Solo quienes ignoran el sentido medular de esta palabra pueden subestimar lo que ella implica cuando es atributo de un estadista.
Una vez a los argentinos nos gobernó un hombre bueno. Ello implica: un ser para quien sus convicciones personales jamas fueron dogma, ni el prójimo un instrumento, ni el despotismo un recurso valido de poder, ni el gobierno en si mismo un fin.
El país anda hoy sediento de virtudes elementales: justicia, honradez, paz, confianza, trabajo y libertad. Son formas de la bondad que es, en ultima instancia, la esencia del altruismo. Una vez lo argentinos tuvimos por presidente a un hombre bueno. Si es hondo el deterioro de la Republica se debe a que la sustancia humanista de nuestra organización social se ha perdido. Deshecha por la frustración, ella parece haberse acercado como nunca a esa tierra de nadie y de nada que la Biblia intuyo bajo el nombre de Apocalipsis.
A las naciones se las predica con la conducta de sus gobernantes. Roguemos que no haya cundido, entre los gobernados de nuestra patria, el ejemplo de quienes la condujeron estos últimos años. Que no hayamos aprendido a asesinar para resolver nuestras discrepancias. A estafar, a mentir, a aterrar, a sobornar, a torturar y a negar nuestros actos. Roguemos que cunda, en cambio, el ejemplo de hombres como el que ahora perdimos y que caben comodamente en la palabra bueno.
Con el se fue un rostro transparente. Por lo tanto, un rostro excepcional en la Argentina moderna. El rostro de un hombre que nunca recurrio al lenguaje para estafar a quienes lo escuchaban. Que jamas hablo para ocultar sino para darse a conocer entero.
Hubo en la historia del país algunos estadistas a quienes es posible imaginar de pie y sin custodia en cualquier esquina de Buenos Aires, confundidos con la marea ciudadana. Hombres entre hombres. El fue uno de ellos. Todo en el remitia a las virtudes del ciudadano cabal. A quienes trabajan y recorren las ciudades y los campos. A quienes habitan las casas donde no hay armas ni centinelas. A quienes desconocen la retorica, la soberbia, el miedo que emana de las acciones miserables y las mediocridades del lujo mal habido. Entre los que gobernaron la Nacion, hubo algunos a quienes es posible identificar con los gobernados porque fueron seres de su misma estirpe. El fue uno de ellos. Fue, como los millones que le dan forma al cotidiano del país, un presidente de todos los días.
Si como quiso el griego clásico, los muertos hablan a los vivos desde el reino de las sombras, pidamos que su voz no se aparte de la patria; que se haga oir y que respalde a los que aun creemos que la Republica es posible. Que nos alumbre para que sepamos que no hacer, que no decir, que no creer, que no escuchar. Ya nos ocuparemos nosotros, bajo su aliento inspirador, de seguir luchando mas y mejor por lo que si cabe hacer, decir, creer y escuchar.
Y para que un dia este suelo sea de contar al Dr. Arturo Umberto Illia entre quienes en el descansan en paz.
Santiago Kovadloff
SiGesellnoticias