cadena nacional y con una voz menos trabajada, se encontrará con que el empleado le dirá que el costo es de $ 35.00.
Politizar la Política es, en suma, devolverle la condición que le es propia, para que nos sirva a todos para vivir en un País mejor, lejos de la mentira, la ineficacia y el autoritarismo.