saben qué ocurrirá con el inicio del ciclo lectivo programado para el lunes próximo y después postergado para el martes.
La comedia de enredos de todos los años se sigue repitiendo con los mismos actores, las mismas escenas y los mismos métodos.
Gobierno y sindicatos juegan al minué de la oferta y la contraoferta como si se tratara de un remate de chucherías y no de la más importante misión que debe garantizar la autoridad, el derecho de los chicos a ser educados.
Si las clases empiezan o no será apenes una anécdota.
Se solucionará si las aulas se abren el problema de los padres que no saben qué hacer con sus hijos cuando la escuela está cerrada.
Pero más allá de esta función social que ha desfigurado la misión de la escuela, nada indica que algo será distinto de lo que viene siendo desde largo, en un proceso que en todo caso se ha desacelerado solo porque más abajo de la calidad educativa está el piso.
No hay aquí una intención maníaca de desacreditar la tarea escolar, pero apelando al mínimo ejercicio de escuchar como hablan, leer como escriben y tomar noticia de cómo piensan hijos y nietos que concurren a la escuela, es una muestra más que suficiente para afirmar que casi no importa, si no fuera por su función de depósito de chicos, que las clases comiencen o no la semana que viene.
Un Gobierno que se auto proclama progresista y refundador de la Patria pierde toda pretensión cuando, luego de dos turnos presidenciales y ya en el tercero no ha logrado romper la práctica perversa de resolver de apurada y sobre la campana el hecho fundamental de que las escuelas estén abiertas el día previsto.
Cuando la anormalidad se repite con la persistencia de la gota de agua que perfora la roca, estamos ante una conducción claramente conservadora y débil.
Leí hace unos días un texto que contaba que un hombre se durmió en el banco de una plaza por unos 60 años y cuando despertó se sorprendió por los cambios operados a su alrededor.
Los grandes edificios de frentes vidriados, los autos modernos, el asfalto, las damas al volante y todo el entorno lo sorprendió como a cualquiera le ocurre ante lo desconocido.
Solo encontró algo que no había cambiado: la escuela de la que había sido alumno.
La anécdota apuntaba a señalar que solo esa Institución no había cambiado.
El ejemplo es parcialmente válido.
Porque el hombre no sabía que el edificio, al ser igual, ya mostraba una deficiencia de la sociedad.
Lo que no pudo percibir fue que, en realidad, la vieja escuela, su escuela, sí había cambiado, y para peor.
En ese viejo edificio, sus maestras le habían enseñado a leer y a escribir, a respetar, a desarrollar su espíritu crítico y a ser una persona digna y educada.
Hoy ya no era lo mismo.
Los alumnos no aprendían porque nadie se lo exigía.
La condición de relación asimétrica de la Educación había sido reemplazada por un estilo carnavalesco sin metas, sin sentido y sin razón todo escondido bajo el ampuloso título de “estatutos de convivencia”.
Vueltos a la realidad, la anécdota queda justa.
La puja salarial ocupa los títulos y la Educación, que es la savia del árbol, brilla por su ausencia.
Nadie, absolutamente nadie, ha pronunciado una sola palabra sobre aspectos que puedan mostrar al menos alguna intención de cambiar para bien.
Los reclamos salariales, por justos que pudieran ser, no deberían ser los protagonistas de la comedia.
Sí deberían serlo proyectos de modificación de estatutos que regulan la actividad docente al exclusivo servicio de los maestros y sus picardías.
¿Por qué no hablar de controles de calidad externos que midan año tras año el resultado de la labor docente y en función de ello aplicar escalas de salarios diferenciados para que el que no sirve no cobre igual que el que sirve?
¿Por qué no abordar temas como la escuela no graduada, concursos para todos los cargos sin excepción en los que la oposición sea mucho más que los antecedentes, restar valor a la antigüedad para reemplazarla por el mérito?
El aporte de la tecnología ha producido un cambio sustancial en lo que debería ser la vida escolar.
El acceso a una computadora implica que la misión informativa de la escuela no sea tan exigente.
Lo que en verdad debería ser el centro de la actividad es la formación, que significa inculcar valores, enseñar conductas y formar personas.
Ese es el gran déficit.
Y para ser sincero, no parece que esta carencia pueda resolverse de mañana para la semana próxima por cien o doscientos pesos más.
Si mágicamente el sueldo llegara con un aumento del 500 % nada cambiaría.
Porque no se compra en un kiosco la condición de maestro.
Si las clases empezaran a tiempo, sindicalistas y autoridades festejarán como si hubieran logrado un triunfo.
En verdad, por los resultados que podemos medir con nuestros hijos y nietos, ambos perdieron.
No es casualidad que la matrícula de las escuelas públicas disminuya en favor de las privadas.
Los padres, desesperados por lo que ya saben prefieren hacer un esfuerzo económico importante solo porque en las privadas las huelgas no son tantas.
Nada de esto les importa a los que se llenan la boca en defensa de la escuela pública porque sus cuerpos y sus almas están al exclusivo servicio de unos pesos más a fin de mes.
Antes de ahora se ha dicho desde aquí que la Argentina será lo que son sus aulas.
Quisiéramos ser optimistas, pero sin dejar de ser realistas para no cometer el pecado de mentirnos a nosotros mismos …
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