protagonistas de tamaño acontecimiento en el curso de la Historia.
Alguien puede suponer, no sin una cuota de razón, que no hay motivos especiales que validen y den brillo a una fecha del calendario por la sola razón de su existencia.
Y de hecho quien así lo piense puede tener razones objetivamente valederas.
Pero a pesar de ello, por costumbre, por repetición, por aplicación de leyes sociales no escritas o simplemente por la sinrazón que tantas veces domina los comportamientos humanos, a nadie escapa que las cifras redondas tienen una significación especial en la vida de individuos y sociedades.
Por eso los jóvenes festejan sus 40 y no sus 39 o 41 como una forma de entrar en la adultez y despedirse de la gloriosa juventud.
Por eso también los matrimonios que tienen la suerte y la constancia de llegar, celebran sus 50 años adornando de oro su aniversario de bodas.
El Bicentenario de la Patria deberá ser, naturalmente, un motivo de celebración y recordación, que nos ayude a saber de dónde venimos y, si fuera posible, imaginar hacia donde vamos.
Es claro que para ello, será necesario atender todas las voces, mirar todas las pinturas e imaginar todos los caminos.
La única exigencia será la de estar abierto de espíritu para escuchar la más amplia gama de notas, las que gusten y las que no, para que ninguna expresión quede relegada por razones de interés sectorial o capricho faccioso.
Así planteado el tema, resulta inevitable anticipar que no será fácil someterse a la inevitable parcialización política a que nos tiene acostumbrado este Gobierno, que exagera hasta el hartazgo la natural tendencia al apropiamiento de todo que caracteriza al partido político que identifica este turno.
Es que como un estigma inseparable, el Peronismo tiende a confundir Gobierno y Partido y es entonces que se enturbia el aire y se hace difícil la convivencia democrática.
Las expresiones públicas de la pareja dominante, cada día más frecuentes y más encrespadas, hacen de cada discurso un puñal, de cada palabra un dardo y de cada opinión distinta un blanco a destruir.
En verdad, cada vez que se escucha por la reiterada como nunca cadena oficial la voz de la Jefa de Estado o la de su jefe, parece que en lugar de aprestarnos a celebrar los doscientos años de vida, estamos listos a festejar los siete que cuentan desde el 25 de mayo del 2003, fecha de asunción de Néstor Kirchner.
Según esta particular visión de la realidad, todo parece haber comenzado ese día. Por eso el neologismo del título, que viene de la voz griega “hepta” que significa siete.
Es tal el sentido fundacional de la reivindicación propia, que da la impresión que en nuestra Patria no existieron ni la resistencia a las invasiones inglesas, ni Moreno, ni Saavedra, ni San Martín, ni Belgrano, ni los caudillos, ni Rosas y Urquiza, ni Lavalle y Dorrego, ni el Acuerdo de San Nicolás, ni Sarmiento, ni Alberdi, ni la Generación del 80, ni los Gobiernos de Yrigoyen ni el golpe que lo echó.
La desmemoria es inversamente proporcional a la cercanía en el tiempo.
Y como si la amnesia de ellos la sufriéramos también nosotros, se esconden datos y experiencias imprescindibles para evitar reiteración de errores y horrores.
Por supuesto que esta maniobra infantil, (una más), no habrá de quitar brillo a la solemnidad del festejo.
En cada pueblo, en cada ciudad, en cada región, ya están los ciudadanos organizando la celebración.
Los que crean que lo pueden todo se darán cuenta, “todo en su medida y armoniosamente”, que “la única verdad es la realidad”, para hablar en un lenguaje que puede ser de más fácil comprensión, o al menos así debería serlo.
Y la realidad es que llegamos al Bicentenario con una crisis económica y social que lastima por las carencias de millones de argentinos, que no tienen comida, escuelas, hospitales, seguridad ni respeto de su condición ciudadana.
El conventillo institucional completa la escena.
Para evitar desbordes emocionales, las miserias no comenzaron hace siete años.
La fiesta tampoco, al menos no para los que no pertenecen al círculo íntimo del poder.
Equilibrio es lo que falta.
Entonces sí, con firmeza y convicción, será posible intentar la reparación.
Si con este criterio apagamos las doscientas velitas, estaremos dando testimonio de convivencia y compromiso democrático.
El fundamentalismo es, a esta altura de los acontecimientos, apenas un escudo insuficiente para desfigurar la realidad y tratar de durar un poco más.
Podrá ser un poco, pero no tanto…
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