Una vez fue la merluza, que en el marco de un programa llamado “pescado para todos” en tiempo del ex presidente muerto anunció que el filete de merluza estaría a disposición de las amas de casa a $ 10,50 el Kg.
O se rompieron las redes, o los cardúmenes fueron avisados por algún empleado infiel que nunca falta y se volaron, porque la oferta no llegó.
En las fiestas recientes de Fin de Año la Presidenta promocionó una canasta navideña a $ 25,00 con una botella de sidra, un turrón, un pan dulce de medio kilo, un paquete de garrapiñadas y una botellita de vino que nadie encontró.
Esta semana, cual una reencarnación de la inolvidable Petrona C. de Gandulfo, la Presidenta lanzó el programa “milanesas para todos”.
No dudó en contar su experiencia personal en la Residencia de Olivos donde las degustó con su hijo Máximo, elogiando su gusto y calidad, (la de las milanesas), recomendándole a las chicas que las pongan en la sartén o el horno para disfrutarlas.
Hay que decir que el precio anunciado, $ 21,00 el Kg., no es una baratija.
Y mucho menos si el único lugar de ventas es el Mercado Central ubicado sobre la autopista Ricchieri.
Esta visión distorsionada de lo que es el País, que ya ha repetido el Ministro de Economía, ubicando en el Mercado Central los precios de promoción, son en verdad un atentado a la inteligencia y a la geografía, porque las autoridades deberían saber que somos millones los argentinos que no vivimos precisamente a la vuelta del lugar de venta que ellos promocionan y que por lo tanto no podemos viajar hasta La Matanza a comprar un kilo de milanesas y medio kilo de cebolla.
Pero fuera de estas tonterías, la oportunidad es buena para destacar que la “verdad de la milanesa” son las manchas que día a día ensucian la dura realidad política, económica y social en que estamos sumergidos.
Así las cosas, cuesta contener la bronca viendo a la Presidenta dando consejos triviales mientras media docena de chicos salteños se mueren por desnutrición en unos pocos días.
Lo mismo le cabe a los funcionarios que fueron mano derecha del oficialismo sometidos a juicios por ilevantables irregularidades en el manejo de fondos públicos que se usaron tanto para beneficios personales como para la financiación de la campaña electoral que llevó a la Señora Fernández de Kirchner al sillón de Rivadavia.
Puede también agregarse el caso del avión que fue detenido en Barcelona con 944 kilos de cocaína cargados en una base militar argentina.
Y en un proceso de suma y sigue, se agrega la droga y la pista clandestina hallada en el campo de propiedad de un concejal del Frente para la Victoria en el Chaco y en el auto de otro funcionario “compañero” en la misma zona.
Tantas cosas como estas, que apenas son una mancha más en el mapa del poder, serán ahora coronadas con la utilización de listas colectoras que harán posible que la Presidenta, si decide ser candidata a la reelección, sume votos desde distintas vertientes sin que ninguno de los castigados se anime a sacar los pies del plato.
La política de seducción por necesidad de supervivencia seguirá siendo el sostén de un modelo de concentración política y económica que hace de la chequera presidencial el arma que sostiene la incondicionalidad a regañadientes que un día explotará en las manos del poder cuando ya sea demasiado tarde.
La fiesta de la impunidad y los subsidios a los amigos habrán colmado sus cuentas, y el que venga luego será el encargado de levantar las paredes del edificio derrumbado ladrillo por ladrillo.
Solo una reacción cargada de racionalidad y claridad en la propuesta podría salvarnos de la tragedia.
Eso es lo que falta y no se ve, al menos por ahora.
Hay una platea inmensa y ansiosa de una propuesta seria que nos permita recuperar la esperanza.
Las condiciones están dadas porque no parece difícil reemplazar un turno que agota su existencia en el plan de “milanesas para todos”.
La inflación, que pega fuerte en todos los bolsillos y más fuerte en los que menos tienen, no se soluciona porque la Presidenta y su ballet no la nombren y quieran reemplazarla por el eufemismo de “distorsión o dispersión de precios”.
Culpar al empresario, al almacenero de acá a la vuelta o al carnicero de la esquina, es una tontería similar al infantilismo de matar al mensajero.
Es muy triste ver a una mujer vestida de negro vendiendo milanesas mientras los grandes dilemas crecen y se multiplican sin que nadie muestre capacidad y decisión para ponerles freno.
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