primera entrega de este artículo habíamos reflexionado sobre el proce" />
Pero la intervención del estado tratando de hegemonizar ese heterogéneo de lo social presa de desigualdades y marginalidades, desde el concepto de la inclusión, choca de fondo con la ambigüedad, metodología y aplicación de lo que se quiere decir por incluir.
Si incluir es amuchar, es juntar, es reunir a cantidad de jóvenes en un mismo espacio, y para ello, apelar estrategias persuasivas como el otorgar becas, dinero, poca exigencia dentro de las aulas y con solo la presencia tener asegurado un pase de grado, entonces, esa inclusión ya está en marcha y queda asegurada, pero eso sería sólo su aspecto cuantitativo, la pregunta es, ¿y el aspecto cualitativo de tal incluir, el formativo desde esa condición humana?, he aquí una pregunta que por el momento no pueda ser respondida.
Entonces, el reunir a jóvenes en un mismo espacio denominado escuela y con un preceder social heterogéneo se los vaya juntando, y se ponga en contacto a jóvenes entre la marginalidad y lo formal, aquellos afectos a la deserción por necesidad de ir a trabajar o porque no les interesa la escuela, aquellos que viven en condiciones de pobreza y otros no, de vivir y proceder de barrios que están o no estigmatizados, hablamos de yuxtaponer a personas a las que se les ha vulnerado sus derechos y a otras no tanto, con pibes y adolescentes con aprendidas conductas disfuncionales donde reinan los insultos, las competencias, los problemas, la violencia en todas sus formas, en tal contexto, pretender excelencia educativa como parte integrante de la inclusión, muestra a todas vista que tales políticas son construcciones realizadas en lejanos escritorios burocráticos y en los que se definen, el derecho a la educación.
La paradoja es notable, si lo educativo fuera por los contenidos, entonces, lo educativo se vulnera a sí mismo cuando manda a que no repitan en lo posible los alumnos e igualar hacia abajo desde el punto de vista de esos contenidos, donde esos alumnos representan la otra arista del sistema: la escuela, porque la escuela es lo concreto de lo social, que son los jóvenes y adultos, por otro lado, cuando hablamos de saberes, nos referimos a contenidos que no poseen cabal importancia en el desempeño general de ellos como alumnos ni en sus realidades concretas y sólo constituyen un molesto e inservible pastiche cultural al que están obligados a repetir, memorizar para no repetir y separe definitivamente a tales contenidos, como medios para otros valores de carácter moralizante, como el esfuerzo, la dedicación, el empeño.
La cuestión social a la que alude toda inclusión sabe de un preceder fatal, la exclusión, una vez más la dicotomía del “llegar a ser” versus “a lo que ya es” se halle vigente, ¿cuál es el meollo de la presente dicotomía?, que una es portadora de huellas que reinan en la conducta de los jóvenes excluidos y poseedora de rasgos disfuncionales, es ahí donde se busca generar conductas inclusivas pero más allá de clarificar las pautas y los modelos actuantes de la inclusión, ¿por qué esos jóvenes habrían de cambiar conductas y formas de mirar distintas a las que ya poseen?, el discurso de la inclusión debe estar detrás del hecho de la inclusión, esto significa actos y patrones inclusivos y sin ellos, será inútil la presente y real inclusión en las escuelas y correlativamente, afectar al derecho mismo a la educación. Porque primero, se debe actuar en que no exista la exclusión social.
La siguiente perogrullada acerca de que las palabras no son las cosas ni tampoco los hechos, desde los escritorios burocráticos no son tan claras, y ello es así porque se comparten posturas universales donde el universal exista de por sí, como son el derecho, la educación, la igualdad etc., expresiones de un esencialismo donde los conceptos aluden a la presencia de realidades trascendentes que existen por sí mismas, entonces, desde ahí, la educación, el derecho y la inclusión serian posibles según expresiones de autoridades educativas, pero eso es otorgar a la educación un papel más fundamental que el social y de entender a las escuelas como islas separadas del todo social, concebir a los docentes como seres todopoderosos por la vocación de ser, querer transformar a todo agrupar en un mismo espacio físico como un fenómeno de inclusión, y a cargos ministeriales, inspectores, directores, docentes y preceptores como disuadores de conflictos cuando en el fondo son ellos quienes lo provocan y al título logrado del secundario, en una cabal formación educativa y el uso de la computadora en el aula (conectar igualdad) constituya una capacitación superior.
Pero si dejamos ese gusto por las ficciones y nos asomamos al mundo de la escuela tal como es, ¿con qué nos topamos?
