Tal manera de reclamar veracidad al señalar la objetividad cuando se alerta que ese decir o hacer está alejado “del ámbito político”, implique un tácito connotar: a lo político bajo un sentido de subjetividad posicione la sospecha de falaz, de chicana y ninguneos, medios metodológicos que lo intencional político utiliza.
Ahora, con tales apreciaciones incurramos en el sinuoso campo de lo paradojal cuando afirmamos que lo que decimos o hacemos, no es político, porque tales cuestiones ¡no dejan de ser políticas!, algo que nos recuerda a las paradojas de Epiménides y otros (como la del mentiroso, la de Pinocho etc).
El mismo sentido se reitera en el caso contrario al negar y es cuando se apela a lo político, como sucede cuando alguna autoridad municipal afirma que las acusaciones que recibe por su gestión, no se debe a verdades objetivas sino que se trata de “chicanas políticas”, comentarios distorsionados por toda oposición con la intención de descalificar, desacreditar o ridiculizar a su persona y a su gestión, aquí lo político también adquiera ese tinte de subjetivo y por lo tanto, pérdida de legitimidad por tratarse de una maniobra política.
A primera instancia se puede pensar que no hablamos de subjetividades sino de falsedades y de mentiras donde el ámbito de lo moral y del conocimiento se mezclan, asociando lo verdadero con la mentira y la verdad con lo falso, como los grandes garantes de una objetividad presente y a la que no se debe abandonar.
Sin embargo, tal manera de entender a lo político como ejercicio legitimado desde lo objetivo, aparte de su preceder ideológico, ¡es político!, entonces, no es que lo político determina lo objetivo ni lo subjetivo o en otras palabras, legalice o no según el decir verdadero, falso, veraz o mentiroso, sino que tales formas de entenderlo así, partan de una subjetividad presente que busca legalizarse en la arena política apelando a lo objetivo como tal.
Esto significa que la objetividad que determina a lo espurio o no de la política, es precedida por lo subjetivo.
Por ello, la objetividad, como origen de un hacer político pertinente consista en poner el carro delante del caballo, pues el hecho pretendido de objetivo, es detonado por el hecho anterior de lo político.
Lo que decimos es que lo político antes que ser expresión genuina de una objetividad es la representación de una subjetividad que la alimenta, pues todo “lo político” esta trazado por deseos, intencionalidades, necesidades, aspiraciones, gustos y cuantas cosas más, por ello, la paradoja que señala “que no es político” aparte de ser político, no vulnere la subjetividad que apela a la objetividad para legitimarse.
En el fondo, siempre se trata de un choque de subjetividades y de los poderes que ellas encarnan, desde la esfera de ascenso al poder que involucra eso político.
Ahora, lo dicho no significa desconocer a la mentira, ni a la corrupción, ni al delito, ni ser legitimadas como expresión de una subjetividad, como tampoco ser acciones reconocidas según una objetividad que emerge, sino las mencionadas acciones vulneran las subjetividades ajenas, e intervenga el sistema jurídico y social, en protección de las subjetividades transgredidas, determinado penas, condenas y castigos según la interpretación subjetiva de cada juez.
Como corolario, no podemos dejar de lado la cuestión formal que significa afirmar a lo subjetivo como regularidad y que implica la presencia final de lo objetivo, puesto que la subjetividad entendida como presencia continua en el universo de los hechos, posicione el singular aspecto de la objetividad, entonces, la subjetividad que niega a lo objetivo incurra en contradicción porque al repetirse en el mundo entero, su presencia como subjetividad sería algo objetivo, no obstante, lo objetivo implique un predicado de la subjetividad y por lo tanto, un epifenómeno precedido por el fenómeno reinante de lo subjetivo.
Así, pretender objetividad negando el papel político que la subjetividad representa, es posicionar una paradoja del mismo calibre que las paradojas de Epiménides y cerrazón al devenir dialéctico que todo colectivo necesita.
Por ello, en el meollo de las paradojas cerremos la presente reflexión de la siguiente forma, “nada más político que negar a lo político” o la vigencia del Zóon politikon aristotélico.
Juan Oviedo
SiGesellnoticias