Aún a riesgo de que un espíritu maligno rompa las impresoras, quiebre tibia y peroné del canillita o interrumpa el flujo de Internet, he de atreverme a desafiar hechicerías y decir que no es sino el inevitable resultado de tantas torpezas previas la razón única de tanto batifondo.
Como cuando la nena cumple quince, la fiesta hay que pagarla.
Se termina la emoción del vals, el cotillón, la torta y el brindis y al otro día nomás llegan los proveedores boleta en mano a cobrar lo suyo.
En el País las cosas no son demasiado distintas.
Por el contrario, y apelando a una simplificación posiblemente demasiado elemental, nos ha llegado la hora de pagar la fiesta.
Y lo peor es que las cuentas de un servicio que no todos han disfrutado deberán sí ser pagados por todos y, para peor, en mayor proporción por aquellos que no alcanzaron a pellizcar ni un modesto canapé de picadillo de carne y media aceituna verde.
En una actitud digna de un congreso internacional de psiquiatras y psicólogos, la misma sociedad que hace muy poquito apoyó mayoritariamente la reelección del mismo Gobierno comienza ya, como otras veces, a decir “yo no la voté”.
Como fraude no hubo y la legitimidad electoral no está en tela de juicio, hay que intentar buscar por el lado de la descarga de culpas la razón de ser de estos dichos.
En realidad, sería importante que los que la votaron y los que no nos alistemos a superar tensiones y procurar salir de este acelerado proceso de descomposición.
La Economía es una ciencia dura, con leyes propias que no pueden violentarse gratuitamente.
Por eso es inevitable el ajuste, lo llamen como lo llamen, para recuperar el equilibrio despilfarrado.
No es casualidad que este año no hubo PAPÁ Noel para los jubilados, ni que se desprendan súbitamente del subte, ni que se anuncien las quitas de los subsidios en los servicios.
En cualquier momento nos levantamos una mañana y nos enteramos que también le transfirieron la Policía Federal a Macri.
Nada servirá si todo es producto de la improvisación y la especulación mezquina.
Además, no es sólo una cuestión económica sino que se trata en todos los casos de asuntos políticos.
Un resumen de memoria de acontecimientos de este tipo es más que suficiente para entender cómo estamos y para donde vamos.
Un partidito de fútbol entre Scioli y Macri fue entendido como un agravio institucional.
Para colmo, se jugó a la misma hora en que la Presidenta estaba en el quirófano del Hospital Austral, lo que le dio a la justa deportiva categoría de pecado mortal.
Por suerte que el Gobernador ganó 10 a 5 que si no habría incurrido en el delito de infame traidor a la Patria.
A un Gobernador lo mató su mujer de un tiro en la cabeza, otro se fue de paseo en el avión oficial con sus hijas y su Vice Gobernador ni siquiera se enteró.
La Provincia pingüienera explotó como una granada.
Un intendente recién asumido desapareció y fue hallado a más de mil quilómetros en estado de confusa confusión.
Hubo más votos que nunca y hay más cortes que antes.
A Ministros y Secretarios de Estado le comieron la lengua los ratones, cosa que hasta puede ser razonable si el que la usa, como el Ministro de Agricultura, le dice al paisano que está frente a su campo desbastado por la sequía que “no dramatice”.
El desorden ha llegado a tanto que ni la más alta capacidad de la Ciencia Médica ha quedado impune.
Los dimes y diretes del cáncer que fue y dejó de serlo, los cruces entre profesionales apelando a un lenguaje que nadie entiende son una caricatura del presente.
No nos sumemos a los que incitan a pensar que la enfermedad fue una excusa para inspirar misericordia.
Por el contrario, alegrémonos de que todo haya sido una equivocación, porque para recuperar el orden y el rumbo, hace falta que los que mandan estén en perfecto estado de salud tanto física como de la otra.
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