La puesta en marcha de la carrera electoral ha obligado a que se caigan los antifaces y empecemos entonces a ver lo que hay y lo que falta en las ideas, las intenciones y los métodos de cada sector.
Reiteradamente se ha dicho desde esta columna que la oposición es por ahora el mejor socio del oficialismo, aunque la interpretación literaria de ambos conceptos debería suponer lo contrario.
Muestras de estas debilidades sobran y a solo título de ejemplo podría citarse el inocente olvido de denunciar la sociedad kirchnerista con Ramón Saadi en Catamarca, el pacto con Menem en La Rioja, el papelón, (más allá del resultado) en las elecciones de Chubut, la suspensión de la pre interna radical o la imposibilidad de lograr el quórum en Diputados el miércoles para tratar el aumento del mínimo no imponible de ganancias y la regulación de la propaganda oficial.
Con este panorama cargado de pesimismo pero sujeto a la realidad, es evidente que hasta hoy el único factor que puede ponerle freno a los desatinos del Gobierno está dentro de su propia tropa. La incertidumbre radica en que no es posible saber si el freno a esos descalabros traerá atisbos de soluciones o mayores desgracias.
Lo cierto es que el encapsulamiento de la Presidenta con un pequeño grupo radicalizado anclado en los 70 no anticipa buena floración.
Es evidente que la lucha por el poder no tiene límites.
Moyano, el hombre posiblemente más poderoso de hoy, se atrevió a anunciar un paro nacional porque la justicia de Suiza requirió algunos datos suyos y de su familia en relación a presuntas maniobras de lavado de dinero.
El paro se diluyó a tiempo, pero “el 29 vamos a reventar la 9 de julio”.
El apurado acuerdo salarial del 24 % firmado por el camionero el miércoles pretende marcar un límite a los otros sindicatos.
Lo que no dicen es que la compensación vendrá de la mano de nombres del sindicalismo en las listas de candidatos nacionales y provinciales.
Este fortalecimiento del sector y los grupos entusiastas de chicos y chicas parecen un “revival” de tiempos que deberían enseñarse tal cual fueron para evitar tropezar otra vez con la misma piedra.
El bloqueo total y parcial de la salida de Clarín y La Nación del domingo supera todo lo conocido.
El Gobierno pretende hacer aparecer el hecho como una lucha sindical menor dentro del contexto de la pelea contra los medios concentrados de comunicación.
Para no caer en la trampa debemos decir que lo que yace en el fondo es la intención de acallar cuanta voz diga lo que el poder no quiere oír y, fundamentalmente, no quiere que la gente oiga.
No importa entonces el nombre de los medios afectados.
Importa que se aclare que los afectados somos todos en cuanto hay una mano negra que nos indica qué debemos y qué no debemos leer, ver o escuchar.
Es la vocación autoritaria de implantar el pensamiento único.
El respeto a la libertad de expresión no puede estar en juego en la mesa del poder.
Acá en Chascomús tenemos 4 diarios.
Tres de ellos mantienen una posición ideológica inmutable en tanto otro pasó de ser el que imprimía clandestinamente “Adelante” en tiempos del primer peronismo a su actual alineamiento kirchnerista.
Todos salen y cada cual elige qué leer.
Y todos saldríamos en defensa de cualquiera que fuera atacado por algún trasnochado.
Es este espíritu pueblerino el que debe primar en todos lados para que podamos sentirnos miembros de una misma familia que discute, ríe, llora, trabaja y descansa sin amenazas de capataces de estancias, CACIQUES SINDICALES O JUVENTUDES MARAVILLOSAS.
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