No es por capacidad, (que seguramente no la hay), sino por responsabilidad, (que al menos pretende haberla), que un sentido de prudencia opera como un factor limitante de lo que uno escribe en remplazo de lo que siente que debería escribir.
Todo es consecuencia de un clima institucional desarticulado y contradictorio, que muestra a la más alta dirigencia política de la Nación enfrascada en una pelea adolescente que solo vive su mundo puertas adentro, sin que nada de lo que digan o hagan despierten ni la euforia del aplauso ni la rechifla del repudio.
Por el contrario, la gente mira absorta como el Ejecutivo legisla, el Legislativo no sale de su propio laberinto y el Judicial frena o acelera según la casualidad del sorteo del tribunal donde cae cada causa.
Si a alguien le queda un rato de tiempo libre, puede entretenerse viendo a la Presidenta de la República comprando merluza en la Plaza de Mayo a $ 12,00 el kilo, (acá cuesta el doble), en un gesto teatral del absurdo populista al que sólo le faltó que saliera a repartir filets como French y Berutti repartían cintas celestes y blancas en 1810.
Con la misma arbitrariedad con que el INDEC nos dice que la inflación no existe, hemos de establecer aquí, a simple modo de un ejercicio intelectual, una división de la sociedad en tres categorías etarias, tratando de establecer para cada una de ellas sus niveles de protagonismo, sus capacidades de acción y sus cuotas de esperanzas.
La mayor, a partir de los 60 años, sería la que está condenada a vivir como sea hasta que le llegue su hora.
Ya no ha de tener, salvo excepciones, demasiadas posibilidades de empujar con fuerza en procura de cambios imprescindibles que nos alejen de tanta mediocridad.
La del medio, de los 20 a los 60, es el motor más fuerte y sobre ella caen las responsabilidades mayores.
Los más jóvenes por su fortaleza y formación reciente y los adultos por la experiencia acumulada, serán los que marquen la ruta, llenen los tanques y conduzcan el vehículo.
La que queda, de los 0 a los 20 años, es sobre la que sí es posible actuar con firmeza para que, transcurrido el tiempo, nuestros vecinos Uruguay y Chile dejen de ser dos paraísos culturales cercanos y pasemos a ser iguales de serios, educados y medidos.
A los políticos nuestros les cuesta invertir, diseñar e imaginar Educación, porque los tiempos largos de ésta son incompatibles con las urgencias electorales y los egos voraces del aplauso fácil.
En la Provincia de Buenos Aires han comenzado las clases con simulada normalidad, porque las huelgas del personal de maestranza impiden el normal desarrollo de las actividades programadas, y esto ha sido anunciado como una conquista victoriosa.
Tal es el grado de confusión, que la normalidad se presenta como un acontecimiento excepcional.
La vuelta a la escuela secundaria es otro golpe en la campana de madera que adorna el discurso pero nada más, porque sería absurdo imaginar que un anuncio siete días antes del comienzo de las clases puede significar una transformación que para su elaboración necesitaría años de estudio y capacitación de sus ejecutores.
Sí sería un tañido jubiloso que alguien anunciara la reformulación del sistema legal que permite que un maestro titular goce de licencia, también lo haga el primer suplente, igual lo haga el segundo y termine dando clases el tercero, lo que significan cuatro cheques para una única tarea.
Como para certificar que nada serio hay programado, basta con fijarse en el calendario escolar 2010.
Allí está la interminable lista de actos escolares que celebran distintas festividades con diferentes modalidades.
Están, por supuesto, las fechas patrias.
Pero está también el día del árbol, el del idioma, el del camino, el del estudiante secundario, el del estudiante primario, el del maestro, el del profesor, el de Malvinas, el del aniversario de cada ciudad, el de los Derechos Humanos, el de la música, el de algún santo, y la lista es incompleta.
Si hasta figura el día de la diabetes, sobre el que me permito decir que lo que necesitamos, en todo caso, es insulina y no pérdida de tiempo en el aula.
Sin pretender demasiado y para que al menos pudiera verse alguna voluntad seria de cambio, sería interesante escuchar que se han eliminado todos los actos escolares.
Que en oportunidad de cada fecha, más allá de su importancia, la Directora de cada escuela agregara a su saludo diario una mención que no se extendiera más allá de los 3 minutos, para informar la celebración.
Los actos patrióticos, tal cual hoy se desarrollan, no agregan demasiado a la formación de los alumnos.
Son, sobre todo en los primeros años de escolaridad, largos ensayos de números que llenan las máquinas de fotos de los papás pero distraen la actividad central de la escuela, que es que el alumno aprenda y el maestro enseñe.
Esa sería la mejor fiesta. Y la más auténtica de todas.
Y seguramente, cuando les llegue su turno, esos chicos serán mujeres y hombres que hagan desde sus lugares de actuación pública lo que quisiéramos que hicieran los que hoy están donde están en función de su legitimidad de origen pero descuidando la legitimidad de ejercicio, que en las modernas Democracias tiene cada día mayor preponderancia.
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