Esta pretensión fundacional que caracteriza a esta gestión familiar iniciada el 25 de mayo de 2003 está entrando ahora, a buen ritmo de marcha, en el cono de sombra que su propio “modelo”, (para usar su léxico), produjo en virtud de un instinto natural de organizar una fiesta populista que a su tiempo debe terminarse.
Un período excepcional que sopló de cola hizo posible que la economía creciera a un ritmo verdaderamente sensacional.
Ese crecimiento, que bien administrado pudo servir para edificar las bases de un desarrollo responsable y continuo fue desaprovechado al montarse un sistema ”subsidialista” desenfrenado que no hizo sino conducirnos a este presente que del celeste diáfano de los días del carnaval pasó a mostrar los nubarrones que ya comienzan a esconder los rayos de luz.
La acumulación de reservas genuinas en el Banco Central que fueron en su momento relatadas como un gol argentino en la final de un Mundial dejaron de crecer y ya iniciaron su merma pese a la receta obsoleta que implantó Moreno de restricción para la compra de dólares y clausura de importaciones.
Puede ser que por un tiempito la técnica de darle contenido épico a cada discurso y a cada anuncio pueda sostener ilusiones interesadas muchas y auténticas otras.
Pero éstas últimas, que producen un encandilamiento posiblemente alimentado por la necesidad de creer en algo que todos tenemos, se terminan cuando flaquea el bolsillo, esa víscera que es la que más duele”, como decía el General.
La incógnita es saber si en la intimidad del poder se estudian estas cosas.
Hay datos para una respuesta afirmativa.
Quizás lo más evidente es que pese a la saturación discursiva de la Presidenta, jamás la palabra inflación aparece en sus dichos.
Esta es la clave de la crisis.
Este es el impuesto más retrógrado y reaccionario que castiga más al pobre que al rico.
Quien paga el 21 % por un auto de alta gama ni mosquea.
El que paga ese mismo recargo por la leche, el pan y los fideos de todos los días sufre como una madre.
Igual sufre el tambero, al que le pagan $ 1,40 el litro a los 45 días y que nosotros compramos a $ 6,00 al contado en el almacén.
Ya no es posible entender que desde el Gobierno se insista con los datos de inflación que mensualmente proporciona el INDEC.
El 0,8 % oficial es un agravio a la inteligencia.
Cualquiera sabe que es una burda mentira cuando el pan cuesta $ 10,00 el kilo, la papa a $ 5,00, la yerba $ 25,00, el aceite $ 12,00 y sigue la lista.
Lo único barato es el INDEC.
Es claro que nadie come, ni se viste ni se cura con esa entelequia.
Menos ha de curarse la economía, inflexible ante estos malabarismos inútiles.
El sinceramiento y la aceptación del error es impensable, dadas las características mesiánicas de quienes tienen hoy por hoy “la sartén por el mango y el mango también”, (permiso, María Elena).
oy por hoy no es para siempre.
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