Hoy el sindicalismo argentino ha alcanzado una dimensión tan fuerte que sus dirigentes pueden producir acontecimientos que excedan el ámbito específico de su actuación y marquen fuertemente a la sociedad toda.
Ha habido sorprendentes cambios de vereda pero hay un condimento en la esencia de la organización que lejos de debilitarse como sería de desear, se consolida y expone cada día con más contundencia.
Se trata de la violencia que no escatima medios para imponer criterios de la manera que haga falta.
Una rápida y desordenada recorrida por la memoria reciente nos trae el asesinato a tiros y puñaladas de un dirigente de apellido Berois en una playa de estacionamiento en Rosario.
Este hombre ocupaba un cargo importante en el sindicato de camioneros, el que conduce Hugo Moyano.
El 20 de octubre del año pasado una patota ferroviaria asesinó a un joven militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra, en cercanías de la Estación Avellaneda del Ferrocarril Roca.
El 26 de enero de este año es secuestrado y asesinado Roberto Roger Rodríguez, Secretario de la Obra Social del Sindicato de Maestranza.
No hay dudas que este caso está directamente vinculado a la investigación que involucra a unas 100 obras sociales sindicales por el tema de los medicamentos y los troqueles falsos.
Por este tema lleva un largo tiempo a la sombra un peso pesado, Juan José Zanola, titular del Sindicato Bancario acompañado, en otra cárcel, por su esposa.
Estos datos son apenas la punta de un iceberg que esconde por debajo una organización siniestra que nadie se atreve a tocar o porque no hay convicción o porque hay complicidad.
Tal es la impunidad y la degradación de valores, que los ferroviarios suspendieron servicios de trenes a modo de protesta porque su Secretario General, José Pedraza, está detenido por su presunta autoría intelectual nada menos que de un asesinato.
Un Estado que se presuma democrático no puede admitir convivir con organizaciones no democráticas.
En este País resulta más fácil ser candidato a Presidente de la República que ser candidato a la conducción nacional de un gremio.
El sistema burocrático asegura el apartamiento de la voluntad del trabajador que está en la fábrica de lo que piensan y deciden en las alturas las cúpulas gremiales.
Basta verlos con 25, 30 o más años encaramados en las superestructuras, jugando hoy al rojo y mañana al negro, luciendo camisas Polo y viviendo, como Pedraza, en un piso en Puerto Madero que vale más de un millón de dólares.
Todo esto se sabe, se huele y se ve.
Por eso resulta cuanto menos sorprendente que ninguno de los que hoy pueblan paredes, pantallas y micrófonos con pretensión de candidatos, no digan una sola palabra de qué van a hacer para terminar con esta lacra.
El que anuncie que va a borrar la actual legislación que regula la vida sindical y presente el texto nuevo que impida la eternización de los dirigentes, la participación de las minorías, la libertad de agremiación y la apertura de las cuentas sindicales y de obras sociales estaría mostrando un camino de cambio.
El diagnóstico de la situación ya lo sabemos.
Hay que describir los medios para remediarlo.
Si esto sucede, se invertirá el sentido del título de esta columna.
Las palabras justas, duras y fuertes pasarán a ser salud.
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