Si la escuela representa a la gente en suma, a lo social, entonces, los profesores toparse con presiones de directivos y estos, de sus inspectores, con alumnos provenientes de distintos tipos de hogares cuya estructura familiar raya la descomposición, donde el esfuerzo, la continuidad, el premio son valores difíciles de aprender por la usencia de modelos, de allí a la tendencia de zafar de la manera más fácil sea lo más pertinente en ellos, una ausencia al respeto y de valoración por la autoridad del docente o de aquellos que estén a cargo de su supuesta formación, pues el sentido mismo de autoridad es algo de la que reniegan, una atmósfera de impunidad se instale ante las falta de disciplina donde el deber por aprender no exista y por ende, posicione la abulia en las aulas, por supuesto, reinando solapadamente en tal contexto una tácita violencia verbal y actitudinal hacia pares, docentes y directivos.
Cuando un alumno comete una anormalidad, por ejemplo, golpear a un profesor o pelea contra otro en la escuela o sus inmediaciones etc., hay una situación de fondo que queda invisibilizada con la palabra alumno, pues éste tapa a la figura del joven o a la del pibe como portadores de un contexto donde la violencia, la degradación de las relaciones entre pares y no pares, son cosa corriente, por ello ante tal estado de cosas no sirve llevar a tales jóvenes a la dirección, hacerle actas o denunciarlos ante sus padres; pues en el tejido al cual pertenecen, tal conducta sea algo normal, por eso es que los ejemplos de apercibimiento utilizados, en el fondo, jamás les importe, entonces, ¿qué hacer con ellos?, pues si la escuela no es expulsiva, la única vía es ¡hacerlos pasar de grado para que se vayan!
Ante ese cuadro de cosas tan comunes en las escuelas bonaerenses, se implementa un discurso bajo un lineamiento político de igualdad, solidaridad, con el derecho a la educación y al de la inclusión, pero estamos frente a una gran puesta en escena, donde estos encuentros de capacitaciones formen parte de la gran simulación en ciernes, en el fondo estamos frente al desierto de lo real al no saber ¡cómo actuar!, y no entender el problema en el que están todos inmersos por ello, este pseudo experimentar con variables como las señaladas sin tener los modelos empíricos como tal, implique un tentar a ciegas o en otras palabras, estar frente a un ¡no saber y que se pretende como un saber! que torna a tales ideólogos responsable de los problemas que causan, pero sin condenas punibles como tal.
Este eximir de punibilidad por lo que generan, proponen y ocasionan, hablamos de los responsables de la política del sistema educativo con sus estrategias a cuestas, a las que van pergeñando y definiendo en escritorios como también en sus torres de marfil, seguida por la obediencia debida de la consecuente línea que le sigue en jerarquía, lo hagan adscriptos al derecho desde su función, sin embargo, olvidan una parte sustancial de todo derecho, al deber del mismo que en tales esferas es responder responsablemente, es decir, el deber de responder solucionando el problema y no agigantarlo.
Porque el derecho no es entendible sin su contraparte el deber, por ello ¿cómo es posible entender una formación moral donde el esfuerzo, la voluntad y los deberes faltan?, ¿cómo es posible tal educación en escuelas donde los facilismos, las impunidades, y la desigualdad entre estudiantes que no se preocupan en comparación con los que se preocupan, pasan igual al grado siguiente?, “el deber debe hacerse fácil y responsablemente”, reza una máxima cubana, si lo que instituyen los derechos quedan afuera de la lógica de lo punible en el sentido que sus medidas no responden adecuadamente a la mitigación, solución y supresión de conflictos y problemas, si tales jerarcas no son punibles por su mal funcionamiento, incapacidad o mala praxis, entonces, la otra parte que hace posible al derecho queda ausente.
Entonces, si el deber, se encuentra ausente, ello redunde en una no configuración de un modelo real para esos derechos, por el cual la educación, será un mero amuchar de pibes en escuelas a las que se les denomina como inclusivas, y con esa real matrícula vigente se transforme en nueva fuente de estadística exitosa en la victoriosa lucha en contra la deserción escolar.
Lo político educativo siempre ha sido habitado por mentalidades afines a esencialismos, que nos recuerda a la gran controversia del Medioevo y su problemática de los universales, si existen o no como tal, esos universales y dependiendo de la posturas consideren a la educación, el derecho, la inclusión como realidades esenciales que preceden a toda contingencia o por el contrario, entenderlas de formal nominal, una herramienta lingüística para trabajar y lograr ciertas condiciones, esto nos lleva a la esfera del ámbito pragmático donde reinan los deberes y las capacidades del hacer, del esfuerzo, del estudio como parte motora hacia la posibilidad cierta de cumplir el derecho.
Pero cuando la educación, el derecho, escuela e inclusión, estén asegurados por la fuente misma de la propaganda gubernamental o los esencialismos de siempre, el paso siguiente de las décadas por venir, será la del fracaso consumado.
Entonces, el pibe tendrá derecho al ignorar, a la desidia, al no educarse….etc. o derecho entendido como esencial, tal como supo entender Barijho, jugador de futbol que justifico la agresión a periodista al sostener que “¿estamos o no estamos en democracia?”.
Juan Oviedo
SiGesellnoticias