la discusión, adornada por requisitos de designación de 20.000 nuevos cargos, mejoras en las condiciones de trabajo, reparaciones en las instalaciones, construcción de nuevas aulas y otros accesorios tiene, en realidad, un único y central objetivo: el aumento de los salarios docentes.
A nadie puede escapar que, efectivamente, asiste a los maestros todo el derecho de solicitar una actualización salarial que atienda el deterioro que la inflación desbocada produce de manera implacable sobre el sueldo de todos los trabajadores.
Es claro que por tratarse de una cuestión fundamental en el proceso de construcción de la sociedad, la discusión se torna mezquina si, como anualmente ocurre, se limita a la fijación de un precio como si se tratara de un remate de hacienda en la feria, y se desatiende el valor de la mercadería, que es lo que debería ocupar el centro de la escena.
Nadie, ni autoridades, ni dirigencias sindicales, hablan de Educación.
Hay que buscar con la perseverancia de un obsesivo los datos que muestran la caída en los rankings internacionales de medición de calidad educativa de nuestro País y el descenso en la tabla de posiciones de la Provincia de Buenos Aires en la comparación interprovincial.
Una medición de lo que los chicos aprenden en la escuela , que se puede hacer con la simple revisión de sus cuadernos , tres o cuatro preguntas elementales y el pedido de que lean en voz alta un breve texto o redacten un párrafo, alcanzará para darnos cuenta que estamos verdaderamente al horno.
Tal es la desvalorización de la Educación que caemos en la desatención de creer que lo normal puede celebrarse como un éxito.
Puede ocurrir entonces que el Gobierno festeje que las clases comiencen el lunes 28, que es la fecha prevista.
Es como si un martes hacemos un acto para celebrar que mañana será miércoles.
Lo mismo ocurre con el aumento de la matrícula producido a partir de la asignación universal por hijo, que como exige la escolaridad de los chicos aumenta la cantidad de alumnos.
Puede ser que sean más los que vayan a la escuela, pero nadie se pregunta si será también más lo que aprendan en el aula.
Es como si se lanzara una campaña de vacunación con medicación inocua y se festejara que la población vacunada aumentó en su número.
De la enfermedad, como de la educación, nadie se ocupa.
Para peor, como estamos en un año electoral, tampoco aparece la voz clara de un opositor que se atreva a decir que además de atender los justos reclamos salariales, habrá de poner en marcha un cambio sustancial de las condiciones educativas para apuntar al mejoramiento de la calidad.
Para ello, deberíamos escuchar que habrán de redactarse nuevos estatutos que regulen la actividad, nuevas formas de perfeccionamiento y control administrativo, nuevas escalas salariales que tengan piso y techo según los resultados de las mediciones de calidad efectuadas por terceros, que los cargos se concursarán por oposición en todos los casos para romper esta inercia descendente que está a la vista pero no se quiere ver.
Esta película repetida no hará más que reforzar la idea del facilismo en detrimento del esfuerzo y seguirá el camino declinante que ha hecho que la Educación debilite su condición de relación asimétrica, donde siempre debe haber un maestro que enseñe y un alumno que aprenda.
Héctor R. Olivera
SiGesellnoticias