La Argentina de hoy está inmersa, precisamente, en las consecuencias catastróficas de lo que se viene haciendo desde hace una década.
No se puede caer en la tentación de asignar a esta gestión la totalidad de la responsabilidad de un estado de cosas que tiene muchos más años que los corridos desde el 2003 a ahora, pero no hay dudas que desde la invasión santacruceña el proceso se ha acelerado sin la menor intención de poner orden y racionalidad.
El viento de cola que ayudó a los primeros años de la gestión kirchnerista más el celo que impuso el Presidente muerto al control del tipo de cambio, el índice de inflación, el déficit fiscal y el superávit del saldo de comercio exterior alentó un crecimiento real que, lamentablemente, se desaprovechó y se dejó escurrir por la grieta fácil del populismo y la pretensión de la pseudo revolución.
Muerto el Jefe llegó la Señora, más impulsiva y menos pragmática, con lo que estamos hoy ante las consecuencias advertidas y no atendidas.
La situación, que sería preocupante de cualquier modo, se torna más grave ante la evidente torpeza de quienes han sido designados para conducirla y, más aún, por la muestra de desconcierto que domina a la Presidenta.
Es en la tormenta cuando más falta hace el capitán del barco.
Y aquí ocurre exactamente lo contrario.
Como cuando el drama de Cromañón, la tragedia del tren en Once, los saqueos y las extorsiones policiales, la Presidenta se dispara para “su lugar en el Mundo” así no expone su figura ante la gente.
Cantidad de ciudadanos sin luz y sin agua, fuga de reservas del Banco Central, descontrol del dólar, inminencia de reclamos salariales acordes a la inflación constituyen un coctel molotov que requiere terapias de alta calificación.
Por el contrario, nos encontramos con un Jefe de Gabinete perdido en el laberinto de su verborragia y un equipo económico confundido e inexperto.
Las jornadas de ayer y anteayer han sido devastadoras.
La devaluación obligada del peso, tantas veces negada desde el atril ya ha sido hecha, y puede continuar si no atinan a presentar un programa serio de control que implique hacer los ajustes que se deban antes que los haga de prepo el mercado tantas veces vilipendiado.
En mayo del año pasado la Presidenta, en uno de sus ataques de heroína, anunció que los que querían devaluar deberían esperar a que llegue otro Gobierno.
Hoy hay que decir que el otro Gobierno ya llegó.
La Argentina, que somos todos, no se merece esto.
No puede ser posible que desde el atril se siga hablando de “ellos”, que venimos a ser nosotros, como si viviéramos en guerra.
La Política debe acercar posiciones, evitar o atemperar conflictos y coordinar intereses contradictorios para que el conjunto avance tanto como sea posible.
Hay que contarle a los más chicos los problemas que hemos vivido pero no para incentivar su repetición sino para evitarla.
Esos “pibes para la liberación” que aplauden mucho pero escuchan poco, no pueden seguir gritando “che gorila, che gorila” como en una kermesse.
Quizás algunos sean “hijos del neoliberalismo”, como dijo la Presidenta en su discurso del miércoles, pero debió también agregar, en honor a la verdad, que son “vástagos del populismo”.
Desde esta columna siempre se alimenta el optimismo, y no será esta una excepción.
Sí hay que decir que el optimismo necesita de racionalidad y altura de miras que irradien la ejemplaridad que hoy escasea.
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