Muchos ya tomaron el camino del cruce de vereda y se muestran sin complejos enarbolando otras banderas.
Otros han optado por quedarse, (no se puede precisar por cuanto tiempo), y para ello han optado por decir y hacer exactamente lo contrario que dijeron e hicieron hasta hace muy poco.
Algunos tienen que haber más centrados y realistas y por su cuenta han de correr estrategias postreras que no alcanzarán a evitar lo inevitable pero al menos servirán para adornar el final con el sentido épico que agrada a la Presidenta.
De ese círculo ha nacido la denuncia del golpe de estado en gestación que pretende destituir al Gobierno.
El “fantasma de la “g” se agita más como una necesidad que como una denuncia.
Casi podría decirse que en realidad es la salida deseada por los grupos más cerrados que soñaron con la revolución desde las paquetas torres de Puerto Madero.
Es cierto que en todos los golpes militares que derribaron gobiernos democráticos desde 1930 hubo siempre presencias civiles.
La calificación de los civiles que participaron puede ser parecida, pero la cuantificación es rotundamente dominada por grupos enrolados en el Peronismo.
De todos modos, la Democracia recuperada en 1983 tiene el sello de una sociedad y un conductor lo suficientemente fuertes para no repetir estas tragedias.
No hay espíritu golpista hoy.
Lo que sí hay es deseo de terminar para empezar de nuevo.
Nadie, por lo demás, puede ser tan tonto como para alimentar una maniobra oficialista que pretende la excusa que pueda permitirle sobrevivir a su ineptitud.
El círculo rojo y el círculo negro serán, en todo caso, colores distintivos de las pastillas medicamentosas.
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