De la misma manera que todos los argentinos creemos ser directores técnicos de la Selección Nacional ahora somos oncólogos y cirujanos de cuello y la popular tiroides ha pasado a llamarse glándula tiroidea, que suena más paquete.
Lo cierto y reconfortante es que, paredes adentro del Hospital Austral, todo salió bien.
Afuera, mientras tanto, el Mundo y con él la Argentina, siguen andando.
Y las andanzas no han sido de las mejores.
La cruda realidad se ha descargado con furia sobre muchos compatriotas, que súbitamente han chocado contra la impenetrable pared de la verdad hasta ahora maquillada.
Primero fue en la Provincia de “él y ella”, donde el ajuste impulsado por el Gobernador Peralta despertó la ira de la gente que salió a la calle a defender sus derechos.
La crisis desatada y cuyo final es aún incierto, provocó el abandono del barco oficialista de los miembros de “la Cámpora” que habrán dicho que soldado que huye sirve para otra guerra.
En Río Negro, además de la tragedia que terminó con la vida del flamante Gobernador, la desaparición temporaria de un Intendente y el duro cruce entre el nuevo Gobernador y el Presidente del Superior Tribunal de Justicia, miles de trabajadores públicos están con la espada de la pérdida de sus puestos sobre sus cabezas.
Una cuenta más de este rosario de realidades ocurrió con la entrega de los subtes al Gobierno de la Ciudad por parte del Gobierno Nacional.
Esta medida sorpresiva trajo consigo el aumento del boleto que a partir de ahora se fue de $ 1,10 a $ 2,50.
Suena fuerte, pero en verdad se trata de un acercamiento a la realidad real que fue sistemáticamente escondida desde el inicio del ciclo kirchnerista.
Ya nos tocará a todos con la quita de subsidios a la electricidad, el gas y el agua que por razones del sistema de facturación demorará algún tiempo en llegar por debajo de nuestras puertas.
Por ahora, los zapatitos de Reyes han sido colmados por regalos de doloroso gusto.
Hay que alistarse para el duro cambio de clima que nos alejará del “Aguante morocha” y nos unirá en el lamento de que deberemos aguantar morochos, rubios, pelirrojos, altos, bajos, gordos y flacos.
En los despachos del Poder le llaman “sintonía fina”.
Para nosotros es ajuste, más fácil, más claro y “más pior”.
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