Esto la hace fuerte, aunque muchos piensen que esta fortaleza la hace aparecer débil a los ojos de aventureros que siempre los hay.
La obligación de respetar los derechos de los que la niegan ha hecho algunas veces que más de uno, dolido ante la injusticia, la corrupción y el desquicio, vuelquen su conductas a la resignación primero y a su negación luego.
Los atropellos institucionales, el desenfado en el ejercicio de la autoridad y la carencia de escrúpulos éticos no penetran en la conciencia popular sino cuando la Economía comienza a flaquear, el temor por la pérdida del trabajo y el achicamiento de los índices de medición de todos los rubros empiezan a indicar que viene tormenta.
No debería ser así, pero la naturaleza humana de los que vivimos por estas latitudes obliga a ser fieles con nosotros mismos y aceptar nuestras debilidades, sin que ello signifique resignar la lucha para cambiarlas.
La etapa iniciada en 2003 ha ingresado ahora en este tiempo de dispersión de la neblina.
Casi nadie, ni la Presidenta ni nosotros mismos sabíamos algo de ese “yuyito” mágico que es la soja.
Menos sabíamos en el momento de su ejecución que la política ganadera habría de llevar al País a la pérdida de 12 millones de cabezas.
Tampoco sabíamos que en esos tiempos de la fiesta una vaca valía $ 600,00, (menos que hoy un par de zapatillas), en tanto que reponerla ahora sale más de $ 4.000,00 por cabeza.
Nadie supuso que este año deberemos gastar 12.000 millones de dólares para importar combustibles líquidos y gaseosos porque el autoabastecimiento se fugó por falta de control y planificación.
El Gobierno en sus tres turnos, dotado del poder legítimo de las urnas, se muestra cada día más como dominado por una sobredosis de poder que genera excentricidades inimaginables.
La lista sería infinita, pero solo como para enmarcar lo dicho y sin mirar demasiado para atrás, resulta increíble que Shoclender haya sido la figura central de un acto del Día de la Memoria, que un Secretario de Transportes haya declarado que si el accidente de la Estación Once hubiera sido un día feriado los muertos serían menos y un Ministro se refiriera al tema diciendo que mucho tuvo que ver el deseo de los pasajeros de amontonarse todos en los primeros vagones para salir antes.
La Presidenta meneándose al son de los tamboriles angoleños, los regalos de medias con la inscripción “Clarín miente” a los chicos que no tienen zapatillas y la supuesta venta de las supuestas cosechadoras en el País africano ya no pueden pasar desapercibidas.
Menos aún la vacuidad del discurso oficial en cadena nacional mostrando a la Primer Magistrada como una vecina chismeando con otra desde la ventana de su casa y en frente un coro de aplaudidores tan o más lamentable que los de “6,7,8”.
El grado de incertidumbre y confusión es tan o más grande que el de incondicionalidad.
Si así no fuera, se darían cuenta que para reírse de nada “El Chavo” es mejor y más creíble.
Y que en vez del aplauso automático porque la Señora dijo que transformará en pesos un plazo fijo de más de 3 millones de dólares mejor sería preguntarse cómo los hizo.
Vale repetir que las últimas dificultades no son nuevas
Vienen de largo, pero la inminencia de las consecuencias no tenidas en cuenta durante la fiesta hace que ahora sea cada día más la gente que frunce el ceño y abandona la indiferencia.
Es que puede haber gobiernos que se suiciden.
No hay pueblos que lo hagan...
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