La obra de Soriano que figura en el título, publicada en 1973, ha sido nominada por la crítica como su mejor producción.
El autor se confesó un admirador del Gordo y el Flaco, los personajes que a todos nos hicieron reír cuando niños. Precisamente el Flaco, Stan Laurel aparece en la novela, ya viejo y vencido, recurriendo al inspector Phillipe Marlow, creado por Raymond Chandler), para que investigue por qué ya no lo contratan.
Pasa el Tiempo y Soriano, convertido en un personaje de ficción, se encuentra con MarlOw en la tumba del Flaco.
Esa pareja es entonces protagonista de una serie interminable de aventuras que mezclan ficción y realidad, humor y dolor.
Como a los argentinos de este tiempo nos toca ser víctimas de un relato oficial que se empeña en desconocer la realidad tal cual es y llenar de anuncios y personajes de ficción la escena nacional, he creído oportuno plagiar el título de la novela de Sorianno para ubicarla en el comentario de la situación que tiene por protagonista nada menos que al Vicepresidente de la República.
El calificativo de triste no parece serle propio, aunque razones hay de sobra para que así fuera.
Por el contrario, el personaje se muestra alegre y dicharachero, claro que sólo en los medios de comunicación apéndices del poder.
Las balas del periodismo le pican cada vez más cerca y, lo que es más importante, las de la Justicia también por lo que ya no suena creíble la apelación a los ataques desestabilizantes de “el monopolio multimediático”.
Nadie ha osado cuestionar la andanada casi diaria del periodista Hugo Alconada Mon en La Nación.
Y si nadie lo hace es porque la documentación que garantiza los datos hace imposible desconocer la verdad.
El solitario de la novela sí le cae justo al Vicepresidente.
Uno debería imaginar que ante una secuencia de denuncias de la gravedad de estas, el Gobierno en pleno, los bloques legislativos, la estructura partidaria y las organizaciones que succionan del Poder harían cola para desmentir a los denunciantes y defender al ídolo injustamente maltratado.
Nada de esto existe.
Menos aún existe la principal defensa, que correspondería a quien lo puso en el lugar que ocupa.
La Presidente de la República se ha encargado de mirar para otro lado y prefiere seguir apareciendo tapándonos de números y porcentajes que son siempre records mundiales al que solo falta sumar que en Capital la lechuga cuesta $ 28,00 el kg. Y que en Semana Santa la feligresía deberá pedir perdón por comerse una milanesita porque el pescado será inaccesible.
Esta soledad no le es extraña al Vicepresidente porque ya la conoció en su Partido original de pertenencia, la UCD de Alsogaray, que no le permitió ni arrimar en las elecciones del Centro de Estudiantes de Economía en la Facultad de Mar del Plata en sus tiempos mozos.
Sería realmente saludable que antes que lo ordene la realidad, la Presidente reconociera su error y dispusiera su desplazamiento.
No hay error más grande que la obcecación en no aceptar un error propio.
No parece fácil, conociendo el paño.
Pero no hay duro que no se ablande ni tiento que no se corte.
Llegamos así al final, abierto como en películas y libros originales y atractivos. Pero inexorable cuando el sentido común se transforma en un tsunami y limpia de forma cruenta lo que debe evitarse haciéndolo de manera educada y racional.
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