La lista, como es de imaginar y corresponde a una sociedad que formalmente muestra una construcción democrática, exhibe nombres para todos los gustos.
Como la valoración de los candidatos es personal y subjetiva, también puede decirse que esa misma lista no satisface ningún gusto, y posiblemente en esa inmensa cantidad de ciudadanos aún no identificados con nadie esté la porción mayor que finalmente incline el fiel de la balanza.
Porque somos como somos, y no hay por qué avergonzarse de ello, ocurre en la Argentina que los muertos sirven tanto para fortalecer algunos vivos cuanto como para perjudicar a otros.
Los expresidentes fallecidos Alfonsín y Kirchner son una prueba de lo primero.
Los muertos en los sucesos de diciembre del 2001 se lo llevaron puesto a de la Rúa y Kostecky y Santillán arrearon con Duhalde poco después.
El actual Gobierno usó hasta el cansancio estas dos tragedias para intentar mostrarse diferente.
Hasta que a Aníbal Fernández le comieran la lengua los ratones y el poder la Presidenta y su círculo pingüinero más furo, nos cansamos de escuchar la muletilla de que “nosotros no judicializamos la protesta social”.
La granada explotó en sus manos, y tres formoseños fueron barridos a balazos en una ruta por la policía del Gobernador Insfrán, fiel servidor del Poder Central; un militante del Partido Obrero cayó bajo las balas que mantienen acusado y bajo proceso a un personaje que se mostró abrazado al Ministro Boudou; la ausencia del Estado en la toma del Parqui Indoamericano terminó con dos muertos más y un plomero murió en los disturbios de Constitución en último turno.
La muerte, esa trágica bandera que se enarbolara con hiriente fervor para desprestigiar a otros, ha cubierto el cielo de todos.
Ella, la muerte, es irreparable y solo queda acompañar el dolor de familiares y amigos de cada víctima.
Nos resta esperar que un precio tan caro sirva para empezar a poner un poco de control y recuperar la cordura que asegure la convivencia.
En ese sentido, aparece como un destello de esperanza el texto del Juez Federal de Quilmes, Luis Armella, que procesó a militantes del Partido Obrero que cortaron las vías del Roca en la Estación Avellaneda, lo que provocó la reacción de los usuarios y la insólita acusación de la Ministra de Seguridad Nilda Garré contra Duhalde porque había un hombre tirando piedras vestido con la camiseta de Banfield.
Los dichos del Juez parecen salidos de un cuento de ficción, habida cuenta los desvíos a que nos hemos ido sometiendo por acostumbramiento.
“es hora de que se privilegie la paz social y la institucionalidad. La protesta social no da derecho a quitarle el libre tránsito a la ciudadanía y el Poder Ejecutivo tiene atribuciones para detener los cortes de vías flagrantes y no alentar estas actitudes", sostuvo el juez.
“Se nos dice que la Justicia debe procesar a los que corten, pero el Poder Ejecutivo -expresó- tiene las atribuciones para detener a quien comete delitos como éste en forma flagrante. El poder no tiene que tener miedo de actuar, ni el Ejecutivo ni el Legislativo ni el Judicial. Es hora de encauzar las cosas por carriles comunes a un país normal”.
No estaría mal que en medio de sus merecidas vacaciones, algún candidato repare en los dichos de este Juez y los tenga en cuenta a la hora de subirse a una tribuna.
Y que también lo escuchen desde el Gobierno porque todavía faltan 11 largos meses …
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