Verdaderas multitudes se agolparon al paso de los competidores para verlos pasar, escuchar el tronar de los motores y, por esa condición humana de disfrutar del riesgo, (sobre todo cuando es ajeno), esperar poder ver el vuelco de alguno o el desbarranque de otro.
Este gusto algo morboso por la tragedia y el revolcón no es materia exclusiva de la observación de una competencia deportiva.
Y en este sentido, debemos admitir no sin preocupación que cada día y a cada hora parecemos estar ante la inminencia de un vuelco, un derrape descontrolado que termine en el fondo de una zanja o la falta de pericia y de prudencia que haga que el conductor pierda el control de su máquina.
Lo malo es que no se trata de una competencia más, sino que los que parecen al borde de un ataque de nervios son los que manejan el Estado y el vehículo es el Gobierno del que todos somos parte.
Esta especie de rally institucional ha transitado por estos días, y nada indica que dejará de hacerlo, por caminos transformados en rutas peligrosas producto de la impericia de sus responsables.
El episodio que tiene por protagonista al Presidente del Banco Central es una triste exhibición de mezquindades y torpezas que cuesta imaginar si una pizca de sensatez ocupara un estante en las góndolas de la despensa del Poder.
Dispuesta la Presidenta a obtener recursos para atender el creciente gasto público que no para de aumentar, optó por pretender sacar una tajada de las reservas del Central mediante el dictado de un Decreto de Necesidad y Urgencia, (DNU).
El Presidente del Central se negó a cumplir la orden, entre otras cosas porque la Carta Orgánica de la Entidad impide que el Gobierno ordene o instruya, (Art. 3), y la Presidenta emitió otro DNU disponiendo el despido del desacatado.
Olvidó que para hacerlo, necesita primero de la intervención del Congreso, (Art. 9º) de la Carta Orgánica, y así estamos a la fecha.
Deberá anular el Decreto, (cuesta imaginarle la cara dando un paso atrás), y esperar que se cumplan los trámites y tiempos necesarios.
Acá entramos en uno de los terrenos donde este turno de gobierno no sabe o no quiere transitar.
Las leyes están para ser cumplidas, no para ser violadas. Se las puede cambiar, pero antes, para que la medida sea un acto ajustado a Derecho y no un berrinche adolescente o un ejercicio autoritario.
Lo de la suspensión de la gira por China es un capítulo más de este culebrón veraniego más digno del seguimiento de las crónicas de la farándula que de un análisis de actos oficiales.
Parece haber un tufillo victimizante que usa a Cobos como el disparador pero que en verdad invita a pensar que esta gente no está dispuesta a completar la foto que los muestre entregando el poder a otro turno en el marco de la alternancia democrática.
Suena más fuerte la idea del auto golpe y la auto conspiración que el peligro de alguien intentando seriamente cualquier aventura.
Este interminable desquicio se explica muy claramente en las palabras pronunciadas por la Presidenta esta semana en la Biblioteca Nacional en oportunidad del anuncio de las obras del Museo del Libro y la Galería de la Lengua.
“ ¡Genia”!, le gritó un compañero pingüino.
“Yo no soy genia”, contestó la Presidenta y ahí nomás la traicionó el inconciente para agregar que si lo fuera haría desaparecer a algunos.
Cuando se dio cuenta y quiso corregir ya era tarde.
Estaba desnuda, absolutamente desnuda.
La referencia desesperada a los desaparecidos de la dictadura llegó tarde y no alcanza.
El autoritarismo, cuando se mete en el alma, sale sin freno y sin permiso.
Ya le había ocurrido cuando en agosto del año pasado anunció la televisación del fútbol para todos, (en realidad para muchos que no para todos), y dijo que antes nos secuestraban los goles hasta el domingo como los militares habían secuestrado y desaparecido a tanta gente.
No son casualidades.
Son concepciones políticas que se potencian a medida que se va tomando conciencia de la debilidad creciente.
Puede sonar utópico, pero a riesgo de la inocentada, sería bueno para todos que las farmacias de Calafate agoten sus partidas de Alplax.
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