Cuestan distintas fuentes que Sócrates era un aficionado al buen vestir y había mandado a hacerse por una costurera vecina llamada Idalia unas cuantas mudas de variados colores inclusive, cosa que molestaba mucho a su quejosa esposa Jantipa y algo curioso también, porque Sócrates era feo, bajito, narigón y tenia ojos saltones, ¿qué vio Jantipa en Sócrates?, en fin, cosa de mujeres.
Y la elegancia socrática sea por esa condición de ser feo, eso explique el porqué de su fanatismo para con la moda de la época y la cantidad de sandalias que se decía, llegaban a completar la escala cromática.
Fue hijo de un escultor y de una partera, y por tal oficio materno habrá de cargar toda su vida ese hacer parir el saber, como método, que era un procedimiento similar al usado para ayudar a parir pero que en este caso ayudaba a parir la verdad. El parir muchas veces se transformo en ¡qué lo pario!, epíteto de muchos interlocutores ante la capacidad discursiva de nuestro ilustre filósofo, también las malas lenguas de aquella época decían que la gente huía cuando veían venir a Sócrates en la misma dirección -rajemos, el latoso de Sócrates otra vez-.
Tenía como fin ayudar al otro a dar a la luz las ideas mediante el dialogo (si las ideas no se matan,¿ pueden nacer?) y se daba a través de dos pasos: la ironía (fingir ignorancia respecto de un tema, hacer hablar al otro al revés y hoy día en deshuso porque se finge saber y hacer hablar al ignorante como se quiere que hable) y la refutación que es lo que demuestra la existencia de contradicciones en el pensamiento.
Así, estar durante cinco horas o días refutando a su interlocutor con un simple y escueto NO, terminaría por cansar y aceptar los razonamientos de Sócrates.
Fue un gran filósofo y además un excelente maestro aprobaba a todo el mundo, en especial a Platón que sabía regalarle dátiles. Generalmente llegaba temprano a sus clases porque durante los días de verano le encantaba tomar sol y sacarse las sandalias. Pasaba un buen rato en un árbol que estaba frente al lugar donde daba clases, y antes de que sus flamantes alumnos llegasen, el amable Sócrates comía uvas rosadas y se daba los que años después fueran inmediatamente asociados a él baños de sol.
Creía que la filosofía era una manera de vivir y de pensar, estimulaba a sus oyentes a hacer un examen de conciencia pues si no la hacían esperaban las lagartijas y la prohibición del rango y mida, aunque, en algunas ocasiones los hacía saltar la soga mientras pensaban en todo lo que daban como verdadero.
Una de sus costumbres dilectas era caminar, se levantaba temprano, apenas salía el sol, se rascaba la barba y meditaba el nuevo camino a tomar y hacia dónde ir, ¿al Ágora, a la Acrópolis, quizás a la casa del joven Glauco?, mientras tomaba un jugo de naranjas y unas tostadas con manteca y salía brioso a la polis en busca de compañeros de dialogo para el día. Paseaba, Sócrates paseaba por toda Atenas conversando y conversando, muchas personas se compadecían del pobre Sócrates que no paraba con su ejercicio de hablar y hablar y le acercaban bebidas frías, sobre todo en las épocas de calor pero mucho más por aquellos que no podían huir de él.
Contreras como era, si o si se opuso a varios gobiernos de turno, y fue muy crítico de su tiempo, ¡cuanto calor, qué frío!, y no se sabe porque fue acusado de revolucionar a la juventud cuando esos jóvenes eran los pocos y de no respetar a los dioses ancestrales cuando hubo de hacer una ofrenda a Esculapio, por lo que se le ordeno que cambiara o tomar la cicuta y morir delante de todos. La solemnidad cuenta que el camino a la inmortalidad en la tierra estaba ahí, entonces, Sócrates tomo la cicuta.
Pero ahí no termino todo, porque otra versión sostiene que llegado ese día, sus amigos aparecieron con muchos baldes de madera llenos de uvas rosadas para compartir esa característica socrática, había tantos baldes llenos de uvas que las moscas daban vueltas por todo el lugar, pero como algo típico de él, comió esa uvas con deleite. Entonces, medio se atragantó y apurado apelo a la primera copa que tenía a mano para pasar esas cantidad de uvas que comía, al dejar el frasco se dio cuenta que era el veneno, pero estaba tan entretenido comiendo uvas que siguió comiendo como si nada.
Pasan las hs, Sócrates se recuesta a dormir un poco, se levanta y nada......
Las moscas cada vez son más en el lugar, la gente se agrupa de a cuatro a jugar al truco, algunos chicos corren por ahí, algunas madres continúan cosiendo el tapiz con el que taparan a Sócrates cuando la muerte le llegue.
Pero siguen pasando las horas y Sócrates continua como si nada, no se muere, se despierta de la siesta con muchísima sed y ganas de hablar. Le acercan más veneno y no pasa nada, entonces ante esa situación inesperada se le ordena a Sócrates que abandone la ciudad y le dan otro frasco de veneno el cual debería tomar apenas llegue a otro territorio para ver si muere...
Momento en que los amigos lo despiden llorando y a los abrazos, sabiendo que no volverían a ver su amigo, entonces, Sócrates se pone sus mejores sandalias, carga el manto que las mujeres habían cosido para él, y se va caminando mientras carga un balde de uvas olvidándose el frasco de veneno.
Nunca más se supo nada sobre él……..
Mari De Carvalho, Juan Oviedo
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