Pero la –tragedia-, como nadie ha sabido “mostrar” sabiamente lo que el hombre “es”: ¡conflicto!, por poseer la visión del humano como problema, así, lo ininteligible del instinto y lo pasional no se encuentran al final de un azaroso y coyuntural despertar, sino en lo profundo de la “condición humana”, esto significa un destino en manos de algo que -no manejamos-, sino de algo que ¡nos maneja!, y señalar que tal instinto -no es- biológico ni es pasión, ni explosión emocional, sino esa fuerza primordial del deseo y del poder, y en la tierra, solo una revelación haga posible tal simultáneo despertar: el amor.
La pasión es el deseo exacerbado y el instinto, la fuerza irrefrenable del dominio, eso es el hombre, el sentido obnubilado y fascinado por lo que nos exacerba y por lo irrefrenable que nos torna poderosos y ahí, ¿cuáles son los parámetros para medir lo que no es racional mitad animal y mitad divino?, tal es la mezcla que el amor provoca en los hombres, un pusilánime convertido en feroz amante, un pragmático tras la esperanza del mañana, una virtud develada prejuicio y una insignificancia como seducción encarnada. Así, lo azaroso, lo inviable, se hace patente, pero en especial, el ¡trascender! que ese amor implica y abonado por las fuerzas descontroladas del instinto y la pasión, serán quienes provoquen la “paradoja” de -no ser el mismo- siendo a la vez, -el mismo-, lo que posiciona en nuestra modernidad o postmodernidad un término arcaico, antiguo, de otro tiempo y sea la del misterio, porque el amor es un “misterio”, no puede, aunque, así se lo crea, dar razón de él, porque no puede ser atrapado por la razón tal terrible ¡existencial! devenido en lo mundano.
¿Qué pasaría si todos los seres humanos en la tierra, amaran al mismo tiempo?, sería más importante la “vida” que la “muerte”, entonces, el devenir humano estaría regido por la singularidad de la égida amorosa, por un instante y milésima de segundo, la humanidad estaría bajo el signo de la vida, pero tal sincronía es imposible, tal reloj no está en nuestras manos, no es que una perversidad se instale y ante algo que sucede singularmente no se universalice para cambiar el destino humano, porque el misterio que el amor significa queda oculto a nuestros ojos y deseos.
Entonces, ¿cuál es lo trágico?, que en algún momento el amor -se va- y así como apareció “desaparece”, se terminó y emerge el ¡estrago existencial! que eso significa, tal es lo trágico, el infortunio se patentiza, la vulnerabilidad corroe y el -amado o amada- es la nueva crueldad posicionada en la tierra, una letanía se formaliza en cada “ser” y es el ¿por qué?, dolor, abandono, soledad, recuerdos, la catarsis de la lagrima que se renueva día a día, y la sospecha del “embrujo” que el amor implica, tanta fascinación al comienzo para después, tanta repulsión, y el recuerdo buscando poder olvidar, a lo que ¡nunca! se puede olvidar.
Por un momento, en plena oscuridad el animal humano entiende algo, su impertinencia por “trascenderse” como tal, trascender su condición ante la efímera ilusión que el amor posiciono, pero tal esperanza es un desafío a las fuerzas sobrenaturales que lo arcano oculta y por ello, su castigo ante tal irreverencia, y que el decir de Diotima nos hubo de revelar, “su abundancia -siempre- fue carencia”.
Juan Oviedo
SiGesellnoticias