sino en la laboriosidad”, con este párrafo, Walter Benjamin, inicia su interesante artículo titulado Experiencia y pobreza.
Se trata de la importancia de la experiencia, cuando ésta trasmite algo y por ello podemos señalar la riqueza de la experiencia , porque comunica valores, sentidos, es una suerte de guía para las nuevas generaciones, sin embargo, también podemos realizar otra distinción, que el enriquecimiento de alguien redunde en el empobrecimiento de otro, y aquí no planteamos la experiencia de la pobreza sino interrogarnos por todo enriquecer ajeno que sitúa a terceros a vivir un tipo de experiencia que lo banaliza como realidad, es decir, personas que padeciendo carencias y sujetas a miles de necesidades, maltratos varios, explotación de por medio, que han sido mentidos y vituperado, ellos no puedan provocar cambio alguno en ese estado de cosas que viven a diario en sus vidas.
Pues, eso queremos señalar con la pobreza de la experiencia, algo que no aporta, ni construye, ni enriquece, hasta el punto que el propio individuo termina convencido que toda inquietud por cambiar el estado de las cosas es un desatino, en un mundo inmutable ante la ausencia de modelos y así, no exista una experiencia que instruya, señale, aporte hacia los cambios pertinentes al estado de opresión que reina, en instituciones de opresión, comerciantes de opresión, políticos de opresión y lugares de opresión.
¿Y cómo es, cómo se traduce esa experiencia banalizadora que inculca el germen de la resignación, de la no resistencia, de la acatación en esta Villa Gesell, hoy más que nunca bajo el signo de la anfitrionidad?
Fundamentalmente porque la experiencia ha dejado de cotizar, no tiene mercado, paradojalmente ha sido deglutida por el mercado instalado por los dueños de los servicios única cotización posible y sin que participen en la misma la mano de obra barata, cada vez más barata y sumisa al bajo precio que patrones y dueños legislan, residentes que soportan la tácita amenaza de competir contra otra mano de obra ajena a toda residencia.
El silencio o la mudez de lo dicho, que sea el otro quien ponga el salario del trabajo y sea acatado sin rebelión alguna, práctica mantenida años tras años nos señala el signo de la experiencia que empobrece, pues allí no hay nada que comunicar, ni ¡que decir!, no hay nada que trasmitir ante la fuerza del tirano y la falta de rebeldía, poco es lo que se puede enseñar, poco es lo que se puede comunicar con algo de valor, ante un pueblo de tiranos donde unos ejercen la plusvalía y otros la prepotencias de la mayorías que denominan democracia.
Sin embargo, estas pobres experiencias participan de algo más general, la vacuidad que significan estos espacios costeros como paraísos hedónicos y justificados ante la publicidad del vacacionar, una publicidad cada vez más necesitada pero no por estrategia de marketing - por si no se dio cuenta-, sino por la necesidad de intervenir a través de la imagen, del slogan, de las propagandas y soporte vital ante la pobreza de experiencia que estos lugares significan, pues será el slogan, lo que termine por imponerse al momento de comunicar el “cómo fue la experiencia del vacacionar”.
La pobreza de experiencia en vez de aportar quita, anula, saca, es signo del lugar y del tiempo donde se reside y se trabaja, como negocio que es Villa Gesell instala el maniqueísmo lugareño de vender y de comprar, con una masividad justificada desde la simple estrategia de lugar natural, pero en el fondo estamos frente a un mero producto comercial y visitado cada vez menos por una pequeña burguesía que otrora lo supo visitar y hoy día, concurrida por pequeños propietarios, comerciantes y asalariados en general como oficinistas, estatales, gasoleros, jóvenes, changarines y vendedores ambulantes.
El vacío de la experiencia fruto del maniqueísmo instalado por la fórmula temporada-temporada y realidad estructural del pueblo, posibilita la banalidad de toda experiencia, de voluntades y deseos no acordes con el producto balneario que Villa Gesell es.
Por el cual el momento de la utopía será transformar al balneario en lugar, vale decir partir desde cero, tabula rasa y desde allí, trabajar en una tradición que no es temporal porque el eje que interviene en toda tradición es su riqueza de vida y axiología viviente en la experiencia que narra, dice y concibe al lugar, como la única fuente que posibilita el sentido cabal de toda riqueza, lo colectivo por sobre lo individual.
Juan Oviedo
SiGesellnoticias