El juglar de la Villa, tal como se lo conocía en Villa Gesell en aquellos años de pinos y mar, de caballos y sulkys, era la Villa con su loca juventud, pero no sólo canto, sino que también fue poeta, pues supo escribir y consignar en la pluma, el paisaje y estado de una Villa hoy inexistente.
Así, en Estaciones de un paisaje Barocela poetiza cada uno de los meses del año, acerca de mayo, en sus últimas estrofas dirá:
¿Alguien lo ha visto en la Villa?
Yo lo he visto con mis ojos
Enredado entre las ramas
Que vacio su propio antojo.
Apático e indeciso
Entre ser de un modo u otro
Ya prometiendo el invierno
Sin dejar de ser otoño.
Barocela a través de su canto y su condición de autor, posiciono a la Villa a nivel nacional, Tu nombre en la arena (1968) ya puede ser considerado una suerte de clásico de la música nacional por el cual se convirtió en colaborador notable de ese espíritu especial de la ola sesentista recorriendo los boliches de aquella época, iniciando con Acapulco, después Chaganaky, posteriormente Legos, La Casona del Conde y por supuesto, en el mítico Bel Motel, espacios donde pudo desplegar su arte y ser una alternativa del espectáculo en las temporadas en aquellos años, para retirarse recién en el año 98.
El reconocimiento a Carlos verse acerca de su condición de poeta, cantor y autor, sujeto a una época, sin embargo, lo que representa Carlos es lo que realmente se debe rescatar sin que dependa de los reconocimientos de turno, vale decir, él, como sujeto que piensa, poeta, músico o como sensibilidad dispuesta en un lugar, es lo que no debe quedar jamás en el olvido, porque si solo tiene presencia a través de los reconocimientos, es que el olvido acecha sigiloso porque no se ejerce en el lugar el pensar, el crear, no hay modelos vigentes porque no existen ejecutantes, no hay poetas, no hay creadores, ni su contraparte, aquellos que se nutren, aprecian y captan los resultados de la actividad estética de los trabajadores de la cultura.
El olvido y el reconocimiento acerca de artistas, poetas y pintores locales, muestran en el fondo la valorización de una sociedad acerca de una actividad ejercida por sus propios integrantes, y que en la mayoría de los pueblos costeros, ni siquiera llega al grado del reconocimiento de la cultura como un valor real, por lo cual el olvido no puede ser posible, puesto que ningún producto cultural es asimilado, apreciado o incorporado, no se propicie la posibilidad del recuerdo y por ende, imposibilidad del emerger del olvido.
Pero la paradoja del reconocimiento como antesala al olvido no incluye al ámbito de la cultura en estos pueblos costeros por mera gratuidad, sino que es consecuencia de su brutal mentalidad como resultado del vivir compitiendo en espacios recesivos, que no permite crecer una sensibilidad que reconozca otros valores que no sean los materiales, los de la renta y la ganancia y germen de otro tipo de miseria que no son los de la pobreza ni de la desigualdad que en estos lugares tanto abundan. Mientras, salve Carlos, salve poeta, salve………
Juan Oviedo
SiGesellnoticias