Lo que el cuento plantea con el triunfo de Cenicienta, es la victoria de la justicia, la moral, la liberación de castigos y males, pero la realidad de esta Cenicienta que vota, muestre sin tapujo alguno la burlona presencia de toda violencia simbólica ejerciendo su condición, el verse y percibirse ese que vota, según categorías ajenas a su condición de clase.
El príncipe no es el de Maquiavelo, sino el sistema que ha enquistado a políticos y éstos, a la clase que pertenecen y desde ahí, una cadena que atrapa, encierra y digita a través de partidos, discursos, escuelas, cultura, poder y gobiernos, a posicionarse como lo válido del sistema y al que deben manejar acorde a sus necesidades, recursos y gustos, la vieja sentencia que alababa y decía “viva el doctor”, supone la legitimidad que sólo ellos, los doctores, los señores, los aristócratas de la democracia pueden detentar el derecho a ser votados, ¡vivan ellos!, tal ser la violencia simbólica que determina a las Cenicientas del pueblo.
Pero esa violencia simbólica no sólo se presente en la realidad política del lugar, sino en la violencia de género también, porque si nos contextualizamos en el cuento, veremos en la figura del padre al que detenta la bondad y en la presencia del príncipe, el hombre que libera y eleva a Cenicienta a su verdadero rango de princesa opacada y presencia de lo masculino como eje rector, mientras, la envidia, la crueldad y el maltrato representada en su madrasta y hermanastras, impliquen el lado femenino y eje de lo siniestro, pero no sólo ahí termine la cuestión, sino que el fenómeno de clase se encuentre patente por el sentido final que ellas representan, ante los indicadores de hidalguía, justicia y moral, simbolizado en la nobleza, mientras, que la mácula, la envidia y lo soez, en la clase subordinada.
El mensaje es claro y aquí en el pueblo, patentizarse en los doctores como médicos y abogados, negociantes, sindicalistas, y los otros que salen de un partido para posicionarse mejor en otro, como los príncipes que permiten a Cenicienta, volver a ser alguien durante diez horas cada dos años y después, retornar a su creada y oscura condición.
Hasta que no se erradique la violencia simbólica que hace a la figura y la presencia de Cenicienta, nada podrá cambiar……y si nada importa excepto mi propio beneficio, habrá por siempre Cenicienta, pero sin final feliz.
Juan Oviedo
SiGesellnoticias