Pero lo cierto es que hasta el siglo III aC. No existen escritos que lo mencionen, siendo utilizado como medicina o tónico. En el siglo VI, con la aparición del primer tratado sobre el té, obra de Lu Yu, la infusión se popularizó en toda China como bebida.
Su consumo se fue extendiendo ampliamente y aparecieron las casas de té, llegando su apogeo con la dinastía Ming.
En el siglo IX la cultura del té se empezó a extender a países vecinos como Japón, Corea y en todo el sudeste asiático.
A principios del siglo XVII, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales llevó el té a Europa, pero fueron los ingleses los que lo popularizarían en todo el mundo, ya que a mediados del mismo siglo ya era la bebida oficial de la tarde de la nobleza británica.
En otros países como España, Francia o Italia, el té no arraigó por ser considerado una bebida de la aristocracia.
En el siglo XVIII el té seria el motivo de la rebelión que daría lugar en los Estados Unidos de América; y en el siglo XIX los ingleses impulsaron su cultivo en la India.
Actualmente los principales productores de té son India, Sri Lanka, China, Japón e Indonesia.
Se pueden destacar tres tipos, fruto de los diferentes tratamiento a los que se acaban sometiendo a las hojas: verde, marrón y rojo o negro.
El té verde, es el de las hojas tostadas, no sometidas a la fermentación, con aroma a verduras frescas, es el más natural. El té semifermentado, clasificado en oolong ypouchong, según su grado de fermentación (ligero o moderado), es de color marrón verdoso y su sabor es más intenso que el verde, pero más delicado que el negro. El té rojo, llamado negro en occidente, se somete a un proceso completo de fermentación. Las hojas se marchitan, trituran, fermentan y se deshidratan, adquiriendo un color oscuro y un aroma similar al de la malta.
Hasta la semana que viene
Liliana Garegnani
Analista en Servicios Gastrnómicos.
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