Boudou está preso en su casa con una tobillera electrónica de control por una decisión absurda de un Juez que lo largó por la pandemia de COVID cuando no tenía ni edad ni razones médicas que justificaran su traslado.
La Justicia, una vez, ha dado una esperanza de ilusionarnos con la posibilidad de que se cumplan sencillas medidas que aprendimos desde chicos y el tiempo se encargó de deslucir. Los ladrones tienen que estar presos.
Así deberá estar éste.
Más de lo que inspira de rabia y lástima este pobre personaje marplatense, asusta la reacción producida en el seno del Gobierno que desde voces muy calificadas han salido a esgrimir críticas a la decisión judicial.
Hasta llegaron a montar una manifestación de protesta frente a Tribunales que reunió a organizaciones políticas y sociales kirchneristas histeriqueando por la medida dictada contra el ex. Más asombra que una de las organizaciones presentes haya sido “Curas en opción por los pobres” en una clara demostración de la decadencia en que nos encontramos.
Es una invitación a pensar que en realidad la “orga” debería llamarse “curas en opción por los pobres y los chorros”
El acontecimiento de un ex Vicepresidente de la República delincuente es mucho más que un caso individual.
Amado Boudou, que falseó datos de un automóvil para robarle a su ex esposa, que dio como domicilio particular un médano en la costa y vivió siempre de sus sinvergüenzadas trasciende su persona y se transforma en un ícono de la sub cultura política que el kirchnerato ha incorporado a nuestra vida.
Lo denunció en mayo del 2014 en “La Nación” quien es hoy el Presidente de la República. En una nota que tituló “Boudou game over” Alberto Fernández lo calificó con la dureza que merece.
Lo que nosotros no merecemos es un Presidente cuya palabra devaluada es una mochila de contradicciones sometida al rigor de la que en verdad manda en la banda, que es la Presidente que figura en el catálogo como Vice.
Estos desacoples generan contradicciones diarias que conspiran con la vigencia plena de la República Democrática.
Ante la imposibilidad natural de hacer populismo sin plata y tratar de disimular el ajuste inevitable se cae en ridiculeces de las que posiblemente el mejor exponente sea la triste imagen del Presidente pidiéndole calma a los “barra bravas” en la Casa de Gobierno con un megáfono. Hay que guardar la foto para el museo de las vergüenzas.
Es como si alguien se plantara en la punta de la escollera pidiéndole a los gritos al mar embravecido que pare las olas.
Naturalmente que estos papelones ajenos son en parte propios porque todos vivimos acá. De allí entonces que sea necesario organizar una oposición unida y seria que el año que viene exprese en las urnas la decisión popular de reparar tanto daño.
Por Héctor Ricardo Olivera
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