Más allá de esa posibilidad de analizar el testo de Jaurretche, lo que hay que admitir sin cortapisas es el acierto que significó el título de su obra.
Las zonceras actúan como una carnada que atrae al lector siempre ávido de originalidades y frondosa imaginación.
Salvando las distancias es posible imaginar que si nos atenemos a las incursiones orales diarias del actual Jefe de Gabinete del Gobierno, Jorque “Coqui” Capitanich, encontraríamos material no ya para escribir un manual de zonceras sino una colección de más tomos que la Enciclopedia Británica.
El pobre Capitanich imaginó que su convocatoria sería el trampolín que lo lanzaría a la candidatura oficial a la Presidencia de la República para el año que viene.
Se equivocó feo.
El Jefe de un Gabinete que no existe, porque jamás se reunió ni con Kirchner antes ni con la esposa ahora, es un protagonista diario de una saga verborrágica que habla mucho y nada dice.
Más aún, cuando desborda de locución aparecen en superficie conceptos políticos que claramente colisionan con la Democracia y ratifican un pensamiento dominante que es parte constitutiva de la mentalidad del oficialismo.
En su presentación ante el Senado de la Nación para cumplir con su obligación constitucional de informar alternativa y mensualmente a ambas Cámaras mostró claramente su hilacha.
Es cierto que no ha de ser fácil enfrentar un auditorio diverso ante quien hay que defender lo indefendible.
Pero fue él el que eligió su cadalso en ejercicio de su propia voluntad.
La Senadora mendocina Laura Montero, que fuera en su momento Ministra de Economía del Gobernador Cobos, lo sometió a una serie de aprietes intelectuales que dejaron al Jefe de Gabinete sin posibilidad racional de responder.
Fue entonces que el chaqueño apeló a la calificación de “neoliberal” para denostar a la Senadora.
Como los militares de la dictadura, que si el comunismo no existiera lo habrían inventado este funcionario, como tantos igual que él, tiran el dardo de “neoliberalismo” con la misma actitud que los uniformados del Proceso.
“No me falte el respeto”, gritó el interpelado, “porque a mí me votó el 67 % de mi gente”.
Acá está la esencia de la concepción política no democrática que anida en el corazón de los que adhieren a este modelo.
El porcentaje de votos es algo así como el precio de la Democracia.
Como todo precio, puede aumentar o disminuir según las circunstancias, pero de una y otra forma es siempre una medida aritmética que sólo sirve para calcular niveles de aprobación o rechazo.
La Democracia en serio se jerarquiza por sus valores, que lejos están del precio circunstancial de una elección.
Creer que un número del 0 al 100 califica la cantidad señala que quien así habla desconoce la diferencia fundamental que existe entre cantidad y calidad.
Nadie discute números a la hora de valorar la Democracia.
La real dimensión de la calidad está dada por el contraste entre honestidad y corrupción, entre austeridad y despilfarro, entre capacidad e ignorancia, entre eficacia y desidia.
Difícilmente estas ideas tengan cabida e en la cabeza de Capitanich y el resto de los jugadores del equipo del Poder.
Bueno sería que sí figuren en la escala de valores de los sectores de la oposición en todas sus variantes, porque así sería posible imaginar que cuando esta página se de vuelta aparecerá un nuevo texto que ponga las cosas en orden y nos permita recuperar la seriedad y el respeto.
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