En el pueblo se ha iniciado una acalorada discusión entre el H.C.D. y el ejecutivo del propio oficialismo, posicionando una paradojas en el orden del día por esta necesidad de mostrar a quienes están detrás de las palabras y para ello, delimitar la siguiente propuesta: la de no escuchar atentamente “lo que se dice” sino por tratarse de una oposición interna, prestar atención a “quien lo dice” y así, poder detectar a mentirosos, fabuladores, conspiradores su condición como tal, cuando sus afirmaciones no pueden ser demostrables como verdaderas o falsas e incluimos también al propio ejecutivo si operara de la misma forma.
En un recinto donde las falacias reinan será pertinente determinar proposiciones de pseudo proposiciones y una vez delimitada las primeras, aplicar el valor de verdad o falsedad de las mismas.
Y esto porque la verdad jamás dejó de tener un vínculo con lo real, la palabra dicha que postula a “quien lo dice”, carga la sospecha de ser falaz o mentirosa, por el cual la misma deberá ser fagocitada desde la hegemonía de los hechos y desde ahí, determinar su verdadera condición , pues si somos precedidos por el lenguaje para que no se extravíe en sí mismo, hubo de ser acompañado por otro preceder, el de los hechos y fuente determinante respecto de lo verdadero y de lo falso.
Entonces, si acuso algo y si soy desmentido, la acusación y la correspondiente desmentida no deben quedar presas del nivel lingüístico porque toda afirmación si o si tiene que estar respaldada por los hechos, que determinan el valor de verdad o de falsedad, de lo contrario, la balanza entre acusación y desmentida quede supeditada a las simpatías o lealtades que despierta uno u otro contendiente.
Y en instituciones donde se dirimen las cosas con palabras, la credibilidad será elemental para que ese decir institucionalizado forme parte de los fines por el cual fue creada esa institución como puede ser: el diálogo, las ideas, los debates y los acuerdos etc., sin olvidar jamás a la otra parte institucional facultada para generar los hechos, hablamos del ejecutivo o en otras palabras, el valor que determina lo verdadero y lo falso no del pueblo, sino de lo que se dice y afirma en el H.C.D. del pueblo, tal forma de legislar pertenezca al fuero del ejecutivo.
La paradoja del “decir de los hechos”, es más profunda y sustancial para el pueblo que el decir de las palabras o “el decir de los no hechos”, y ante esta segunda instancia, no sería extraño que el espacio de H.C.D. se convierta en el lugar natural de aquellos que no hacen, ni aportan, ni suman, habitantes de un resabio iniciado allá lejos en una sofística de la verdad.
Pues, ha de tenerse en cuenta que la verdad siempre ha sido una expresión fundamentalista, a través de ella se busco, se busca y se buscará legitimar posiciones, la sofística fue expresión de ese fundamentalismo y todo fundamentalismo implica un “nosotros” en detrimento de un “otro”, entonces, para combatir los fundamentalismos cualquier condición estrategia, recurso será válido, menos, el ser uno mismo fundamentalista para luchar en contra del fundamentalismo, entonces, quien este en posesión de una verdad alejado de los hechos que la determinan, ejerce una palabra que separa, conspira y ataca, pero ni siquiera desde el fundamentalismo de las doctrinas, de las ideas y de las creencias sino desde el que le dicta su propia persona, ejercitando la ridícula condición de ser él o ella, “la medida de todas las cosas” en el pueblo.
Mientras, la conspiración tiene su espacio en el pueblo, en el recinto donde no se discrimina entre “lo que se dice” y “quien lo dice”, pero no por falta de capacidades cognoscitivas, en un lugar donde todos son viejos conocidos de todos sino a no ser víctimas de lo que tanto temen: no a las palabras sino al de los hechos.
Juan Oviedo
SiGesellnoticias