El oficialismo, rápido como históricamente ha sido, ya anota a la Presidenta en la línea de largada de la carrera nacional y al Gobernador en la de la Provincia.
Objetivamente, es una ventaja que costará descontar, aunque no por ello se deberá cargar de pesimismo los pronósticos porque la volatilidad de la voluntad popular tiene en la Argentina una larga lista de testimonios.
Los que aparecen como potenciales opositores de fuste no han concluido aún sus procesos de selección.
Macri parece que será el candidato del Pro.
El Peronismo Federal inicia recién el mes que viene un interesante pero tardío ejercicio de elecciones regionales y deberá luego, si no hay cambios, dirimir con Solá el que resulte ganador de la competencia entre Duhalde, Das Neves y Rodríguez Saa.
Parecido es el trámite en la U.C.R. donde habrá una elección interna el 30 de abril entre Sanz y Alfonsín para luego completar el circuito entre el que gane y Cobos el 14 de agosto si éste finalmente se decide a terciar.
A este retorcido cuadro que no hace sino aportar a la confusión general, se le suma otro igual o más grave.
Hay que admitir que cualquier intento serio de disputar las elecciones con pretensiones de éxito necesita de un armado muy fuerte en la Provincia de Buenos Aires.
Vota aquí el 38% del padrón total, razón por la que si no se garantiza un caudal importante en la geografía bonaerense es imposible soñar con la Casa Rosada.
Acá es donde nos encontramos con los casilleros vacíos.
Scioli sigue atado a su preferencia por la timidez, razón por la cual no abandonará su puesto.
Ya mandó a la Legislatura un proyecto de modificación de la ley electoral provincial nº 14.086, que calmará los ánimos de los barones del conurbano y aquietará las rebeldías embrionarias.
De Narváez hace su campaña en solitario porque no sabe que color de camiseta ha de vestir, lo que debilita sensiblemente su presencia.
El Radicalismo y sus eventuales aliados son posiblemente los más atrasados, porque ni se menciona un solo nombre posible que aspire a la Gobernación.
En fin.
Si no hay planes concretos, si no hay equipos públicamente presentados y ni siquiera hay nombres y caras, va de suyo que las posibilidades electorales de esos grupos son anémicas.
La Coalición Cívica ha nominado a Juan Carlos Morán, que podrá ser el mejor o el peor de todos, pero no lo conoce nadie.
Para colmo, debe agregarse que la inestabilidad emocional de la Jefa partidaria, la Diputada Carrió, tiende un manto de dudas sobre todo lo que dice o todo lo que calla.
Finalmente, el otro nombre seguro es el de Martín Sabatella, un contorsionista de la política que hace dos años enfrentó a Kirchner y ahora va con el oficialismo nada más que para evitar que Scioli saque más votos que la Presidenta.
No hay dudas que “el modelo”, (como gustan decir los muchachos de Cristina), se afirma en la columna de la despolitización de la sociedad, el vaciamiento de los Partidos y la fiesta populista nunca interrumpida pero que en poco tiempo sufriremos en su máximo esplendor.
Lamentablemente, la oposición, enfrascada en sus pequeñeces intestinas, colabora conciente o inconcientemente al montaje del mismo escenario.
Nunca es tarde, pero sería bueno que se apuren.
Fuera del contexto de esta nota, es preciso recordar que el 11 de marzo de 1973 se realizaron las elecciones que en el orden nacional ganó la fórmula del peronista Cámpora y el conservador Solano Lima.
El 9 de marzo de ese año quien esto escribe participó del acto de cierre de campaña en Ayacucho, donde fue electo intendente el Dr. Barbieri.
Dos días después, Chascomús eligió Intendente al Dr. Miguel Ángel Tocci, que superó por algo más de 400 votos a Horacio Marino.
Fue una avalancha peronista.
Pero Ayacucho y Chascomús aguantaron el chaparrón. …
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