Experiencia

será el haber vivido la experiencia de lo idílico, del enamorar bajo la luna y el primer beso dado, y porque no, quizás en la playa misma entre el fluir del oleaje marino y el volar de las gaviotas.

Y tal escenario nos permita preguntarnos ¿hay algo gratuito en el mundo?, quizás nuestro nacer y nuestro morir, después, pensar en gratuidades muestre cierta ingenuidad respecto al acontecer mundano y cósmico, sin embargo, lo gratuito habrá de ser ciertamente superado por lo intencional desde el operar de todo individuo en el mundo posibilitando su experiencia.

Con el experimentar emerge la conciencia y el mundo privado de la interioridad donde se alojan los deseos, por ello, nuestro desarrollo no versará sobre la experiencia en su generalidad, sino desde ese escenario particular que provee lo amoroso, intentando señalar si efectivamente existe un hiato entre lo que se desea y lo que se vive, ante el deseo como eje de todo experimentar.

Pues, desde la presencia del deseo podemos definir aquello devenido experiencia o mera percepción, porque percibir al mundo es una función de los sentidos, mientras que lo determinante del ser de la experiencia se halle en el deseo focalizado hacia algo particular en ese mundo, donde tal querer determine la percepción o la experiencia.

Por supuesto que hablamos desde una condición adulta situada en lo amoroso y excluyente de todo proceso embrionario de desarrollo o crecimiento humano.

Así, mirar un paisaje o vivenciarlo impliquen momentos distintos, en uno sólo intervengan los sentidos mientras que en el otro, una voracidad será necesaria para que lo mirado sea objeto contemplativo, vale decir, la intencionalidad y todo querer hacen posible la diferencia citada, e instante para predicar la no gratuidad de toda experiencia, sea esta la que sea, que no sucede por un porqué sí, sino que ocurre por el disponer de la persona y su estar allí para que suceda.

Por lo cual ¿hay un hiato entre lo que quiero y lo que recibo o por el contrario, existe una correlatividad?, sin lugar a dudas que desde el escenario de lo amoroso implique el correlato, pues la experiencia de enamorarse no sucede por la invitación de un tercero, sino desde una convicción muy propia apoyada por un estar como condición inevitable para que tal experiencia sea.

Esto reniega de toda inocencia acerca de lo que le sucede a cada persona y que incluye a su estar mundano, pues en lo que recibe se encuentre el mensaje de lo que él es, al propiciar sus experiencias desde la intencionalidad de sus deseos, por el cual toda experiencia, testifica con su emerger, al es de cada sujeto en su existir cotidiano.

Pues, en la disposición de lo que soy se halla el contenido de mis deseos y fundamento del transitar mundano, así, la construcción de todo es posicione la siguiente correlatividad: el deseo y el poder ser a través de la experiencia.

El término experiencia que significa pasar por expresa su cabal elocuencia respecto a la importancia previa del ser y del estar ahí como condición del acontecer privado, generando la sentencia de la no gratuidad de la experiencia. Sin embargo, muchos aconteceres negativos se creen que no son voluntarios ante el desconocimiento de lo que somos en el laberinto de nuestra interioridad.

Por ello, la experiencia también espeje al mencionado laberinto o sea, al es oculto subyacente en cada individuo y pertinencia del adagio “lo que eres te destina”, por el cual sucesos calamitosos ocurran como expresión de un oculto es y eje donde pivotan aquellas experiencias no deseadas.

Si bien desde el plano de la conciencia tachar a tales experiencias funestas de gratuitas, desde el escenario de lo velado no lo sean, aunque, una gran paradoja aceche en la interioridad de toda experiencia, que aparte dar, también te quite.

Desde el momento en que nace, la experiencia se convierta en centro referencial, en la instancia idílica de todo enamorado, implicante de un mutuo dar, un acomodarse consistente entre lo que uno y el otro quiere tiene lugar, ahora, ¿que significa tal acomodo?, la presencia y consecución del deseo, donde lo que no se desea no participe como realidad y por lo tanto no se experimente, los enamorados construyen el es del otro según los dictados de sus inquietudes propias y que el otro satisface, por lo cual ese otro será según la capacidad de satisfacer deseos y necesidades ajenas.

La experiencia del otro no es vehiculizado sino lo que ella porta son los deseos que se realizan, el otro solo es mostrado en su faz instrumental como sujeto que satisface los deseos ajenos, pero fuera de eso, no hay nada de él porque no media ningún deseo.

Por el cual cada enamorado, hará del amor según sus vivencias, nótese que el amor aparte del sentir, es la experiencia que se tiene del otro, pero la trilogía del amor, la experiencia y el otro, pivote según los dictados de lo complacidos y repuesta del otro a las inquietudes privadas del sujeto enamorado.

Pero, si amar es amar al otro, ¿que se sabe de ese otro que no implique un saber mediado por las propias experiencias?, si el otro es según mis experiencias y eso nada me dice lo que él es, se postule la siguiente paradoja, que toda experiencia, en vez de mostrar oculte, si la experiencia realiza al deseo propio, jamás mostrará al otro como tal, sino sólo su función de enamorado.

El amor idílico llevando al amor a su máximo sensualismo queda sujeto al mandato de la piel, instalando el realismo ingenuo en cada enamorado, según el cual la realidad del amor y del otro, está contenido según sus propias vivencias, por lo tanto, el amor no implique jamás conocimiento ajeno sino ensimismamiento de lo propio desde la carga sensitiva de deseos y disposiciones satisfechas por el otro.

Ahora, ¿qué habrá de suceder en aquellas soledades y víctimas de fracasos amorosos y su disponerse a enamorar, podrán volver a hacerlo?, si, indefectiblemente ante sus deseos y el querer hacerlo en el fondo suceda, aunque, la carga del amor vivenciado habrá de permanecer en forma latente y retorno al ensimismamiento, por el cual pensar que la nueva relación habrá de ser distinta será mera quimera.

Y telón de fondo, para que la experiencia del otro lo sea desde uno y quede oculto como tal.

Así, la pregunta como final no tarda en llegar, ¿qué es el amor, quien es el que amo?, respuesta a realizar sin la presencia del amor y desde la ausencia del otro, el dolor sea la única repuesta y no por ninguna lejana autoconciencia.

Un dolor insistiendo en lo ajeno cuando eso ajeno, jamás fue experimentado ante el ensimismamiento de lo propio, por el cual nunca existió.

Juan Oviedo

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